Odio en las manos
de María Gómez
Publicación: 13 mayo 2021
Editorial: SUMA
Páginas: 616
ISBN: 978-8491294429
Biografía del autor
María Gómez es periodista, presentadora y comunicadora. Cuenta con una trayectoria de más diez años trabajando en radio, como presentadora y colaboradora de diferentes espacios.En radio musical, ha estado muy vinculada a la emisora M80, copresentando sus morning show durante diferentes etapas («80 y la madre», «Arriba España», «Morning80»). En la actualidad, colabora en el programa «Anda ya», de Los 40.En radio convencional, participa semanalmente en «Tarde lo que tarde», de RNE. Además, cuenta con un extenso currículum vinculada a formatos culturales y de entretenimiento en la Cadena SER («La Ventana», «A vivir que son dos días”, ”La vida moderna», «El Mundo Today», «Acento Robinson», «XXI Gramos» o «Si Amanece Nos Vamos».) En televisión, también ha presentado y colaborado en diferentes formatos relacionados con el humor, la cultura y la actualidad. («Ese programa del que usted me habla”, «La primera pregunta», «Likes», «90 Minuti», «Zapeando», «Dani&Flo», «A toda pantalla» o “A partir de hoy”) en TVE, Mediaset, Cuatro, Telecinco, La Sexta y #0.»Odio en las manos» es su debut literario.
Sinopsis
La primera novela de la periodista María Gómez es una historia sorprendente, original, imprescindible.
¿Serías capaz de traicionar a un paciente para evitar un asesinato?
Ana García de la Serna es psicóloga y trabaja por inercia en el departamento de Recursos Humanos de una gran empresa del sector audiovisual. Movida por la decisión de su madre de trasladarse a la India y de cederle su lugar en el gabinete de psicología del que es cofundadora, decide aceptar el reto y salir de su zona de confort. Pero su primera paciente se convierte en un desafío para el que no está preparada. Rosario Jiménez, agente de la Policía Nacional, le revela en consulta que piensa cometer un asesinato y quitarse la vida después. Ana no sabe si debe denunciar la confesión o respetar el secreto profesional. Y aunque es consciente de que el odio que Rosario siente en las manos es incontrolable, su instinto le dice que detrás de toda esa frialdad, de toda esa rabia, se esconde algo todavía más aterrador. Y no está dispuesta a parar hasta descubrirlo.
La periodista María Gómez debuta en ficción con una novela absorbente que destaca por su originalidad. Odio en las manos plantea una trama sólida que reflexiona sobre la naturaleza humana en situaciones de increíble estrés emocional. Imprescindible, única, sorprendente.
Cuando lo dijo, mis ojos se abrieron como platos y sus pupilas se contrajeron de golpe. No pude aguantarle la mirada. El corazón se me aceleró; notaba las pulsaciones en la garganta y en la cabeza, por dentro del cráneo [#]. Sentí unas punzadas en el estómago y, de pronto, se me encogió, golpeado por un intenso dolor iceberg: solo percibía la punta de todo lo que estaba por llegar.
Nota de prensa
La periodista María Gómez debuta como novelista
Presenta un thriller absorbente y poderoso que destaca por su originalidad:
maneja con maestría la ruptura cronológica,
plantea preguntas que apelan a la esencia misma de nuestra sociedad
y construye una trama sólida que reflexiona sobre la naturaleza humana
en situaciones de extremo estrés emocional.
«¿Me estaba montando una película de esas que tantas veces había visto o realmente tenía un crimen en potencia ante mis ojos y la obligación de frenarlo?».Ana García de la Serna acepta hacerse cargo del gabinete de psicología del que su madre es cofundadora y, de este modo, regresar al ejercicio de su profesión, de lo que fue su vocación desde niña. La primera paciente a la que recibe es Rosario Jiménez, agente de la Policía Nacional, que le confiesa que tiene odio en las manos y añade este críptico mensaje: «Voy a matarle y yo voy a ir detrás. Esta no es vida para un niño. Esta no es vida para nadie. No es vida…».
La muy preparada pero prácticamente neófita psicóloga se debate entre si debe o no romper el secreto profesional para alertar de la amenaza de que ha sido receptora. Pero los acontecimientos se precipitan cuando recibe la llamada del subinspector Miguel Ángel Gaona, compañero de Rosario, para comunicarle que esta ha desaparecido y solicitar su colaboración.
Ana se sumerge en una vorágine de recuerdos en los que juegan un papel destacado quien fuera su mentora, Casilda Yagüe, pionera en la psicología penitenciaria, y Marie Bauvin, la socia de su madre, que no la considera preparada para hacerse cargo de los pacientes. Y, mientras, el tiempo no da tregua porque los peores presagios se van cumpliendo.
«Siempre me ha atraído aquello en lo que nadie quería entrar. No hablamos de algo prohibido, pero sí de una puerta que muy pocos quieren cruzar. Yo quiero demostrar no solo que puedo atravesarla, sino que mi trabajo va a dejar huella».
Ana García de la Serna pertenece a una reputada familia de psicólogos y su vocación por continuar esa tradición se le impone cuando, con apenas nueve años, ve en el cine El silencio de los corderos. Sin embargo, su vida profesional tomó otro camino; a pesar de contar con Casilda Yagüe (una auténtica eminencia en la psicología penitenciaria) como mentora y hacer bajo su supervisión las prácticas en el Centro Penitenciario Madrid VI en Aranjuez, y aunque Marta, su madre, es cofundadora junto a Jacqueline Bauvin de Animae, un gabinete de atención psicológica de éxito y prestigio, Ana dejó de lado su vocación para trabajar en el departamento de Recursos Humanos de una gran empresa audiovisual. Un trabajo que odia y que hace por inercia.
Hasta que, un buen día Marta anuncia que se va a la India («Necesito oxígeno, necesito calma, necesito perdón; tengo que volver al origen, a mi origen») y le pide a su hija que se haga cargo de sus pacientes y comparta gabinete con Marie, la hija de Jacqueline, «tremendamente perfeccionista y profesional», modelo que a Ana siempre se le ha antojado inalcanzable. La primera paciente de la agenda de su madre es todo un reto. Se trata de Rosario Jiménez, agente de la Policía Nacional, quien le anuncia en consulta su intención de cometer un crimen y suicidarse después.
Ana se enfrenta a un gran dilema: ¿debe romper el secreto profesional para impedir que su paciente cometa un asesinato o es capaz de evitarlo a través de la terapia? Todo cambia cuando Ana recibe la llamada del subinspector Miguel Ángel Gaona, quien reclama su ayuda como terapeuta de Rosario, puesto que esta ha desaparecido. En ese momento, afloran todos los fantasmas, las dudas sobre sus capacidades, su irresistible atracción por el lado más oscuro y perverso del ser humano y se enfrenta a su peor enemiga, a la única a la que tiene miedo: ella misma y sus errores, sus caídas, sus puntos de no retorno.
Odio en las manos supone una loable y espeluznante vuelta de tuerca del thriller psicológico, y explora algunos de los puntos más oscuros de la sociedad actual, la sienta en un diván, y le plantea interrogantes que traspasan la ficción y entroncan con lo social, lo cotidiano, lo íntimo. María Gómez demuestra tener una voz propia y contundente y firma una ópera prima digna de una veterana. Es, sin duda, una autora y un debut que hay que tener en cuenta, una escritora que inicia, con maestría, una carrera literaria prometedora.
EXTRACTOS DEL DISCURSO DEL DECANO
Ana García de la Serna se gradúa como la mejor alumna de la promoción de Psicología en 2006. Durante el solemne acto de final de carrera en el Aula Magna de la Facultad, el decano da un discurso revelador (y que cala en la protagonista) del que se ofrecen algunos fragmentos:
«En su ejercicio profesional futuro deben preservar, por encima de todo, el derecho a la intimidad de sus pacientes. Les corresponde a ustedes, como profesionales, salvaguardar ese derecho y cumplir, así, con su deber.
La psicología, aunque algunos lo olviden o lo nieguen, es una ciencia. Ciencias Sociales, la llaman. Y por supuesto que somos científicos; pero nosotros usamos la ciencia del saber, la de la palabra. A diferencia del cirujano que opera los órganos tangibles, nosotros damos un paso más: con nuestra sapiencia curamos el alma.
Pero, mis queridos alumnos, desde hoy colegas, no quiero dejar de hablarles de la causa justa. ¿Cuándo ese secreto, ese gran poder que se nos otorga, debería ser levantado? O, dicho con otras palabras, ¿cuándo una causa es justa?
(…) La obligación de revelar ese secreto profesional sería indefectible si existe algún derecho en peligro que sea mayor que el derecho a la intimidad del paciente.
Situaciones, en definitiva, no exentas de dificultades. En las que se verán obligados a denunciar, a fin de proteger no solamente a la víctima, sino también al propio paciente. Y eso, créanme, no será fácil. Con esto quiero avisarles de que el camino que se les presenta no está exento de riesgos, de dificultades, de dolor. Ustedes van a viajar al centro de las mentes de sus pacientes, a los volcanes de sus pasiones, a las tempestades de sus miedos, sus angustias, sus tormentos. Pero les hemos dotado de herramientas para conseguir sortear todos esos obstáculos y llenar de luz las oscuridades de esas almas. Confío en ustedes. Confíen en ustedes».
*Contenido original proporcionado por la editorial SUMA
LOS PERSONAJES
ANA:«Cuando llegué a la oficina estaba tiritando. No por el frío, que lo hacía; era algo que me pasaba cada vez que me ponía nerviosa y la ansiedad se apoderaba de mí. Tenía el corazón acelerado porque estaba a punto de tomar una decisión y me daba miedo que fuese equivocada. Resulta curioso comprobar cómo había cambiado con la edad; si bien mi yo adolescente era impulsivo y combativo, con el paso de los años me había vuelto más dócil, más sumisa, en definitiva, más conformista. Todavía recuerdo aquellos pubertosos sábados por la noche en los que me quedaba largos ratos esperando en el portal de casa solo para llegar más tarde de la hora acordada con mis padres (siempre infinitamente más temprana que la del resto de mis amigas), con el objetivo absurdo y fallido de reivindicar que ellos ponían las reglas pero yo podía elegir. Bueno, y por joder un poquito también».
GAONA: «Gaona era un experto en lo suyo y se esmeraba en que se notara. Le gustaba soltar tecnicismos y peroratas policiales que dejasen claro que, a pesar de la adversidad, tenía la situación bajo control. Cuando se ponía en «modo pro» dejaba al descubierto, ya fuera por inseguridad o por excitación, un pequeño tic: arrugaba la nariz y la movía rápidamente hacia los lados, como el que se quiere rascar sin usar las manos. Una mezcla entre un cachorro de conejo y Samantha Stephens, en Embrujada, antes de hacer un hechizo. De pronto, Miguel Ángel Gaona me pareció atractivo».
MARIE:«A decir verdad, Marie era todo lo que yo deseaba ser. Segura, inteligente y fuerte, con una frialdad justa que teñía de sarcasmo todas las conversaciones, haciendo patente su superioridad verbal y una agilidad mental difícil de atrapar. Comprometida con todas las causas justas posibles, se había convertido con el tiempo en lo que yo denominaba una “bioguay”; uno de sus pactos era con el clima y lo llevaba a cabo a través de un veganismo extremo.Pero, por si eso fuera poco, se trataba de una mujer muy atractiva. Alta, esbelta y elegante; con una larga melena rubia ceniza que peinaba poco pero que siempre estaba sinuosa y perfectamente colocada sobre sus hombros. Sus ojos verdes tenían la fuerza de un tigre, que suavizaba con la ternura de unas pecas que correteaban por toda su cara. Vestía con ropas holgadas y cómodas que parecían acariciar tímidamente su cuerpo, siempre en tonos neutros, sin llamar demasiado la atención. Se notaba que dedicaba poco tiempo a su imagen, pero era porque no le hacía falta. Resultaban inconfundibles los genes franceses de su madre, Jacqueline».
ROSARIO:«Ella, igual que la diosa de la victoria que corona los cielos madrileños, estaba dotada de “alas”. Era joven, algo más de treinta y cinco, no más de cuarenta. Contaba con un trabajo estable, a juzgar por su uniforme de policía nacional. Tenía dinero o la intención de parecerlo, había dejado —tan a la vista como su arma— las llaves de un Mercedes y un bolso de firma de los que bien podían pagar mi alquiler unos cuantos meses. Me sorprendió su manicura impoluta en un brillante y llamativo color vino, que contrastaba con el azul marino del traje reglamentario. Era atractiva y sensual, pero sutil; con el pelo largo, peinado con esmero para ocultar, con unas suaves ondas, un rizo potente y bravo, del mismo negro tizón que sus ojos.
Le notaba un pequeño deje, un quejío al hablar que, sumado al poderío de su porte, me hacía aventurarme a pensar que era cordobesa. Pero, por encima de todo, era fuerte. Llevaba apenas dos minutos con ella y ya había detectado que era tierna y sensible, pero cargada de una gran fortaleza; lo confirmaban su mirada, su voz, su presencia, su empaque, su planta, su forma de cerrar los puños, sus dientes apretados al hablar y algunos moratones que había tratado de disimular con algo de maquillaje mal extendido. Sí, sabía que Rosario era fuerte. Pero creo que la que nunca lo supo fue ella».
CASILDA YAGÜE:«Si tuviera que definir a Casilda con una palabra, sin ningún tipo de duda elegiría “amor”. Una mujer afable, empática, siempre disponible para ayudar a todo el mundo (especialmente a los más desamparados) y con una perenne sonrisa en la boca. Dotada con un alto grado de inteligencia racional solo superado por un maravilloso derroche de inteligencia emocional. “¡Ponga una Casilda Yagüe en su vida!”, sería el eslogan».
JOÃO:«Mientras hablaba, João se pasaba la mano por su melena rizada, parecía un tic nervioso. Lo hacía tanto que su pelo iba engrasándose de forma natural, desprendiendo pequeños destellos brillantes. No siempre lo había llevado tan largo, pero hacía años se dejó crecer unas greñas que, ahora ya canas y un tanto revueltas, le daban un aire desenfadado y bohemio. Portugués de nacimiento, nómada por vocación y políglota por extensión, conservaba ese pequeño deje en las “eshesh” que le mantenía en contacto con sus raíces lusas. Yo admiraba profundamente a ese gran hombre que, de pronto, se había hecho muy pequeño en aquella poltrona».
EMILIANO SUÁREZ:«Emiliano Suárez era una mezcla de Paco Martínez Soria y Torrente; no solo físicamente, a veces su personalidad también mostraba una pizca de cada uno, con lo mejor y lo peor de ambos. Tenía una calva brillante en la que rebotaba la luz que entraba por la ventana».
SAMUEL:«Samuel era un chico alto y atlético. Con el pelo rapado al dos, se había hecho rasurar un símbolo en un lateral de la cabeza pero, desde mi asiento, no podía identificar qué era. Vestía un chándal de táctel, pero no de los cutres que se llevaban antes. O quizá sí. Daba igual, le quedaba divinamente. Tenía cara de niño (un poco niño era, no habían pasado ni cuatro meses desde que había cumplido los dieciocho) y llevaba un piercing en la ceja izquierda, que debía de ser reciente porque estaba infectado y con pus. Me fijé especialmente en sus ojos; además de por los treinta kilos menos, era lo que más le diferenciaba de su hermano, ya que Samuel podía presumir de tener unos preciosos ojos azules. Estaba sumergida en esa profunda mirada azul Klein cuando su pupila enfocó la mía y ambas colisionaron frontalmente, como dos coches que circulan en sentido contrario. Me puse rojísima, noté el calor ardiéndome las mejillas y no era para menos, me había pillado en plena radiografía. Él, jugón, me lanzó un beso; pero con una especie de chasquido, mezcla de cariño y de desprecio».
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