Ser estoico no basta: Sabiduría epicúrea para vivir el presente
de Charles Senard

Existe una escuela de pensamiento que intenta conciliar esfuerzo y disciplina con placer, sin oponerlos de manera estricta como tan a menudo reclaman los estoicos. A esa corriente la llamamos epicureísmo. Un aparente estoicismo parece rodearnos por doquier. Desde empresas y publicistas, hasta deportistas e ‘influencers’, todos aconsejan vivir de una manera estoica. Pero ¿no estaremos renunciando al placer de las pequeñas cosas, aquellas que podemos elegir del milenario legado de la sabiduría epicúrea? Denostado, incomprendido, relegado durante siglos al olvido, Epicuro propuso con su filosofía un camino para alcanzar algo tan esquivo para sus contemporáneos como lo sigue siendo para nosotros: la felicidad. Y lo hizo de una forma simple y coherente, alejándose a un tiempo de la búsqueda incesante del placer –empresa vana, con la que no logramos sino acrecentar más y más nuestros deseos– y del ascetismo extremo. Charles Senard nos invita a dejarnos mecer por los testimonios del que fue conocido como el «maestro en su jardín», a vivir el presente y degustar el epicureísmo del mismo modo que postulaba su creador, a pequeños sorbos.

«Una ágil y sugerente obra que combina con acierto el placer epicúreo y la conciencia estoica en la búsqueda de la felicidad.», Carlos García Gual

Sobre el libro

Un aparente estoicismo parece rodearnos por doquier. Desde empresas y publicistas hasta deportistas e influencers, todos aconsejan vivir de una manera estoica. Pero ¿no estaremos renunciando al placer de las pequeñas cosas, aquellas que podemos elegir del milenario legado de la sabiduría epicúrea? Denostado, incomprendido, relegado durante siglos al olvido, Epicuro propuso con su filosofía un camino para alcanzar algo tan esquivo para sus contemporáneos como lo sigue siendo para nosotros: la felicidad. Y lo hizo de una forma simple y coherente, alejándose a un tiempo de la búsqueda incesante del placer —empresa vana, con la que no logramos sino acrecentar más y más nuestros deseos— y del ascetismo extremo.

Charles Senard nos invita a dejarnos mecer por los testimonios del que fue conocido como el «maestro en su Jardín», a vivir el presente y degustar el epicureísmo del mismo modo que postulaba su creador, a pequeños sorbos

Existe una escuela de pensamiento que intenta conciliar esfuerzo y disciplina con placer, sin oponerlos de manera estricta como tan a menudo reclaman los estoicos. A esa corriente la llamamos epicureísmo.

«Para los epicúreos, la memoria es una facultad activa, poderosa, capaz de hacer presente el placer pasado y de compensar el dolor que el cuerpo sufre en el presente. Y es que, al igual que la imaginación, la memoria reposa en un soporte físico: recordemos que, para los epicúreos, toda sensación obedece a los simulacros, las películas atómicas que recibimos tras desprenderse de los cuerpos. La disposición del alma —para los epicúreos, compuesta igualmente de átomos— es modificada por los simulacros que recibe.

»Como Baudelaire, el epicúreo puede exclamar: «Sé el arte de evocar los minutos dichosos», y aspirar, a su antojo, «a oleadas el vino del recuerdo». Para los epicúreos, los recuerdos son, dice Plutarco, como el vino que se vierte en nuestra alma, donde mejora con el tiempo para convertirse, una vez descorchada la botella, en un producto más noble y precioso.

»La comparación no es casual. El vino es precisamente un símbolo que asocia placer y memoria. Es «de entre todos los productos de la tierra y del trabajo del hombre, […] un lugar de memoria».»

Extracto del capítulo El vino del recuerdo.

*Contenido original proporcionado por la editorial 

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