Biografía del autor
Elizabeth Strout (Portland, 1956) es una novelista norteamericana autora de Amy e Isabelle (1998, ganadora del Premio Art Seidenbaum de Los Angeles Times y del Premio Heartland del Chicago Tribune), Abide with Me (2006) y Los hermanos Burgess (2013), así como de las exitosas sagas protagonizadas por Olive Kitteridge –Olive Kitteridge (2008), ganadora de los premio Pulitzer, Llibreter, Bancarella y Mondello y que se convirtió en una aclamada serie de televisión, y Todo es posible (2017)- y por Lucy Barton –Me llamo Lucy Barton (2016), Luz de febrero (2019) y, ahora, Ay William, con la que Alfaguara inicia su publicación y uno de los mejores libros del año según The Times-. Además, Strout ha sido finalista del Premio PEN/Faulkner y del Premio Orange. Actualmente vive entre Nueva York y Portland.
Sinopsis
Elizabeth Strout, ganadora del Premio Pulitzer y el Premi Llibreter, con tres millones y medio de lectores, recupera a su icónica protagonista, Lucy Barton, en un libro del que no se sale, hermoso, doloroso, irónico y profundo como las historias de Lucia Berlin o Alice Munro.
Uno de los mejores libros del año según The Times y uno de los diez libros más esperados de 2022 según Esquire y Telva
«Esta mujer que tanto me ha dado llenando mis horas de insomnio.»
Elvira Lindo
«Elizabeth Strout se consagra como la más magistral alumna de John Cheever y James Salter.»
Rodrigo Fresán
Inesperadamente, Lucy Barton se convierte en confidente y apoyo de William, su exmarido, el hombre con el que ha tenido dos hijas ya adultas, pero que ahora es casi un desconocido presa de terrores nocturnos y empecinado en desvelar el secreto de su madre.
Mientras su nuevo matrimonio tambalea, William quiere que Lucy lo acompañe en un viaje del que no volverá a ser el mismo. ¿Cuántos sentimientos #celos, piedad, temor, ternura, decepción, extrañeza# caben en un matrimonio, incluso cuando ha terminado #si tal cosa es posible#? Y en el centro de esta historia, la voz indomable de Lucy Barton, su reflexión profunda y perenne sobre nuestra propia existencia: «Así es como funciona la vida. Todo lo que no sabemos hasta que ya es demasiado tarde».
Nota de prensa
QUIÉN ES LUCY BARTON EN LA JUVENTUD
La maravillosa voz de una mujer joven que, mientras se recuperaba en la cama de un hospital de Nueva York con vistas al edificio Chrysler, rememoraba lo precaria y frágil que fue su infancia protagoniza Me llamo Lucy Barton, el primer volumen de lo que es, hasta ahora, una trilogía. En Ay, William, el tercer volumen, Lucy vuelve ahora con 65 años para revisitar el matrimonio con su primer marido.
SOBRE EL MATRIMONIO
De repente tuve un recuerdo visceral de lo horrible que a veces me resultaba el matrimonio los años que viví con William: una familiaridad tan densa que lo invadía todo; un conocimiento del otro tan profundo que casi te atragantaba; que te entraba prácticamente por las fosas nasales; el olor de los pensamientos del otro; la conciencia de cada palabra que se decía; el más leve movimiento de una ceja; una inclinación de la barbilla apenas perceptible; nadie más que el otro comprendería su significado. Pero viviendo así era imposible ser libre, nunca. La intimidad se volvió siniestra. (p. 128-129)
SOBRE SU PADRE
Ya que acabo de nombrar a mi padre, me gustaría decir algo más de él. Él también sufrió estrés postraumático. Había estado en la Segunda Guerra Mundial, en Alemania, y volvió muy pero que muy afectado. Nunca hablaba de la guerra. Mi madre debió de contarnos que había combatido, porque yo lo sabía de pequeña. El estrés postraumático (aunque entonces yo no conocía el término) se manifestaba en el caso de mi padre con una ansiedad tan grande que al parecer le producía una necesidad sexual casi constante. A veces se ponía a dar vueltas por la casa… No voy a decir nada más. Pero yo quería a mi padre. Lo quería. (p. 87)
SOBRE CATHERINE, SU SUEGRA, LA MADRE DE WILLIAM
Catherine me compraba ropa. Normalmente la que le gustaba a ella y a veces me dejaba comprar algo que me gustase a mí: una camisa a rayas para llevar con unos vaqueros; una camisa larga, azul y blanca, que me encantaba. Una vez quiso comprarme unos mocasines blancos. «No querrás ponerte otra cosa», me aseguró. Le dije que no los comprara, que no me los pondría. Eran unos zapatos que ella sí habría usado. Eso pensé, aunque no se lo dije, y al final no los compró. Unos meses después de que William y no nos casáramos, Catherine se deshizo de un abrigo que me gustaba mucho. Lo había comprado por cinco dólares en una tienda de segunda mano, y me encantaban los puños enormes y cómo se movía cuando andaba. Era azul marino y me encantaba, me veía reflejada en él. Y Catherine lo tiró un día después de llevarme a comprar uno nuevo. No recuerdo haber visto que lo tirase, solo recuerdo que cuando le pregunté dónde estaba se echó a reír y contestó que lo había tirado. «Ahora tienes el nuevo, que es muy bonito».
SOBRE SER ESCRITORA Y MADRE
Recuerdo que cuando era estudiante y viví un año fuera del campus —aunque estaba casi siempre en el apartamento de William—, de camino a clase pasaba a diario por delante de una casa y me fijé en que la mujer que vivía en aquella casa tenía hijos, y era guapa —más o menos, creo—, y en vacaciones, la mesa del comedor se llenaba de comida, y alrededor de la mesa se sentaban sus hijos, casi mayores, y su marido —supongo que sería su marido— en la cabecera, y cuando yo pasaba por la ventana, pensaba: Así seré yo. Así seré yo.
*Contenido original proporcionado por la editorial ALFAGUARA
Críticas
«Cada libro suyo es esperado como agua de mayo por quienes han probado el estilo sutil de sus novelas, capaz de encontrar una epifanía en las historias más corrientes. Ay, William es un paso más para esta heredera del realismo norteamericano de Lucia Berlin y Alice Munro. Una indagación en los sentimientos complejos y ambivalentes de un matrimonio, incluso cuando este ya ha terminado.»
Alberto Hernando, Esquire
«Una de las escritoras que mejor sabe contar historias en la actualidad. Esta novela es una lección brillante.»
César Suárez, Telva
«No me puedo sacar a Lucy Barton de la cabeza.»
Johanna Thomas-Corr, The Times
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