La brigada 22
de Emilio Gancedo Fernández

Publicación: 18 de septiembre de 2019
Editorial: Pepitas de calabaza
Páginas: 288
ISBN: 978-8417386375

«Una novela espléndida, escrita con precisión y sensibilidad».
Secundino Serrano

Biografía del autor

Emilio Gancedo (León, 1977) es escritor y periodista cultural. Ha firmado libros de relatos, guías de viaje, obras de carácter etnográfico y guiones para documentales, además de ser un asiduo participante en conferencias, tertulias y filandones (cuentacuentos populares). Es autor del tan celebrado como imprescindible Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural. La Brigada 22 es su primera novela.

Sinopsis:

España. 1980. En una ciudad de provincias cualquiera. Francisco Munera es un oficinista gris que vive con su madre, una recalcitrante mujer que pasa los días postrada en la cama y que, por miedo a que su hijo «se signifique y acabe como su padre», se dedica a darle todo tipo de consejos que empequeñecen su ya de por sí anodina existencia. En Paquito, sin embargo, nace súbitamente una ambición: publicar en la sección «Cartas al director» del diario provincial, que siempre leía su padre. Y este anhelo pueril, unido a una serie de sorprendentes coincidencias, le llevará a descubrir la existencia insospechada de unas gentes ancladas en el pasado: una achacosa partida del maquis que, pese a los años transcurridos y al manto de olvido caído sobre sus fusiles, continúa aferrada a unos ideales y a unos cuantos palmos de selva mediterránea. Sus integrantes ni siquiera recuerdan cuánto tiempo llevan emboscados, aunque siguen recordando muy bien por qué. He aquí una extraordinaria fábula sobre el devenir cíclico de la historia de España, sobre la aparente incapacidad de este país para cicatrizar sus heridas.

Con La Brigada 22, Emilio Gancedo nos regala una obra rebosante de humor y ternura, de una profundidad desacostumbrada, que está en la línea de nuestra mejor tradición literaria.

[…]
Por primera vez el semblante del jefe se aflojó un poco. Quedó callado y con la mirada vuelta hacia dentro, como si en la cúpula de su mente comenzara a proyectarse una película sobre otros tiempos y otros rostros. Quizá un tiempo en el que conoció a gentes que subían a los frentes a escribir noticias y perseguir entrevistas jugándose el pellejo propio. Pero al poco tiempo regresó y se esforzó por recuperar su gesto grave.

—Quizá tenga razón… o quizá no. Dígame, ¿tiene algún documento o carné profesional que lo acredite? Desolado, Paquito tuvo que reconocer que no, que aún no lo tenía. Pero decidió no quedarse ahí. —Acabo de empezar a colaborar con un periódico y todavía no me han dado el documento ese que usted

dice. Es el Diario de la Provincia, ¿lo conocen? —preguntó, con un súbito centelleo de audacia.
—¿No siguen publicando Avance obrero? Era el periódico de la provincia en mis tiempos —comentó, algo

animado, el que gastaba mitones y sombrero.
—Creo que no. Vamos, no me suena.
—Claro que no siguen sacando Avance, Cacho, no seas idiota. Y ese que dice el pollo será un periódico

fascista, por supuesto. ¿A que vienen en él los horarios de misas? —preguntó, como exigiendo una prueba irrebatible.

—Sí, sí que vienen.
—¿Veis? —dijo el comandante con acento triunfal.
—Bueno, pero también los resultados de la lonja agropecuaria, y la agenda cultural, y la cartelera de

cines, y los programas de la televisión. Es un periódico muy completo.
—¿Televisión? —inquirió el más joven, el de los cabellos crespos.
—Un invento que los nazis regalaron a Franco —aclaró el jefe. Y cuando escuchó ese apellido, el Marcao

escupió en el suelo—. Un maldito invento alemán.
Paquito iba a decir algo, pero se calló.
—O sea, que usted se presenta aquí y dice que quiere conocernos y hacernos un reportaje, ¿es eso?

—repasó el líder—. O sea, a ver si me aclaro, que usted, señor periodista, ha llegado hasta aquí después de internarse por un laberinto de montes y más montes y de caminos que desafían el olfato de los propios lo- bos, aparte de rastrear, encontrar y atravesar un paso subterráneo que solo conocen los que aquí ve, porque los otros ya están todos muertos, ¿y nos dice que es un tipo que ha empezado a colaborar con el Diario de la Provincia? ¿Es eso? Repito, ¿es eso?

La simplicidad de la respuesta le hizo sentir a Paquito Munera una especie de gracia fría.
—Pues… sí. Sí, sí.
El otro no dejaba de subir y bajar la visera.
—¿Me está diciendo, querido amigo, querido ratón, pollo o lo que maldita cosa sea, que usted, con esa

pinta, ha conseguido lo que no ha podido hacer ningún elemento de las fuerzas invasoras del asesino dicta- dor Franco y sus inmundos cómplices, con todo el aparato de agentes, soldados, números, colaboradores, espías y esbirros que tiene a disposición gracias a su régimen basado en el engaño y el crimen? ¿Que usted solito, un colaborador del periódico provincial, ha llegado a descubrir el camino secreto que conduce hasta el cuartel general de la Brigada 22, la más gloriosa guerrilla de los Ejércitos del Centro, resistente en las sierras desde… desde…?

—Dígalo sin rodeos, jefe, que no sabemos desde hace cuánto —susurró el más joven con un deje de pesadumbre.

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