El manantial
de Ayn Rand
Publicación: 19 de noviembre de 2019
Editorial: Deusto
Páginas: 864
ISBN: 978-8423430925
Biografía del autor
AYN RAND (San Petersburgo, 1905; Nueva York, 1982) fue una escritora y filósofa nacida en Rusia y nacionalizada estadounidense. Tras publicar sus dos primeras novelas, Los que vivimos (1936) e Himno (1938), el éxito le llegó con El manantial (1943) y La rebelión de Atlas (1957), su obra cumbre. En ellas, Rand desarrolló su filosofía, conocida como Objetivismo, en la que concretiza su original visión del hombre como «un ser heroico, con su propia felicidad como el propósito moral de su vida, con el logro productivo como su actividad más noble, y con la razón como su único absoluto».
Más tarde, establecería los fundamentos teóricos de dicha filosofía en sus libros de no ficción: Introducción a la epistemología objetivista (1979), La virtud del egoísmo (1964), Capitalismo: el ideal desconocido (1966), y El manifiesto romántico (1969).
Su legado continúa siendo enormemente influyente entre conservadores y libertarios, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, porque choca de frente contra la inercia cultural adquirida, cuestionando el eje «misticismo-altruismo-colectivismo» y sustituyéndolo por una filosofía basada en: «razón-egoísmo-capitalismo».
Sinopsis:
Howard Roark es un arquitecto joven y osado.
Es individualista, inconforme, y está dispuesto a enfrentarse al establishment de la vieja profesión, los arquitectos que prefieren la resignación a la integridad, que rechazan las innovaciones y cuya única ambición es rendirse al gusto de las masas.
No le resultará fácil. Sólo su granítica entereza le permitirá salir adelante y encarar los deseos de los demás personajes que pueblan una trama tan original narrativamente como profunda filosóficamente: un arquitecto sin vocación que quiere ascender socialmente complaciendo y sometiéndose a otros; una hermosa amante que no cree en el triunfo de la rebeldía; un poderoso editor de periódicos que sabe que su éxito depende del favor del público; y un socialista que dice encarnar los deseos del pueblo y pretende dominar el mundo e imponerle una ética bondadosa. En última instancia, deberá hacer frente a una sociedad que desprecia a los grandes creadores porque no encajan en sus esquemas estrechos y necios.
Obra cumbre de la gran defensora de la razón y de la libertad individual frente a los excesos del Estado y su mentalidad autoritaria, en ella, Rand expone cómo el declive de la competencia entre las grandes empresas, la desmoralización entre quienes deberían liderar la actividad económica y creativa y la inercia del ciudadano común conducen a la pobreza moral y material.
Con esta novela, que desde su publicación en 1943 ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo e inspirado a varias generaciones de lectores que han encontrado en ella una defensa del egoísmo racional, la creatividad y la rebeldía, Ayn Rand se convirtió en una de las escritoras claves del mundo contemporáneo.
ALGUNOS EXTRACTOS DEL LIBRO
HOWARK ROARK Y LA DEFENSA DEL INDIVIDUALISMO
«El primer derecho sobre la tierra es el derecho del ego. El primer deber que tiene el hombre es hacia sí mismo. Su ley moral es no situar jamás su principal objetivo en la persona de los demás. Su obligación moral es hacer lo que desee, siempre y cuando su deseo no dependa, en primera instancia, de otros hombres. Esto incluye todo el ámbito de su facultad creativa, su pensamiento y su trabajo. Pero no incluye el ámbito del mafioso, el altruista y el dictador».
«Un hombre piensa y trabaja solo. Un hombre no puede robar, explotar ni reinar solo. Robar, explotar y reinar requieren la existencia de víctimas. Implican una dependencia. Son el territorio de los que viven de prestado».
«Ahora, en nuestra época, el colectivismo, el reino de los hombres de prestado y de segunda categoría, el antiguo monstruo, se ha soltado y está fuera de control. Ha llevado a los hombres a un grado de indecencia intelectual nunca igualado en la tierra. Ha alcanzado una escala de terror sin precedentes. Ha envenenado todas las mentes. Se ha tragado a la mayor parte de Europa. Está engullendo a nuestro país».
«Soy arquitecto. Sé lo que viene por el principio con el que se ha construido. Nos estamos acercando a un mundo en el que no puedo permitirme vivir. […] Ahora ya saben por qué dinamité Cortlandt. Yo diseñé Cortlandt. Yo se lo di. Yo lo destruí».
«Yo accedí a diseñar Cortlandt con el propósito de verlo construido tal como yo lo diseñara, y por ninguna otra razón. Ése fue el precio que fijé por mi trabajo. No me pagaron».
«Quise venir aquí a decir que la integridad del trabajo creativo de un hombre es más importante que cualquier iniciativa caritativa. Aquellos de ustedes que no entienden esto son los hombres que están destruyendo el mundo».
EL CREADOR INCOMPRENDIDO
«La casa de Heller se hizo famosa en todos los alrededores. La gente se desviaba de su camino para aparcar en la carretera frente a ella, para contemplarla, para señalarla con el dedo y soltar una risita. […]La casa de Heller era conocida en el vecindario como El Loquero.
[…]Peter Keating les decía a sus amigos del sector, con una sonrisa indulgente:
— Oye, oye, no deberías decir eso sobre él. Hace mucho tiempo que conozco a Howard Roark, y tiene mucho talento, mucho. Incluso trabajó para mí una vez. Sólo es que ha perdido la cabeza con esa casa. Aprenderá. Tiene futuro…».
«La oficina de Roark se amplió hasta las cuatro salas. Sus empleados lo adoraban. No se daban cuenta de ello y les habría sorprendido que se aplicara un término como el amor a su frío, intratable e inhumano jefe. Ésas eran las palabras que empleaban para describir a Roark, las que les habían enseñado a usar según todos los parámetros y conceptos inculcados en el pasado, pero, al trabajar con él, supieron que no era ninguna de esas cosas, aunque no podían explicarlo: ni lo que él era ni lo que sentían por él».
«De modo que Roark aceptó construir el templo Stoddard del Espíritu Humano. […] El clamor de indignación que se levantó contra Howard Roark y su templo asombró a todos, excepto a Ellsworth Toohey. Los clérigos condenaron el edificio en sus sermones. Los clubes de mujeres aprobaron resoluciones de protesta. Un Comité de Madres publicó en la página ocho de los periódicos una petición donde berreaban algo sobre la protección de sus hijos. […]Una dama de la alta sociedad escribió un artículo sobre los exóticos templos que había visto en sus peligrosos viajes a la selva, alabó la conmovedora fe de los salvajes y reprochó al hombre moderno su cinismo; el templo Stoddard, dijo, era un síntoma de debilidad y decadencia».
LAS ENSEÑANAS DEL VIEJO CAMERON
«Los hombres odian la pasión, cualquier gran pasión. Henry Cameron cometió un error: amaba su trabajo. Por esa razón luchó. Por esa razón perdió».
«Cameron nunca supo cómo tratar a la gente. No le importaba, como no le importaba su propia vida, ya que nada importaba, salvo sus edificios. Nunca aprendió a dar explicaciones, sólo órdenes. Nunca había caído bien. Lo habían temido. Nadie lo temía ya».
«— Bueno, siéntate. Escucha. Lo entiendo. Y es muy amable por tu parte, pero no lo sabes. Pensé que unos pocos días aquí bastarían para quitarte de la cabeza esa adoración por los héroes. Veo que no ha sido así. Aquí estás, diciéndote a ti mismo lo grande que es el viejo Cameron, un noble luchador, un mártir para una causa perdida, que te gustaría morir en las barricadas conmigo y comer en puestos callejeros conmigo para el resto de tu vida. Lo sé, ahora te parece puro y bello, con tus buenos veintidós años. Pero ¿sabes lo que eso significa? Treinta años de causa perdida, eso suena precioso, ¿no? Pero ¿sabes cuántos días hay en treinta años? ¿Sabes lo que ocurre en esos días? ¡Dime, Roark!».
PETER KEATING, EL ANTAGONISTA
«Keating se dejó llevar por la corriente. Necesitaba a la gente y el clamor a su alrededor. No había preguntas ni dudas cuando se subía a un escenario sobre un mar de caras; el aire era pesado y compacto y estaba saturado de un único disolvente: la admiración. No había sitio para nada más. Él era grande, tan grande como el número de personas que así lo decían. Él tenía razón: tanta como el número de
personas que así lo creían. Miraba las caras y los ojos y se veía nacer en ellos; veía cómo se le otorgaba el don de la vida. Eso era Peter Keating, el reflejo en aquellas pupilas que lo contemplaban, y su cuerpo era su única reverberación».
«Un año en la firma Francon & Heyer le había otorgado a Keating el título de príncipe heredero sin cartera, según los rumores. Aunque aún era dibujante, era el favorito de Francon del momento. Francon se lo llevaba a comer, un honor insólito para un empleado. Francon lo llamaba para que estuviese presente en las entrevistas con los clientes. A los clientes parecía gustarles ver un joven tan decorativo en el despacho de un arquitecto».
KEATING Y ROARK FRENTE A FRENTE
«Para valorar a Peter como se debería, vamos a seguir una comparación. Tomemos dos líneas paralelas. Me inclino a pensar como Euclides: no creo que estas dos paralelas se vayan a encontrar nunca. Así que los dos fueron a Stanton. […] Peter se licenció con honores, el primero de la clase. A Roark lo expulsaron. […]Peter se puso a trabajar para tu padre y ahora es su socio. Roark trabajó para tu padre y lo echaron. […] Peter se lleva el reconocimiento por el edificio Cosmo- Slotnick, y Roark tiene un puesto de perritos calientes en Connecticut. Peter firma autógrafos, y a Roark ni siquiera lo conocen los fabricantes de grifos para bañ̃os. Ahora, Roark tiene un apartotel que hacer, y es tan preciado para él como un hijo único, mientras que Peter ni se habría dado cuenta de que tenía la casa Enright: las consigue a diario. Ahora bien, no creo que Roark piense mucho en el trabajo de Peter. Nunca lo ha hecho, y nunca lo hará, pase lo que pase. […] Perder, ser sacrificado, ser ignorado, ser derrotado, derrotado, derrotado, no por un gran genio, no por un dios, sino por alguien como Peter Keating… En fin, mi pequeña aficionada, ¿tú crees que a la Inquisición espanola se le ocurrió jamás una tortura semejante?”[Ellsworth Toohey a Dominique Francon]».
«Roark miraba los dibujos y, aunque quería tirárselos a Keating a la cara y dimitir, un pensamiento lo frenaba: pensaba que era un edificio y que tenía que salvarlo, del mismo modo que otros no pueden pasar por delante de un hombre que se está ahogando sin lanzarse a su rescate».
«—Mira, Peter. Te creo. Sé que no tienes nada que ganar al decirme esto. Y sé más todavía. Sé que no quieres que yo tenga éxito, y está bien, no te lo reprocho, siempre lo he sabido. Quieres que jamás alcance esas cosas que me estás ofreciendo. Y, sin embargo, me empujas a intentar alcanzarlas, con mucha sinceridad».
«Sacó su cartera, cogió un cheque que había rellenado de antemano y lo puso en la mesa. Decía: “Páguese por este cheque a Howard Roark la cantidad de quinientos dólares”. —Gracias, Peter —dijo Roark, y cogió el cheque.
Entonces le dio la vuelta, cogió su pluma y escribió en el dorso: “Páguese este cheque a Peter Keating”, lo firmó, y se lo entregó a Keating.
—Éste es mi soborno, Peter. Con el mismo objetivo. Para que tengas la boca cerrada.
Keating lo miró perplejo».
«Ahora sabía una cosa más: que odiaba a Roark. Ya no había por qué dudarlo, extrañarse o avergonzarse con ansiedad. Era así de simple: odiaba a Roark. ¿Por qué motivos? Ya no era necesario preguntarse por los motivos. Sólo había que odiar, odiar a ciegas, odiar con paciencia, odiar sin rabia; sólo odiar, y no dejar que nada interviniese, y no permitir que se le olvidara, jamás».
«—Entonces, esto es lo que te ofrezco : diseñaré Cortlandt. Tú lo firmarás. Te quedarás con todos los honorarios. Pero me garantizarás que se construirá exactamente como yo lo haya disenado».
«—Howard, soy un parásito. He sido un parásito toda mi vida. Tú diseñaste mis mejores proyectos en Stanton. Tú diseñaste la primera casa que construí. Tú diseñaste el edificio Cosmo-Slotnick. Me he alimentado de ti y de todos los hombres como tú que vivieron antes de que naciéramos. […] No he añadido en toda mi vida ni un picaporte a lo que los hombres hicieron antes que yo. He cogido lo que no era mío y no he dado nada a cambio. No tenía nada que dar. Esto no es teatro, Howard, y soy muy consciente de lo que estoy diciendo».
DOMINIQUE Y HOWARD: HISTORIA DE UNA PASIÓN
«—¿Quieres saberlo todo? Te lo contaré. Lo conocí cuando estaba trabajando en una cantera de granito. ¿Por qué no? Tú lo vas a poner a hacer trabajos forzados o en un telar de yute. Él estaba trabajando en una cantera. No me pidió mi consentimiento: me violó. Así es como empezó».
Roark se despertó por la mañana y pensó que la noche anterior había supuesto un objetivo alcanzado, como una parada del movimiento de su vida. […] Ambos se habían unido en un entendimiento que iba más allá de la violencia, más allá de la deliberada obscenidad de sus actos. Si ella hubiese significado menos para él, no la habría tomado como lo hizo; si él hubiese significado menos para ella, ella no se habría resistido con tanta desesperación. La irrepetible exultación se debía a que los dos lo habían entendido».
«—Sabes que te odio, Roark. Te odio por lo que eres, por desearte, por tener que desearte. Voy a luchar contra ti, y voy a destruirte, y te digo esto con la misma calma con que te digo que soy un animal suplicante. Voy a rezar para que no te puedan destruir, también te digo esto, aunque no creo en nada y no tengo nada por lo que rezar. Pero lucharé para bloquear cada paso que des. Lucharé para destrozar y arrancarte cualquier oportunidad. Te haré daño con la única cosa que te puede hacer daño: tu trabajo. Lucharé para matarte de hambre, para estrangularte con las cosas que no podrás alcanzar. Te lo he hecho hoy, y por eso me acostaré contigo esta noche».
«En los salones que visitaba, los restaurantes y las oficinas de la Asociación de Arquitectos, la gente hablaba de la aversión de Dominique Francon, del Banner, hacia Howard Roark, esa extravagancia arquitectónica de Roger Enright. Le procuró una especie de fama escandalosa:“Roark, ya sabes, el tipo que le revuelve las tripas a
Dominique Francon”; “La hija de Francon sabe mucho de arquitectura, y si ella dice que no es bueno, debe de ser peor de lo que pensaba”; “¡Dios, cómo deben de odiarse esos dos! Aunque tenía entendido que ni siquiera se conocen”. A ella le gustaba escuchar esas cosas».
«Dominique se quedó en mitad de la habitación, como la primera noche que pasó en esa habitación, en una postura solemne para llevar a cabo un rito.
—Te amo, Roark.
Lo había dicho por primera vez. Había visto el reflejo de sus propias palabras en la cara de Roark antes de pronunciarlas.
—Me casé ayer. Con Peter Keating».
«—Quiero que guardes silencio. Si has pensado en algún momento en querer compartir mi destino, olvídate. No te diré lo que tengo intención de hacer, porque es la única manera de controlarte hasta el juicio. Dominique, si me condenan, quiero que sigas con Gail. Cuento con eso, quiero que sigas con él, y nunca le cuentes lo nuestro, porque os vais a necesitar el uno al otro».
«Pero, Howard, ahora estamos juntos contra todos ellos. Tú serás un convicto y yo una adúltera. Howard, ¿te acuerdas de cuando me daba miedo compartirte con los puestos de comida callejeros y las ventanas de los desconocidos? Ahora no me da miedo que lo de anoche se denigre en todos sus periódicos. Cariño mío, ¿ves por qué soy feliz y por qué soy libre?».
ELLSWORTH TOOHEY Y SU LUCHA CONTRA EL INDIVIDUALISMO
«Ellsworth fue a Harvard. Su madre le había dejado un seguro con ese propósito específico. En Harvard, su rendimiento académico fue superlativo. Se especializó en historia. […]Las relaciones de Ellsworth con sus companñeros fueron lo más atípico de sus logros en Harvard. Se hizo aceptar. Entre los orgullosos jóvenes descendientes de honorables apellidos ilustres, no ocultó su origen humilde: lo exagero».
«La gente advertía que Ellsworth Toohey apenas dejaba que un muchacho emprendiera la carrera que había elegido: «No, yo no estudiaría derecho, si fuese tú. Te lo tomas con demasiada tensión y pasión. La devoción histérica a la carrera no genera felicidad ni éxito. Es más sabio elegir una profesión en la que puedas mantener la calma, la cordura y la objetividad. Sí, aunque la odies. Te hace poner los pies en la tierra».
«Sostenía que la familia era una institución burguesa, pero no hizo una causa contra ella ni lanzó una campaña a favor del amor libre. El asunto del sexo le aburría, aunque le parecía que había demasiado run-rún sobre el maldito tema. No tenía importancia: había demasiados problemas, y mucho más importantes, en el mundo».
«Él decía que la arquitectura era la mayor de las artes porque era anónima, como toda grandeza. Decía que el mundo había tenido muchos grandes edificios, pero pocos constructores de renombre, como debía ser, ya que ningún hombre ha creado
jamás nada importante en la arquitectura, ni en cualquier otra cosa, tampoco».
«—Lamento ver que no me has entendido en absoluto. En todos estos años, no has aprendido nada de mis principios. Yo no creo en el individualismo, Peter. Yo no creo que un hombre sea algo que nadie más pueda ser. Creo que todos somos iguales e intercambiables. […]¿Por qué te puse donde estás? Para proteger al sector de los hombres que se volverían irremplazables. Para dejarles una oportunidad a los Gus Webb de este mundo. ¿Por qué te crees que luché, por ejemplo, contra Howard Roark?».
«Debemos aplastar, en la persona de Howard Roark, las fuerzas del egoísmo y el individualismo antisocial —la maldición de nuestro mundo moderno—, cuyas últimas consecuencias se nos muestran aquí. Como dije al principio de la columna, el fiscal del distrito tiene ahora en su poder una prueba —cuya naturaleza no podemos desvelar en este momento— que demuestra de forma concluyente que Roark es culpable. Nosotros, el pueblo, deberemos ahora exigir justicia».
EL REY DE LA PRENSA AMARILLA TIENE UN NOMBRE: GAYL WYNAND
«Tenía veintitrés años cuando una facción política rival, con la intención de ganar unas elecciones municipales y la necesidad de un periódico donde publicitar cierto asunto, compró el Gazette. Lo compraron a nombre de Gail Wynand, que serviría de fachada respetable para el aparato. Gail Wynand pasó a ser el director. Publicitó aquel asunto y les hizo ganar las elecciones a sus jefes. Dos años después, aplastó a la camarilla, mandó a sus líderes a la cárcel y se quedó como propietario único del Gazette. Su primera decisión fue quitar el letrero de la puerta del edificio y deshacerse de la vieja cabecera. El Gazette se convirtió en el Banner de Nueva York».
«El público pedía crímenes, escándalos y sensiblería. Gail Wynand se lo procuraba. Le daba a la gente lo que quería, más la justificación para dar rienda suelta a los gustos de los que se avergonzaban. El Banner sacaba a un asesino, a un pirómano, a un violador o a un corrupto, cada uno frente a la moraleja oportuna. “Si haces que la gente lleve a cabo una labor noble, se aburre. Si le permites ceder a sus gustos, se avergüenza. Pero si combinas las dos cosas, ya es tuya”, decía Wynand. Publicó historias sobre chicas descarriadas, divorcios de la alta sociedad, orfanatos, barrios de prostíbulos y hospitales de la beneficencia. «El sexo primero, y las lágrimas después. Causarles picores y hacerles llorar, y ya los tienes», decía Wynand».
«El resto fue rápido y simple como una epidemia. Cuando cumplió los treinta y cinco años, había periódicos de Wynand en todas las ciudades importantes de Estados Unidos. Cuando cumplió los cuarenta, tenía revistas Wynand, noticieros Wynand y la mayor parte de Wynand Enterprises, Inc.».
LA UNIÓN WILAND-ROARK
«—Por favor, escuche con atención, señor Roark. Debo explicar esto y que se entienda. Quiero emprender de inmediato la construcción del edificio Wynand. Quiero que sea el edificio más alto de la ciudad. No me discuta la cuestión de si es el momento oportuno o lo aconsejable en términos económicos. Quiero que se construya.Quiero que se utilice, y eso es lo único que a usted le concierne. Albergará el Clarion y todos los despachos de Wynand Enterprises que ahora están repartidas en varias partes de la ciudad
[…]—Si observa la conducta del mundo en el presente y el desastre al que se encamina, quizá le parezca un encargo ridículo. La era de los rascacielos ha terminado. Ésta es la era de los proyectos de viviendas sociales, lo cual es un preludio a la era de las cuevas. Pero a usted no le da miedo un gesto contra el mundo entero. Éste será el último rascacielos que se construya jamás en Nueva York. Y está bien que así sea. El último logro de un hombre en la tierra antes de que la humanidad se destruyera a sí misma.
—La humanidad nunca se destruirá, senor Wynand. Ni debería considerarse a sí misma destruida. No mientras haga cosas como ésta.
— ¿Como qué?
—Como el edificio Wynand».
DINAMITAR LAS VIVIENDAS SOCIALES COMO SÍMBOLO DEL PENSAMENTO DE ROARK
«—Dijiste ayer: «¿A qué arquitecto no le interesan las viviendas sociales?». Yo odio todo el maldito concepto. Creo que es una iniciativa digna, ofrecer un apartamento decente a una persona que gana quince dólares a la semana, pero no a costa de otras. No si eso supone subir los impuestos, subir todos los demás alquileres y hacer que el hombre que gana cuarenta dólares viva en una ratonera. Eso es lo que está pasando en Nueva York. Nadie puede permitirse un apartamento moderno, salvo los muy ricos y los indigentes».
«—Sí, Cortlandt. […] No creo en la vivienda social. No quiero oír nada sobre sus nobles propósitos. No creo que sean nobles. Pero eso no importa, tampoco. No es lo que más me preocupa. Ni quién viva en la casa ni quién mande construirla. Sólo la casa en sí. Si tiene que construirse, que al menos se construya bien».
«Cuando el primer policía llegó al lugar de la explosión, encontró, detrás del edificio, en la orilla del río, el detonador que había activado la dinamita. Roark estaba junto al detonador con las manos en los bolsillos, contemplando los restos de Cortlandt.
—¿Qué sabe de esto, amigo? —dijo el policía.
—Será mejor que me detenga. Hablaré en el juicio —dijo Roark».
«“Un hombre que destruye el futuro hogar de los desheredados. Un hombre que condena a miles de personas al horror de los suburbios, a la suciedad, la enfermedad y la muerte. Cuando una sociedad empezó a despertar, con un nuevo y humanitario sentido del deber, e hizo un esfuerzo por rescatar a los desfavorecidos, y cuando los mejores talentos de la sociedad crearon unidos un hogar decente para ellos, el egoísmo de un hombre hizo volar en pedazos el logro de los demás. ¿Y para qué? Por alguna vaga cuestión de vanidad personal, por algún engreimiento vacío. Lamento que las leyes de nuestro estado no permitan más que una sentencia de cárcel por este crimen. Ese hombre debería pagar con su vida. La sociedad necesita el derecho a librarse de hombres como Howard Roark.”
Así se expresó Ellsworth M. Toohey en las páginas de New Frontiers».
«Otro editorial de Wynand decía:
Hemos oído gritar que Howard Roark pasa su carrera profesional entrando y saliendo de los tribunales. Bien: es cierto. Un hombre como Roark está sometido al enjuiciamiento de la sociedad toda su vida. ¿A quién habría que acusar por ello? ¿A Roark, o a la sociedad?».
«En un artículo reproducido en varios periódicos, Lancelot Clokey escribió:
“¿No es lo apropiado que los periódicos de Wynand defiendan a Howard Roark? […] Los periódicos de Wynand: ese bastión del periodismo sensacionalista, la vulgaridad, la corrupción, los escándalos; ese insulto organizado al gusto y la decencia públicos; ese inframundo intelectual regido por un hombre que tiene menos concepto de los principios que un caníbal. Los periódicos de Wynand son los defensores apropiados de Howard Roark, y Howard Roark es su legítimo héroe. Después de toda una vida dedicada a dinamitar la integridad de la prensa, es lógico que Gail Wynand apoye ahora a otro dinamitero más brutal».
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