La ciudad de la piel de plata

«Espero que mis novelas estén a la altura de lo que Bilbao se merece. Desde luego, han sido escritas con todo el cariño que llevaba dentro. No se me ocurría otro modo de rendirle homenaje a esta maravillosa ciudad.»

Esta novela cuenta la historia de Alberto Cepeda, joven ingeniero con vocación de periodistas, tras su regreso a Bilbao en 1993, después de un exilio de diez años al que se vio forzado por las amenazas de ETA a sus padres, unos de los miles de emigrantes que llegaron a Vizcaya en los años sesenta.

Alberto trabajará como ingeniero en un nuevo proyecto del que nadie es consciente de la dimensión que alcanzaría: la construcción del museo Guggenheim a la sombra de la amenaza terrorista que siempre tuvo al museo en el punto de mira.

El tiempo ya ha reconocido su valor en la transformación de Bilbao y su resurgimiento de las cenizas industriales. Su diseño vanguardista, el efecto de su construcción, le han llevado a ser considerado en el mundo como el edificio más importante de nuestra era. Ahora ya tiene su novela.

El joven ingeniero tendrá que vencer sus miedos para enfrentarse a su amada ciudad, cuya vida sigue condicionada por el terrorismo.  Allí se encuentra con Izarbe Segurola, la hija de su jefe, de quien se enamora perdidamente, y que le revela un misterioso episodio del pasado de su familia. En efecto, Izarbe le cuenta que sus abuelos fueron apresados durante la guerra civil y que su abuela, Irene Lasa, escritora, dio a luz a una niña en el penal de mujeres de Saturraran; a pesar de que le dijeron que había nacido muerta, ella está convencida de que se la robaron. En parte porque se está enamorando de Izarbe —a pesar de que el fantasma de su antigua novia se materializa cuando ella se entera de que ha vuelto y en parte por su espíritu de periodista investigativo Alberto empieza a investigar la desaparición de la niña, que ahora habría cumplido cincuenta y cinco años.

Las inquietudes amorosas del joven —que se mueven entre el interés por la chica y por su antigua novia—, sus recuerdos del pasado —personales y de la ciudad— y los detalles de la construcción del museo se fundirán en la búsqueda de la niña desparecida.

Es inevitable sentir atracción por el protagonista de esta historia. A veces nostálgico, de carácter bastante reflexivo. Le llamaban cariñosamente en privado Don Espíritu de la Contradicción desde su época de adolescente, en la que las veces que se ofuscaba se limitaba a encerrarse a escuchar música en su cuarto.

Félix G. Modroño, sabedor de que la ficción siempre se alimenta de la realidad y de que la única misión del novelista consistía en hacerla verosímil a ojos del lector construye un relato con palabras, recuerdos y emociones, muy presentes en toda la obra a través del carácter evocador de la narración. Esto se debe en parte a las vivencias del propio autor que tuvo que amar la ciudad desde la distancia, tras tener que abandonarla a causa del terrorismo, en los años ochenta.

En la figura del joven protagonista, el autor rinde así homenaje a toda una generación de vascos, hijos de emigrantes castellanos, gallegos, leoneses, andaluces, extremeños…, que tuvieron que dejar sus pueblos de origen con lágrimas en los ojos para tratar de conseguir un futuro mejor para su familia.

La ciudad de la piel de la plata, está tan presente que puede recorrerse de forma casi exhaustiva de tal manera la que las calles y locales existen, permitiendo perderse literalmente por sus calles.

Aunque Bilbao no constituye un mero escenario en el que están ambientadas las tres novelas de Modroño, sino que es la propia esencia de las mismas. A través de La ciudad de los ojos grises, La ciudad del alma dormida y este último libro, La ciudad de la piel de plata, Félix G. Modroño ha querido narrar sus tres grandes transformaciones del siglo más importante de su historia: la industrial, que convirtió a la pequeña villa en la gran urbe que todos conocemos, la social por culpa de una guerra civil que nadie esperaba y la arquitectónica, que contribuyó a su reinvención.

Las tres novelas están engarzadas finamente en el cierre de la trilogía. Tanto por la presencia de personajes cruzados, como el matrimonio formado por Irene e Ignacio, protagonistas de la segunda entrega y la trama de la niña desaparecida. Como las alusiones directas títulos anteriores, que funcionan como resortes para los lectores que han seguido con pasión la serie.

«Hablando en serio, La ciudad de los ojos grises la escribió un arquitecto enamorado de aquella Izarbe de la belle époque a la que curiosamente le debo el nombre. ¡Y me encanta! Porque ella en la novela es una metáfora de la propia ciudad de Bilbao. Su autor era el mejor amigo de Fernando Zumalde, quien nunca dejó de investigar el paradero del bebé robado en Saturraran.»