Las minas del rey Salomón
de Henry Rider Haggard
Considerada la primera gran novela de aventuras sobre África, «Las minas del rey Salomón» se convirtió enseguida en un bestseller que superó todas las previsiones. Por primera vez, el héroe sufre los achaques de la edad ―supera los cincuenta años, que en su época lo acercaba a la vejez―, tiene mala dentadura, no se fía del todo en su puntería e intenta quedarse tras la primera línea de combate, algo que contribuye a su longevidad, poco frecuente en una profesión de tanto riesgo como la suya. Mezcla de acción y de misterio, por sus páginas se suceden escenas que poco tiempo después serían habituales en la saga de Indiana Jones, muchas de ellas con un componente esotérico perturbador. José María Gallego ilustra a color uno de los grandes clásicos de aventuras en una nueva traducción de Susana Carral realizada expresamente para esta edición.
Henry Rider Haggard (Bradenham, Norfolk, 1856 – Londres, 1925) se presentó a los dieciséis años a unas oposiciones para el Foreign Office y partió a Sudáfrica. A los veintiún años fue nombrado secretario del Tribunal Supremo de Pretoria. De regreso a Inglaterra se hizo abogado y comenzó a publicar artículos sobre África. En 1882 apareció su primera novela, que pasó sin pena ni gloria, y tres años después «Las minas del rey Salomón» que, pese a haber sido rechazada por varias editoriales, le proporcionó fama y fortuna. De entre su extensa obra destacan «Ella» (1886) y «Allan Quatermain» (1887).
De la introducción del editor
En El templo del sol, decimocuarto álbum de Tintín, dibujado por Hergé entre diciembre de 1946 y abril de 1948, el reportero belga se libra de ser sacrificado por los incas gracias a un eclipse solar. Obviamente, Georges Prosper Remi, nombre auténtico de Hergé, había leído Las minas del rey Salomón, donde sesenta años antes Allan Quatermain se había salvado utilizando el mismo truco.
En En busca del arca perdida (1981), de Steven Spielberg, un árabe imponente se enfrenta con su enorme cimitarra a Indiana Jones, que parece estar a punto de defenderse con su látigo. Cuando el espectador se revuelve en la butaca ante el inicio de lo que promete ser una lucha encarnizada, Indi abandona el látigo, saca su revólver y dispara casi a bocajarro, dejando fuera de juego a su rival. Prácticamente, lo mismo que casi un siglo antes hizo Allan Quatermain cuando un gigante negro se arrojó contra él, lanza en ristre, durante la batalla que lo enfrentó a las tropas del pérfido rey Twala.
Lawrence Kasdan, que firma el guion de En busca del arca perdida junto a Philip Kaufman y George Lucas, no solo demuestra ser un lector apasionado de Henry Rider Haggard (1856 -1925). Para escribir las escenas iniciales en las que Jones penetra en un templo en busca de un ídolo de oro, sin duda visitó durante bastante tiempo los capítulos finales de Las minas del rey Salomón. Solo hay que fijarse en cómo baja hacia el suelo la enorme puerta de piedra que pretende encerrar a Indiana en la cámara del tesoro para toda la eternidad.
Rider Haggard sería, por tanto, el Cervantes del género de aventuras, el escritor que abre y cierra prácticamente todos los caminos, creando además el héroe posmoderno: la dentadura de Quatermain deja bastante que desear, no es valiente y gracias a ello, según él mismo confiesa, ha llegada a los cincuenta años, edad poco usual entre los cazadores de elefantes; no siempre acierta cuando dispara y su cultura dista mucho de ser amplia y sofisticada, como deja patente al confesar insistentemente que su libro de cabecera es Las leyendas de Ingoldsby (1837), de Richard Harris Barham, conjunto de pastiches de género gótico muy populares, escritos por un clérigo inglés, que durante el siglo XIX gozaron de enorme popularidad y numerosas reediciones, algunas de ellas ilustradas, como la que firmó en 1907 Arthur Rackham. Quatermain se adelanta a antihéroes como Harry Flashman, creado en 1969 por George MacDonald Fraser (1925-2008), que protagoniza doce novelas en las que hace gala de tanto ingenio como cobardía. Y, por supuesto, es un antecedente directo incluso de los superhéroes de la Marvel, que no ocultan las debilidades de la condición humana.
Los tiempos, sin embargo, no soplan a favor de Rider Haggard. La misma corriente de opinión que desde hace años persigue a los cuentos de hadas populares, se conjura ahora contra el resto de la literatura, intentado borrar de su historia cualquier huella de lo que hoy se considere políticamente incorrecto. Si la nueva Inquisición intelectual ya ha arremetido con fuerza contra Mark Twain, por reflejar cómo se trataba a los negros en el Sur de Estados Unidos de América durante el siglo XIX, ¿cómo ha de juzgar una novela en la que los personajes viven de cazar tantos elefantes como sean capaces de matar con sus rifles, los negros confiesan que sus costumbres son mucho más crueles que las de los blancos y la bella nativa Foulata tiene claro desde el principio que su amor carece de futuro debido al color de la piel que le separa de su amado?
Ni siquiera el sentido del humor que se desborda por todas las páginas de Las minas del rey Salomón podrá contener las iras de los nuevos censores, que han tomado el relevo de la Iglesia en defensa de la salvación de la moral y las buenas costumbres. Y, para colmo de males, una de las dos mujeres que destacan en el libro es una malvada y carnicera negra, que ha logrado vencer el paso del tiempo cometiendo cientos de crímenes tan sangrientos como indiscriminados. Nada que ver con la atractiva Deborah Kerr que acompañaba a Stewart Granger, un Quatermain apuesto y elegante, en la versión cinematográfica que en 1950 dirigieron Compton Bennett y Andrew Marton para la Metro-Goldwyn-Mayer. Rodada en escenarios naturales, lo que le aporta un matiz documental, la actriz británica adopta el papel que en la novela recae en sir Henry Curtis. Él busca a su hermano, ella a su marido.
Treinta y cinco años después, sería Sharon Stone quien contratase a Quatermain, interpretado por el galán televisivo Richard Chamberlain, para que en esta ocasión buscara a su padre, famoso arqueólogo perdido cuando iba en pos de las minas del rey Salomón. Dirigida por John Lee Thompson con menos arte que oficio, se aproxima más a Indiana Jones que al texto de Rider Haggard.
Un Quatermain más parecido al de la novela que al cinematográfico, al menos en cuanto a la prudencia, es uno de los protagonistas del cómic de ciencia ficción La liga de los hombres extraodinarios, serie que arrancó en 1999 con guion de Alan Moore y dibujo de Kevin O’Neill y se prolongaría hasta 2018. En 2003 sería adaptado al cine por Stephen Norrington, que convierte a Quatermain —interpretado por Sean Connery— en una especie de macho alfa próximo a los superhéroes.
Aunque Las minas del rey Salomón, la primera novela inglesa ambientada en África, es un clásico indiscutible, capaz de vender 31.000 ejemplares durante su primer año en las librerías y de no haber dejado de ser reeditada desde entonces en todo el mundo, en España ha sido relegado últimamente a antiguas y no siempre fieles traducciones, destinadas casi exclusivamente al público infantil y juvenil.
Susana Carral devuelve a la novela la fantasía y exotismo del original, mientras José María Gallego la ilustra con tal alarde de maestría que hubiera maravillado al propio Rider Haggard. Ambos convierten esta obra en uno de los volúmenes más bellos del catálogo de Reino de Cordelia.
*Contenido original proporcionado por la editorial Reino de Cordelia
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