Lobo: Unas memorias falsas de Jim Harrison

Vuelve uno de los más grandes escritores norteamericanos de todos los tiempos con una novela salvaje en todos los sentidos de la palabra. 

En 1970, Jim Harrison tiene la edad con la que murió Cristo y lleva encima la cruz del alcoholismo y la depresión. Primero perdió un ojo y luego a su hermana del alma y a su padre, arrollados por un conductor borracho. Está cansado de ganarse el pan dando clases de Literatura a chavales pijos de la Costa Este, de modo que lee a Lorca y a Rimbaud como si la vida se le fuera en cada verso y sale a pescar a lugares remotos como si así pudiera alejarse de sí mismo. Hasta que un día tiene un accidente en la montaña: cae por un acantilado y se destroza la columna vertebral. Deberá guardar cama durante meses y no está claro que vuelva a caminar. Podría ser el final. O el principio.

Harrison pasó los dos meses siguientes postrado y escribiendo día y noche en la vieja Remington de su padre. El resultado fue «Lobo», una novela arrolladora, furiosa y bellísima, por momentos brutal, y lúcida en cada línea. En palabras del propio Harrison, «Lobo» (subtitulada «Unas memorias falsas») «es la historia de un hombre joven que ha hecho demasiadas imbecilidades en su vida y se retira a los bosques para encontrarse a sí mismo y, sobre todo, para encontrar un lobo».

En ella descubrimos los grandes temas del mejor Harrison: la celebración de la naturaleza y la crítica a la degradación del mundo salvaje bajo el imperio del capital, los personajes heridos de muerte por la soledad, eternos vagabundos y marginales, desencantados con el progreso de una civilización ciega y enfebrecida, que buscan en el whisky, la marihuana y el sexo al menos un instante de sosiego. Pero lejos de idealizar esa naturaleza en la que parece refugiarse, Harrison hace brotar de sus profundidades toda la violencia y el miedo que alberga su alma. Un lobo siempre será un lobo.

Jim Harrison (Míchigan, 1937 – Arizona, 2016)
Fue escritor, poeta, viajero, pescador, gran gourmet y buen bebedor. Se lo considera uno de los grandes narradores norteamericanos y ha sido comparado en innumerables ocasiones con Faulkner y Hemingway. Hijo de un ingeniero agrícola y un ama de casa, desde siempre fue la oveja negra de la familia, y mientras sus hermanos forjaban sus carreras como decanos de distintas universidades, él ya había dejado de estudiar a los dieciocho años y se había marchado a Nueva York tras la sombra de Rimbaud: quería ser poeta. En una entrevista reciente, Harrison declaró: «Cualquiera que estuviera un poco loco me gustaba. Yo era como un personaje de Roberto Bolaño, eternamente persiguiendo las cosas más descabelladas». Harrison leyó a Bolaño, pero antes había leído a Federico García Lorca, Jorge Guillén, Antonio Machado, César Vallejo… Eso sí, siempre como autodidacta, nunca asistió a un taller de escritura y, sin embargo, dominó todos los géneros y fue autor de una veintena de novelas, catorce poemarios, diversos ensayos y dos volúmenes de memorias, una extensa obra que se ha traducido a más de treinta lenguas. Sus libros han conformado una constante exploración de la relación del ser humano con la naturaleza salvaje, y un viaje de ida y vuelta entre los laberintos de la mente y los placeres del cuerpo. Nadie como él ha descrito los grandes paisajes de Estados Unidos, el legado indio y la historia contemporánea de la América rural. Entre sus obras más importantes se encuentran la mundialmente famosa, por su adaptación al cine, Leyendas de otoño, así como Dalva y Lobo, todas ellas publicadas por Errata naturae.

«Jim Harrison hace honor como pocos al gran arte ancestral de contar historias».
Raymond Carver

«Harrison porta en sí mismo la semilla de la inmortalidad».
The London Sunday Times

«Jim Harrison es uno de los mejores escritores de su generación».
The New Yorker

«A Jim Harrison las historias se le caían de los bolsillos. La fecundidad de su literatura trae a la memoria los grandes nombres de la gran épica continental, tan ligada al territorio y al paisaje, como Herman Melville o Wallace Stegner. Esa épica de la vastedad y del hombre inscrito en su seno, animal ínfimo pero sublevado, como un Prometeo levantiscón».
Ricardo Menéndez Salmón, La Nueva España

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