Moroloco
de Luis Esteban

Publicación: 5 de septiembre de 2019
Editorial: SUMA
Páginas: 512
ISBN: 978-8491293125

Biografía del autor

LUIS ESTEBAN es licenciado en Derecho y comisario de la Policía Nacional, destinado hasta fecha reciente en Algeciras, uno de los epicentros del narcotráfico en España. Ha publicado las novelas El inspector que ordeñaba vacas, La vida contra las cuerdas y El río guardó silencio (Suma,2017).

Nota de prensa:

Moroloco se ha ganado a pulso el título de mayor traficante de hachís del continente europeo, relegando a sus competidores a pequeñas zonas y ampliando su área de influencia y sus negocios sin cesar. La llegada de Gabriel Zabalza a Algeciras altera sensiblemente este escenario: el comisario ha escogido su nuevo destino profesional queriendo alejarse lo más posible de la tragedia familiar que arrastra como condena y obsesión

—la muerte de su hija de doce años— y vuelca su dolor y rabia en la lucha contra el narcotráfico, ignorando que Moroloco vivió un drama similar —la muerte de su hijo de cinco años—.

La nueva, apasionante y muy documentada novela de Luis Esteban, una crónica realista que describe con meticulosidad y conocimiento de primera mano el submundo del narcotráfico en Campo de Gibraltar y sus implicaciones con el espionaje y el yihadismo.

LA OBRA

«Mi nombre es Rachid Absalam, tengo treinta y cuatro años y soy el narco más poderoso de Campo de Gibraltar. Todos me conocen por Moroloco, a pesar de que saben que mi salud mental es cojonuda y que si averiguo que alguno me llama así le va a faltar cuerpo para encajar las hostias».

«Hoy cualquier niñato se cree Pablo Escobar y por eso La Línea es un sindiós».

Moroloco ha llegado a ser, «combinando audacia, suerte e inteligencia», el mayor traficante de hachís del continente europeo en apenas diez años, tras una meteórica ascensión desde los puestos más bajos del escalafón. Pero «ese mundo estrecho y enmohecido comprendido entre el barrio de El Saladillo, en Algeciras, y el de La Atunara,en La Línea de la Concepción» empieza a parecerle poca cosa y quiere extender su red de influencia a otras drogas, cocaína especialmente.

Gabriel Zabalza escoge Algeciras como nuevo destino profesional tras un brillante trabajo como jefe de la sección de estupefacientes en la brigada judicial de Madrid por el que ha sido ascendido a comisario. Aunque llega como jefe de operaciones de la demarcación, la prolongada baja por depresión del titular de la plantilla le convierte desde el primer día en el policía de más rango en la ciudad. Su máximo empeño (que para algunos de sus hombres y homólogos de otras fuerzas/secciones roza lo obsesivo, cuando no lo es directamente) es recabar las pruebas suficientes para poder acusar y condenar a Moroloco por tráfico de drogas. Los dos hombres ignoran que la tragedia les hermana, puesto que ambos perdieron a sus primogénitos (Khaled y Lidia, respectivamente) y arrastran dolor y rabia similares.

Luis Esteban consigue una novela alejada de estereotipos, un magnífico documento sobre una realidad que conoce de primera mano, un gran reportaje periodístico (asunto, por cierto, que también se toca de un modo muy plausible en el texto) que se transforma en historia de ficción… o no tanto.

NOTA ACLARATORIA DEL AUTOR:

«Los funcionarios y autoridades que aparecen en esta novela no se corresponden con quienes verdaderamente ocupan sus puestos. Cualquier coincidencia entre unos y otros ha de ser considerada fruto del azar.

Los miembros de las fuerzas de seguridad que prestan servicio en Campo de Gibraltar son, en su inmensa mayoría, fieles servidores públicos que se atienen de manera estricta a la

legalidad. Yo mismo he podido asistir, en infinidad de ocasiones, a ejemplares actos de entrega y sacrificio protagonizados por mis compañeros de la Policía Nacional en la comarca. Doy fe de su honradez y de su arrojo, y es un honor para mí portar su mismo uniforme.

Todos los hechos descritos son producto de mi imaginación. El contexto, sin embargo, está inspirado en la realidad».

GLOSARIO BÁSICO:

El DRAE define germanía como la «jerga o manera de hablar de ladrones y rufianes, usada por ellos solos y compuesta de voces del idioma español con significación distinta de la verdadera, y de otros muchos vocablos de orígenes muy diversos». Se incluyen a continuación algunos de los términos más utilizados en la novela (donde aparecen convenientemente explicados):

Barbudo: en argot policial y del hampa, yihadista.

Braceros o paqueteros: personas que descargan de una goma los fardos de hachís y los trasladan hasta los vehículos de transporte.

Clencha: en germanía, raya de cocaína.

Colla: en germanía, grupo dedicado a alguna actividad relacionada con el narcotráfico.

Colombiche: en germanía, colombiano.

Fardo o paquete: bulto cubierto de arpillera en que se disponen las pastillas o placas de hachís para su transporte. Suele pesar unos treinta kilogramos.

Gayumbazo: en germanía, acto de culminar un alijo de hachís que ha sido transportado en narcolancha.

Goma: en germanía, lancha semirrígida dotada con potentes motores, usualmente utilizada para el tráfico de hachís.

Jugar: en el mundo del hachís, introducir una narcolancha cargada de droga en una playa.

Limpiar el forro: en germanía, matar, asesinar.

Maco: en germanía, cárcel, prisión.

Madera, La: en germanía, Policía Nacional. Morder: en argot policial y germanía, detectar. Napiar: en germanía, esnifar.

Niño: en germanía, unidad de droga que equivale al fardo de treinta kilogramos si se trata de hachís y a una placa de un kilogramo si se refiere a cocaína.

Pollo: en germanía, un kilogramo de cocaína.

Trabajo: en el mundo del hachís, alijo en una playa.

Volcar: en germanía, robar droga.

MOROLOCO Y ZABALZA:

Moroloco:

«La información es poder. Después de años de riesgo y fatigas, y pese a varios reveses del destino, he amasado una fortuna cuya cuantía exacta desconozco, pero que no podría gastar en trescientos años que viviera. Y conseguido el dinero, solo resta el poder. El poder de influir, para bien o para mal, en las vidas de los que nos rodean. El poder de condicionar las decisiones de los demás: de los vecinos, de los agentes de la autoridad, de los jueces, de los políticos. Para ejercer ese poder, no hay mejor herramienta que la información. Por eso pago por ella y recluto a cualquiera que sea capaz de recabarla. La información es una llave maestra, quien sabe manipularla puede abrir todas las puertas. A ese respecto, El Saladillo es un punto geográfico crucial, la zona cero de mi vasta red de inteligencia. Por sus aceras transitan traficantes, imanes radicales y policías corruptos. También moros de Ceuta y Marruecos que saben cosas oscuras y comercian con ellas para buscarse la vida».

«Ser musulmán consiste, sobre todo, en someterse a la voluntad del Altísimo. En este sentido, yo soy un musulmán irreprochable. Me centro en el presente sin preocuparme por el futuro y acepto sin rencor los golpes del destino. Vivo a porta gayola, a pecho descubierto, con el corazón expuesto a una Providencia a la que ni exijo ni imploro, a la que ni maldigo ni recrimino. En el fondo ni creo en Dios ni dejo de creer. Las cuestiones escatológicas me resbalan, pero eso no significa que sea un amoral. Tengo mi ética y soy consecuente con ella».

«Antes éramos contrabandistas y guardábamos las formas. Alijábamos con discreción, de noche, en calas recónditas o playas apartadas. Sabíamos que nuestro trabajo es como el de las prostitutas: el Estado las tolera siempre que no se exhiban en medio de la ciudad. Al igual que ellas, nos escondíamos de la pasma, más que nada por respeto, y no se nos ocurría descargar a mediodía ni delante de críos o familias. Éramos civilizados: si la madera nos sorprendía, tratábamos de huir sin dañar a nadie; si nos cogían, reconocíamos nuestra derrota. No había venganzas contra las fuerzas de seguridad ni contra jueces o fiscales. Ahora reina la anarquía, la ley de la jungla. Los niñatos alijan en el primer sitio que se les ocurre, lesionan o matan a inocentes y hostigan a policías que lo único que hacen es ganarse el pan. Si nadie pone remedio, habrá más tiroteos y víctimas inocentes. Las fuerzas de seguridad reaccionarán intensificando la presión y el negocio se vendrá abajo. La tarta quedará pequeña para tanto comensal. Se producirán alborotos y desórdenes públicos, los precios de los inmuebles caerán y los inversores huirán de la zona».

Zabalza:

«Cuando vino a Algeciras, año y medio atrás, Gabriel Zabalza sabía que el nuevo destino iba a ser exigente. En teoría es el jefe de operaciones de la demarcación, pero la baja por depresión del titular de la plantilla, el comisario principal Luis Javier Estévez, lo convierte en el policía de más rango en la ciudad. No conoce a Estévez, cuyos problemas de salud comenzaron días antes de la llegada de Zabalza. Algunos dicen que la depresión es fingida, una pataleta por no haber conseguido un puesto en Madrid; otros que ha sufrido mucha presión y no ha sabido gestionarla. En lo que todos coinciden es en su pésimo carácter y en que creaba un ambiente irrespirable a su alrededor.

Así pues, Zabalza ejerce el mando accidental de la dependencia. Antes trabajó como jefe de la sección de estupefacientes en la brigada judicial de Madrid. La desarticulación del resucitado clan de Los Florida, la incautación de quinientos kilos de heroína en una operación conjunta con la policía turca y los sucesivos golpes al trapicheo asestados en la Cañada Real hicieron de él un adalid en la lucha contra el narco. Con solo oír su nombre, los traficantes de la capital se echaban a temblar, no tanto porque usara métodos expeditivos como por la meticulosidad con que llevaba a cabo sus investigaciones, que solía traducirse en largas condenas para los detenidos».

«A Zabalza, tratar con confidentes le suscita escrúpulos de conciencia. Él no es como otros policías, que menosprecian a sus colaboradores y los consideran simples suministradores de datos y servicios, cachos de carne de los que deshacerse una vez exprimidos. No sabe deshumanizar a quienes le ayudan y nunca se refiere a ellos como sapos, chotas o soplones. El roce le muestra el lado afectivo de los confites, sus miedos e ilusiones, y ya no puede dejar de sentirlos próximos por muy marginales que sean o muchos delitos que hayan cometido. No traza una frontera entre el confidente y el hombre, ni enfoca la relación desde una perspectiva meramente utilitaria. No se comporta como Cortázar, capaz de abrazar a un colaborador e interesarse efusivamente por su familia para, al minuto siguiente, entregarlo a la justicia si considera que ya no puede sacarle más información. Ni como Holgado, que les dispensa un trato gélido, impersonal, y por eso no consigue nada de ellos, porque olvida que, aunque procedan del hampa, son ante todo personas, y no van a abrirse a ningún policía que no les brinde un mínimo de respeto, de comprensión, de calor humano».

ALGUNOS FRAGMENTOS DE LA NOVELA:

«La corrupción permea todos los estratos de la sociedad campogibraltareña. Banqueros, comerciantes, miembros de las fuerzas de seguridad, transportistas, personal de la administración de justicia, políticos, empresarios… No hay gremio inmune al poder económico del narcotráfico. Los corruptos son pocos, pero están ubicados en lugares estratégicos para los intereses de los traficantes. Por eso nadie sabe de quién se puede fiar, todos recelan de todos. La alargada sombra del crimen organizado condiciona las relaciones humanas, las inversiones, la imagen de las instituciones…

… y las investigaciones policiales.

¿En quién puede confiar Zabalza cuando hay capos dispuestos a pagar las hipotecas de algunos agentes, sus segundas residencias o las universidades de sus hijos? ¿Cómo cuantificar el número de policías corruptos, sin duda pequeño pero muy dañino? ¿Con quién cuenta para desenmascarar a los funcionarios venales, si ignora quiénes son sus cómplices? Tal vez obsesionado, el comisario se escama cuando ve los vehículos particulares estacionados en la explanada de la comisaría. Algunos son de gama alta, ¿pertenecen a policías que saben invertir, poseen negocios prósperos o han heredado fortunas?».

«Campo de Gibraltar se está convirtiendo en una excepción a la legalidad. El Estado de derecho flaquea, el ordenamiento jurídico corre riesgo de colapso. Zabalza fue advertido al tomar posesión del cargo, pero no imaginaba el verdadero alcance de la situación. Algeciras y los municipios aledaños constituyen una salvedad jurídica, una anomalía normativa, un vacío de ley. La dejación de las autoridades propicia la hegemonía social y económica del narco. Generaciones enteras de jóvenes ven en la droga la única salida viable a la pobreza; los chavales no adoran a los futbolistas ni a los cantantes, sus mitos son Pablo Escobar y Carlos Lehder, y sus series favoritas, Narcos y Breaking Bad. En Campo de Gibraltar solo triunfa quien se sumerge en las cloacas del narcotráfico; los estudios y el emprendimiento no ayudan a salir de la indigencia. Muchos de los negocios en apariencia boyantes no son más que tapaderas para blanquear las ganancias producidas por el hachís marroquí y la coca que entra por el puerto. Detrás de muchos restaurantes de lujo, concesionarios de vehículos y boutiques, está la mano inversora de un traficante. El narco es la figura emergente, el modelo a seguir».

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