Víbora en el puño
de Hervé Bazin

A mediados de la década de 1920, Jean Rezeau y su hermano Frédie viven en compañía de su abuela paterna y el personal de servicio en La Belle Angerie, la casona familiar situada en la región de Craon, en el suroeste de Francia. Sus padres, Paule y Jacques, y su hermano pequeño, Marcel, viven en Shanghái, donde el padre da clases en una universidad. La relativa felicidad en la que transcurre la existencia de Jean y su hermano se quiebra el día que fallece su abuela, pues esto obliga a su familia a regresar de China. Desde el momento en el que sus padres ponen los pies en La Belle Angerie, la vida de Jean, Frédie y todo el personal de la casa cambiará de una forma radical, dado que el carácter irascible, severo y cruel de su madre, a la que los niños, al cabo de un tiempo, empiezan a llamar Guarraloca, convertirá su existencia en un infierno. Por su parte, el padre, con el que la pluma del autor se ceba de forma inmisericorde, es un vago diletante anclado en el pasado cuyas únicas preocupaciones son su colección de insectos y la genealogía familiar, y que apenas se atreve a poner freno al régimen despótico que ha instaurado su mujer en La Belle Angerie.

Publicada en 1948, Víbora en el puño fue la primera novela de Hervé Bazin y conoció un gran éxito nada más publicarse. Para escribirla, Bazin se inspiró en la conflictiva relación que mantuvo con su madre, Paule Guilloteaux. Junto con La mort du petit cheval (1950) y Cri de la chouette (1972) forma una trilogía autobiográfica que se cuenta entre lo mejor de la obra de su autor.

Hervé Bazin nació el 17 de abril de 1911 en el seno de una familia acomodada que pertenecía a la burguesía conservadora francesa. Su primer poemario, Jour, ganó en 1947 el Premio Apollinaire. En 1948 publicó su segundo libro de poemas, À la poursuite d’Iris, y su primera novela, Víbora en el puño, inspirada en la conflictiva relación que mantuvo durante su infancia con su madre, Paule Guilloteaux. La obra conoció de inmediato un gran éxito. Dos años después publicó La mort du petit cheval y, en 1972, Cri de la chouette, que junto con Víbora en el puño forman su trilogía autobiográfica.

Así empieza:

El verano de Craon, suave pero pertinaz, recalentaba aquel bronce enroscado sobre sí mismo con primor: tres anillos viperinos que tentarían a un orfebre, desprovistos de los clásicos ojos de zafiro porque, por suerte para mí, aquella víbora dormía. Dormía profundamente, debilitada sin duda por la edad o exhausta por un atracón de sapos. ¡Un mito, ilustrado!: el mismísimo Hércules sofocando las serpientes en su cuna. Hice lo que él debió de hacer: sujeté la bestia por el cuello con firmeza. Así es, por el cuello, pero providencialmente. Un pequeño milagro, ni más ni menos, que durante mucho tiempo alimentó las devotas anécdotas familiares. La agarré por el cuello justo debajo de la cabeza y apreté; sin más. La brusca sacudida como la de un muelle que saltara de la caja de un reloj (y esa caja para mi víbora se llamaba vida), el primer y último reflejo desesperado con un segundo de retraso, los enroscamientos, los desenroscamientos, los enroscamientos fríos alrededor de mi muñeca: nada hizo que yo aflojara. Por suerte, la cabeza de una víbora es triangular, como Dios, su viejo enemigo, engastada en un cuello delgado donde la mano encuentra fácil acomodo. Por suerte, la piel de víbora es áspera, seca y escamosa, es decir, carece de la viscosidad defensiva de la anguila… Extracto libro

*Contenido original proporcionado por la editorial 

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