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Cargado de ingenio y humor este ensayo divulgativo reflexiona sobre lo falso, esta enfermedad contemporánea que invade y modifica la realidad.
Lo fake ha invadido la sociedad en muchos aspectos. No son solo las fake news que se expanden a gran rapidez gracias a la tecnología. Hay falsificaciones de todo tipo y color que operan en áreas muy diversas, como nos lo demuestra Miguel Albero en este delicioso ensayo. Falsificadores de cuadros, de marcas, marcas, personalidades y hasta de la historia misma. La lista de anécdotas es amplia y muchas veces sus historias, reales, parecen más bien haber salido de la ficción. Lo falso siempre ha estado ahí como lo demuestra incluso la mitología griega. La diferencia es que en la actualidad la tecnología lo multiplica con gran rapidez. Como en un collage, Albero tira brillantemente, de todo tipo de recursos para construir sus reflexiones. En este ensayo ágil y bien humorado el autor apunta nuestra dificultad de lidiar con la realidad. Si no nos gusta lo que tenemos delante, lo cambiamos y nos inventamos una nueva. Y más aún, nos dejamos engañar porque nos es más llevadero. Fake arranca con una serie de ejemplos que están a la vista de todos: los bolsos de Prada que se encuentran en cualquier mercadillo – y que todos saben que no lo son; las flores de plástico, las ciudades turísticas, la comida, los relojes que cumplen su función de indicar el tiempo, pero imitan a una determinada marca pues es ahí donde reside su valor. Una patología en vías de expansión “Lo falso, la falsificación, parece haber copado en nuestros días, la realidad toda ella, en un proceso de metástasis cuyo fin no alcanzamos a vislumbrar”.
Ese es el diagnóstico del autor sobre la l sociedad actual en la que “las nuevas tecnologías ejercen de gasolina en el fuego, son parte activa y no inocente de esa evolución”. Para apuntar las causas de esta enfermedad, el autor se remite a lo que Zygmunt Bauman denomina sociedad líquida, una sociedad generadora de lo efímero, al que el autor dedica todo un capítulo. Y como ejemplo cita la curiosa creación de una ciudad fake, Agloe, que aparece por primera vez en los mapas del estado de Nueva York en los años treinta del siglo pasado. Una ciudad falsa que solo aparece en el mapa. De entrada, la hazaña parecía una broma de dos geógrafos, cuenta Albero, “una ocurrencia después de un largo día de trabajo… venga Ernest, tronco, vamos a inventarnos algo y lo colamos, como cuando, en medio de una tesis doctoral, colocas un exabrupto para 3 demostrar que nadie va a leerla”. Pero no, explica el autor, “la inclusión de Agloe era una suerte de firma, o de sello de agua, para que nadie copiara el mapa y engañara a esa compañía, para certificar su autoría, una trampa tendida astutamente para cazar falsificadores”.
Distorsión/ inversión de la realidad La imagen es un elemento clave de lo fake porque según el autor “tiene algo de ilusión, porque en ella hay siempre una distorsión de la realidad, y ha terminado por sustituir invasiva a esta y en muchos casos precede en la experiencia a lo real.” De esta vez el autor nos remite al efecto turifel, término inventado por Rafael Sánchez Ferlosio, que hace referencia al monumento parisino fotografiado hasta la saciedad y que por ello, aún sin haberlo visitado, tenemos la sensación de haberlo visto. Para Albero, la imagen o su repetición, condiciona y modifica nuestra realidad, como es el caso de la postal que pone como ejemplo: “…después de haberlas visto en una preciosa postal… las pirámides de Egipto reales no nos parecerán reales… Y además nos parecerán peores porque la imagen [de la postal] es siempre más limpita, más elaborada, las reales las veremos solo como un mal remedo cutre, desvencijadas…” y en tono socarrón concluye que al menos en las pirámides de la postal, nos libraremos del calor.
El sorprendente universo de los falsificadores El gran anecdotario de Fake se concentra en los falsificadores y sus hazañas, Albero los clasifica en varios segmentos: impostores, falsificadores creativos, para terminar con el falsificador estrella, el del arte. Es aquí donde el autor se explaya con una serie de anécdotas brillantemente contadas que con frecuencia provocarán la risa del lector. 4 El intruso es uno de los impostores más simples. Es el que se cuela en cumpleaños, ruedas de prensa o celebraciones. Thamsanqa Jantjie, falso intérprete de lenguaje de signos que tradujo las palabras de Obama en el funeral de Mandela es uno de los seleccionados por el autor, que recuerda, “Nadie se acuerda del discurso pero sí del falsario”.
Otro de los impostores es el australiano Tom Castro, al que Borges dedicó un cuento. Castro suplanta a Tichborne, un apuesto y rico inglés del XIX de buena familia, que desaparece en un naufragio en la costa brasileña en 1854. Fascinado por la reacción de la madre del suplantado, el escritor argentino le dedicó el relato, pues aún con tantas evidencias, como el rudo lenguaje utilizado por el impostor, se creyó que éste era su hijo.
En la categoría de impostor de verdad Albero cita al egocéntrico y megalómano Enric Marco, protagonista del libro de Javier Cercas. Según el ensayista, estos fakes “no mienten sobre su identidad sino sobre su vida, siempre para mejorarla, y afirman mendaces haber estudiado algo y no lo han hecho, sostienen agrandados conocer a alguien y no lo han visto ni en pintura, dicen muy sueltos haber estado en el lugar adecuado a la hora precisa, y estaban en su casa viendo la televisión”.
El personaje de Cercas se hizo pasar por un superviviente de los campos de concentración nazi y no le faltó empeño y estudio ya que inventó sus mentiras con verdades. El falsificador del arte, un delincuente admirado El arte siempre ha sido un universo de glamour lleno de personajes enigmáticos o egocéntricos, y por ello, como explica Albero, este falsificador del arte es un delincuente admirado, ya que. para ejercer como tal, indudablemente hay que tener talento. Y como ejemplo cita a nada menos que a Miguel Ángel y Durero, admirados artistas que antes de llegar a la fama ejercieron de falsificadores. Albero también establece una divertida clasificación para los falsificadores del arte. Los divide en: falsificador copista, que no sin mérito se limita a reproducir la obra lo más fiel posible; falsificador creativo- que de cierta forma crea nuevas obras de un artista, el falsificador altruista, los que cambian de estilo, o el de pésima calidad, pero que cuela. Entre los falsificadores copistas, está Han Van Meegeren (1899) el gran reproductor de Vermeer que por lo visto vendía sus obras a los nazis.
Cuando le descubren, Meegeren se 5 defiende afirmando ser un patriota que vendió gato por liebre a los nazis para proteger las obras originales. Otra de las grandes estrellas de este segmento es Elmyr, también conocido como Dory o Herzog, el protagonista de F for Fake, el falso documental de Orson. La historia del personaje está plagada de anécdotas que Albero va entrelazando con ingenio, para mostrar hasta dónde llegó su fama: “claro, si nada menos que Orson Wells te dedica un documental, es que vales la pena, por eso las falsificaciones de Elmyr se cotizan como si fueran de pintores buenos, por eso hay falsificaciones de las falsificaciones de Elmyr, …”. Elmyr también entra en la categoría de a falsificador polifacético, ya que “lo mismo le daba a Kandinsky que a Picasso”. Wolfgang Beltracchi es el representante de la categoría del falsificador creativo, al que Albero lo define como “un hombre orquesta”, que “como buen alemán, trabaja metódicamente”.
Con ayuda de su esposa este falsificador no solo reproduce a varios pintores, sino que también se dedica a crear colecciones. Lo increíble de esta historia, como lo explica el autor, es que cuando lo pillan, se reinventa y también salta a la fama. Escribe su biografía, publica un libro de cartas de la cárcel y empieza a hacer exposiciones con su propia firma. Y ya como pintor cotizado, Netflix le consagra un documental. Otro caso es el de Greenhalph, un falsificador polifacético inglés que reprodujo tanto a Gauguin como piezas antiguas, e incluso un telescopio del siglo XVIII. Albero también define su empresa como “un negocio familiar, como el de Beltracchi, pero aquí más amplio, pues están involucrados su hermano, encargado de gestionar el dinero, y sus octogenarios padres, teniendo el padre un protagonismo principal porque era quien, en su silla de ruedas y con su muy fingida candidez, colaba el producto falsificado”.
Sus trabajos llegan al British Museum cuyos expertos dan el visto bueno a sus obras. Él no ha sido el único falsificador que franqueó este tipo de instituciones, nos recuerda el autor, que de paso menciona la importancia que juegan otros personajes en el desenlace de esta trama. Además de las víctimas directas: compradores, coleccionistas engañados, están también expertos, instituciones, intermediarios, viles explotadores de talentosos ignorantes, una serie de actores necesarios para completar el proceso. Y como prueba de que los museos también poseen falsificaciones entre sus fondos, el autor menciona al artista francés Camille Corot, quien “pintó a lo largo de su vida cerca de setecientos cuadros, de los que al menos ocho mil están en Estados Unidos». Añade además 6 que todos los trabajos de este pintor están autentificados por expertos, aunque “al pobre solo le dio tiempo en vida a pintar setecientos.”
El arte del falsificar dinero El móvil de la falsificación casi siempre ha sido el vil metal, pero reproducirlo también tiene su arte. Es el caso de Edward Mueller, un humilde emigrante austríaco, y malísimo falsificador, como observa Albero, que durante más de diez años se dedicó a reproducir billetes de un dólar en Estados Unidos y cuya historia Todo empieza cuando Mueller, que en su Austria natal había aprendido grabado, se jubila y empieza su actividad. Su gran característica es haber mantenido un perfil bajo, falsificar billetes de poco valor y en pequeñas cantidades. Como señala el autor, el jubilado no aspiraba a una vida de grandes lujos. Lo irónico del tema es que durante años el FBI estuvo infructuosamente detrás de él.
Fue una espinita clavada que solamente salió a la luz porque su casa se incendió y entre las cenizas encontraron sus utensilios de trabajo. Más absurdo aún, sus malas falsificaciones se pueden encontrar en internet por el valor de 60 dólares. Fake también hace un repaso de casos más variopintos, como el del artista Bansky que con su acción quiso llamar la atención sobre lo falso y otros aspectos. Bansky reprodujo billetes de 10 libras con la cara de Lady Di remplazando a la reina, cuyo emisor era nada menos que que el Banksy of England.
Es una falsificación que no tenía el objetivo de sacar partido monetario, pero lo curioso es que su obra vale más que lo acuñado en el papel. De la falsificación a la fama El delito también puede llevar a la fama, es otro de los aspectos que este anecdotario nos muestra, ya que no pocos impostores tuvieron derecho a biografía, documental y algunos pasaron de ser falsificadores a verdaderos pintores. El falso Rockefeller aunque está fuera del mundo artístico es uno de los más sonados. Es la historia de un sencillo alemán que a lo largo de su vida fue adoptando diferentes nombres con el objetivo de ascender en la escala social.
El falso Rockefeller se hace pasar por un familiar del potentado empresario, se codea con la élite local de un pueblo de Estados Unidos pero lo pillan y salta a la fama, como señala Albero, que con agudeza observa también, la frustración de una comunidad periférica de verse desprovista de, que supuestamente les daba reconocimiento. 7 Es el mismo reconocimiento que mueve la falsificación de marcas y productos, sugiere este estudio y anecdotario de lo falso en el que se reflexiona sobre la dificultad de lidiar con la realidad. Con humor y un lenguaje desenfadado Miguel albero analiza también la distorsión de la realidad y sus objetivos, apuntando a la vez las motivaciones de la sociedad para dejarse embaucar.
Fake es una especie de conversación que por momentos contiene historias tan increíbles que, como el mismo autor ironiza, bien podrían ser una falsedad.
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