La librera y el ladrón
de Oliver Espinosa

Publicación: 30 de junio de 2020
Editorial: Planeta
Páginas: 336
ISBN: 978-8408227847

Biografía del autor

OLIVER ESPINOSA SORENSEN (Barcelona, 1985) es licenciado en Derecho por la Universitat de València. Después de trabajar para algunos de los bufetes de abogados y consultoras más importantes de este país y para el Ministerio de Economía, pasó al sector hotelero.En La librera y el ladrón habla con conocimiento, por diversas experiencias profesionales, sobre el desconocido y fascinante mundo de los ladrones de libros, coleccionistas y bibliófilos y sobre un mercado negro de grandes obras culturales mucho más tenebroso de lo que podemos llegar a imaginar.

Nota de prensa:

LA LIBRERA Y EL LADRÓN

Una novela adictiva de acción y aventura, y repleta de conocimiento y revelaciones, que nos acerca a un mundo fascinante, el de los coleccionistas de libros antiguos, que atraviesa épocas y lugares.

Hay gente que ama tanto los libros que necesita robarlos. Y eso es lo que les ocurre a los protagonistas de La librera y el ladrón, una novela que es un auténtico cántico a la bibliofilia o, mejor dicho, a la bibliocleptomanía. Oliver Espinosa entrega una ópera prima que se enmarca en la larga tradición de la literatura sobre los ladrones de libros, al tiempo que ofrece a los lectores un thriller extraordinario en el que la cultura es la protagonista principal.

La librera y el ladrón cuenta la historia de Pol, un hombre que, tras pasar la adolescencia en reformatorios y tras formar parte de una organización de pequeños delincuentes conocida como la Banda de la Alcantarilla, se recicla como ladrón de libros antiguos. El salto de los robos en cafeterías al latrocinio en bibliotecas públicas, archivos históricos y librerías de viejo lo dará cuando, la Nochevieja de 1999, conozca a un anciano, Marcos, que compra libros baratos en los puestos del Rastro madrileño y los revende en tiendas de expertos con, en ocasiones, beneficios de un mil por ciento o incluso más. Pol quedará fascinado con la ingente cantidad de dinero que se puede sacar de un objeto tan absurdo –a su entender– como pueda ser un libro, y no dudará en pedir a Marcos que le instruya en el arte de detectar el valor de los manuscritos, las ediciones prínceps y los libros firmados.

Pol y Marcos no tardarán en unir la pericia para el robo del primero con los conocimientos culturales del segundo, y se lanzarán a recorrer varios países para adueñarse bien de volúmenes enteros, bien de páginas sueltas de códices o incunables. Después los venderán a un precio exorbitado y guardarán los beneficios para, en un futuro cercano, poder retirarse.

Pol deseaba aprender sobre libros, y Marcos, aunque arrepentido de su incontrolable tendencia al expolio de esas obras que amaba, no dejaba de envidiar la capacidad de aventura de su joven compañero. Cada uno enseñaba al otro lo que sabía, pero en esto Pol llevaba ventaja: era como una esponja absorbiendo conocimientos.

Pero, evidentemente, la historia no estaría completa sin la complicidad de una librera. Se trata de Laura, una mujer que heredó la librería de su padre y que ahora, ahogada por las deudas y acosada por los prestamistas, se ve obligada a vender la joya de su establecimiento: una copia manuscrita del primer canto del Inferno de Dante fechado en el siglo XV. Es un libro codiciado por mucha gente. Tal vez por demasía. Pero lo que Laura nunca podía imaginar es que la persona que se lo habría de robar sería el hombre a quien ama: Pol.

El ladrón y la librera, dos mundos opuestos y, a la vez, muy relacionados. ¿Había algo de irónico en su mutua atracción?.

Con todo, antes de que Laura pueda pedir explicaciones a Pol sobre dicho robo, éste muere en un accidente aéreo, dejando como única herencia las instrucciones –en clave– para localizar una libreta tipo Moleskine en la que hay anotaciones manuscritas del mismísimo Albert Einstein. El deseo del ladrón era entregar dicha libreta a Laura para que pudiera saldar las deudas y para que le perdonara por haberle robado el Inferno. Pero no parece que la jugada haya salido demasiado bien. Porque hay otras personas interesadas en las anotaciones del científico alemán. Unas anotaciones que, según dicen, podrían contener la fórmula para la elaboración de un arma de ondas gravitatorias.

Así, tras la muerte de Pol, Marcos y Laura se unirán para desentrañar el misterio de la libreta desaparecida. Y, para conseguirlo, tendrán que plantar cara a una librera neoyorkina (Carla di Modica) que está dispuesta a pagar lo que sea por conseguirla y a un hombre misterioso que, según todos los indicios, pertenece al Mossad. Además, mientras siguen la pista de la fórmula secreta, descubrirán que tanto el Inferno que posee Laura como las otras dos partes de la obra de Dante (el Purgatorio y el Paraíso) que posee Carla di Modica, esconden un secreto que tal vez haga que posean un valor, tanto cultural como económico, mucho mayor del que suponen.

Pocas novelas destilan tanto amor a los libros como La librera y el ladrón. Pese a que uno de los personajes diga en cierto momento que ‘este no es país para coleccionistas’, lo cierto es que los protagonistas de esta ficción son la demostración de que todavía existe entre nosotros una pasión desmesurada por los libros. Una pasión que el autor demuestra sentir en todas y cada una de las frases que componen este thriller cultural de enorme calado.

Un libro es como una casa (…). Puede ser una chabola o un palacio, pero eso depende no tanto de la fachada, que son las cubiertas, como de lo que haya en el interior. Un libro está esperando a que entres en él y descubras sus secretos. No te fíes de las apariencias.

UN LADRÓN, UN BIBLIÓPATA Y UNA LIBRERA

• El ladrón: Pol empezó a delinquir a principios de los 90, mientras estaba en el reformatorio. Se unió a una pandilla bautizada por la prensa como Banda de la Alcantarilla, cuyo líder era Tony y cuyo cerebro, Pol. Ellos fueron los únicos que consiguieron escapar el día en que, tras cometer un robo, la policía cayó sobre el grupo.

En cuanto al nombre, lo de la Banda de la Alcantarilla fue cosa de la prensa. Los periodistas decidieron llamar así a un montón de pequeñas bandas que actuaban por toda España con un procedimiento peculiar: reventar los escaparates de los bares y las tiendas con una tapa de alcantarilla.

Al haber roto la relación con sus padres, cuya devoción ultrareligiosa no era de su agrado, Pol dio tumbos por la vida hasta que se matriculó en Derecho. Y tal vez hubiera encauzado su vida en la dirección correcta si no hubiera conocido a Marcos, un bibliófilo aficionado

tanto a la compraventa de libros antiguos como a su expoliación, es decir, a la mutilación de partes de la obra. Fue este anciano semiciego quien le hizo comprender el valor de los libros antiguos y quien, en consecuencia, cambió la vida de un Pol que, a partir de entonces, abandonó los pequeños hurtos para dedicarse a la bibliocleptomanía.

Pol, asombrado, tardó unos segundos en reaccionar. ¿De verdad los libros podían valer tanta pasta? Lo que acababa de ver le parecía como la famosa multiplicación de los panes y los peces. ¿De mil quinientas a ciento setenta mil pesetas en cinco minutos? Ni la Bolsa de Nueva York deja esos márgenes. La voz de Sebastián le sacó de sus cavilaciones.

Durante algunos años, Pol y Marcos cometieron robos de libros en España y Europa, introduciendo sus botines en un mercado negro saturado de ricachones dispuestos a pagar lo que sea por ampliar su colección. Juntos formaban una pareja perfecta: Marcos proporcionaba la información cultural y Pol ejecutaba los robos.

Por aquellos días Marcos había localizado en la Biblioteca [Nacional] un objetivo interesante: la Introducción a la astronomía de Albumasar en su edición princeps. Todo un best-seller en la Edad Media (…). Para ese robo en concreto se hizo con una tarjeta de investigador presentando una identidad falsa.

Por otra parte, el gran amor de Pol es Laura, a quien conoció en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid en mayo del año 2000. Ambos tenían unos veinticinco años, ambos tenían los mismos intereses y ambos se dedicaban al mundo del libro… aunque desde perspectivas distintas. Ella era honrada, él un ladrón. Ella poseía una librería sobre la que pesaban deudas, él quería ayudarla con el dinero de sus robos. Eran, de algún modo, la pareja perfecta, aun cuando Laura lo odiaba tanto como lo deseaba.

Horas después Pol se levantaba en la cama de un hotel de Vilna. Tatiana dormía, desnuda, en medio de un revoltijo de sábanas. Miró el reloj y comprobó que su avión ya había partido. «Qué más da», pensó. Era joven, estaba sano y acababa de hacer el amor con una preciosa mujer que le había timado una buena cantidad de dinero. Son cosas que no le pasan a todo el mundo… Este pensamiento no le consoló: echaba de menos a Laura y se había acostado con aquella mujer por resentimiento, sin experimentar el menor placer. Tal vez aún podría arreglar las cosas.

• La librera: Laura Loire regenta una librería de anticuario situada en el Madrid de los Austrias. Heredó el negocio de su padre, un francés afincado en España que, tras toda una vida como docente, decidió dedicar sus últimos años a su gran pasión: la bibliofilia. De hecho, aquel hombre sentía tanta pasión por los libros que se negaba a vender algunos de los ejemplares más valiosos, arrastrando de este modo el negocio hacia la ruina.

En un primer vistazo podía dar la sensación de ser una niña pija, pero algo en su apariencia lo desmentía. Alta y delgada, aunque de curvas sinuosas, vestía con frecuencia de forma desenfadada y aun así desprendía una sensación natural de elegancia. A Pol le llamaba la atención el color de su melena, un tono entre castaño y rubio que variaba según el ángulo de la luz. Y sus ojos, claros, de un

tono indefinido entre el azul y el verde. Le fascinaban. ¿Era una empollona sabelotodo o una chica moderna con estilo y cultura? No sabía en qué parte de su imaginario colocarla, sobre todo porque su carácter impulsivo y pasional a menudo desmentía su apariencia de buena chica.

Cuando su padre murió, Laura decidió continuar con la librería, pero, para hacerlo, tuvo que pedir dinero a unos prestamistas que ahora la están asfixiando y que incluso la han llegado a amenazar. Aun así, se resiste a vender el volumen más preciado de cuantos tiene en su haber: una copia manuscrita del Inferno fechada en el siglo XV.

Su padre había sido siempre un desastre como hombre de negocios. Era un amante de los libros en estado puro, que se enamoraba de sus adquisiciones y se resistía a venderlas. Y que a veces pagaba de más, como ocurrió con el Inferno: un flechazo. Un coleccionista no es el mejor vendedor posible, la verdad, y por eso Loire había funcionado siempre a medio gas. Pero funcionaba.

Uno de sus clientes habituales de la librería es Marcos, el anciano semiciego que se ha compinchado con Pol para robar libros valiosos. De hecho, se conocen gracias al ladrón, que trabó amistad con Laura en el año 2000, cuando trató de venderle dos ejemplares de la Biblioteca de Autores Españoles y dos tomos de Las aventuras de Telémaco, de François Fénelon, robados en otra tienda. Ella se dio cuenta y lo amenazó con denunciarle, pero él sacó a relucir sus armas de seducción para, en vez de en la cárcel, acabar en la cama de Laura.

Pol iba de malote, pero no era para tanto. Nunca le había gustado la violencia, ni pelear. Se había visto obligado a ello alguna vez, pero nunca fue el primero en buscar el conflicto. Aunque tampoco lo evitaba si no tenía más remedio. Cuando se liberaba de la coraza con que se presentaba ante el mundo, resultaba ser más bien detallista, muy cariñoso.

A partir de ese momento, Laura y Pol tuvieron una relación llena de vaivenes. Se amaban terriblemente, pero no podían estar juntos. Ella rechazaba todo lo que él simbolizaba –la delincuencia, la mentira, la bravuconería-, mientras que él nunca acababa de reformarse. Además, la confianza de ella hacia él se rompió cuando se enteró de que Pol estaba casado con una lituana y de que, además, le había robado la copia del Inferno de Dante.

Mientras el piloto realizaba las maniobras de aproximación, Laura, que apenas había pegado ojo, contempló el océano y los perfiles de la Gran Manzana pensando que su relación con Pol era como el cemento que empastaba las cuitas del uno y la otra, dos soledades que se habían encontrado de la forma menos ortodoxa imaginable y que ahora se complacían en repetir ese encuentro.

• El bibliocleptómano: Marcos Vera es un hombre de setenta años con aspecto de ‘sabio despistado al estilo clásico: ancho bigote canoso, una media melena blanca siempre despeinada y gafas de culo de botella’. Su sueño fue tener una vida aventurera, pero su mujer le abandonó, dejándole a cargo de un hijo con parálisis cerebral que murió en 1998.

Marcos siempre acudía temprano, en eso no había ninguna novedad. Como tampoco la había en su impecable atuendo. Era un hombre elegante, a pesar de su escasez de medios económicos.

Sin embargo, cuando se quedó solo, decidió dedicar su vida a la compraventa de libros antiguos. Sus conocimientos en la materia le permitían comprar chollos en el Rastro madrileño y venderlos después a los libreros o coleccionistas. Además, practicaba el arte de expoliar libros antiguos, esto es, llevarse páginas de los manuscritos o códices que localizaba en las bibliotecas públicas o en los archivos históricos. Es por esto que se considera un ‘bibliópata’.

Él no expoliaba por dinero, sino por amor a los libros. Un amor paradójico que lo llevaba a mutilarlos de sus mejores páginas. Como criminal, dejaba mucho que desear. Y como bibliófilo, más todavía. A veces pensaba que lo definiría mejor una palabra inexistente: «bibliópata».

Hacia el final de su vida, después de haber arrancado páginas de cientos de manuscritos y de haber robado toda clase de libros con la colaboración de Pol, sintió un prurito de remordimientos y decidió devolver todo lo expoliado a lo largo de sus años como delincuente. Como no encontraba la forma de hacerlo, pidió ayuda a Pol, quien depositó la colección en la Biblioteca Nacional para que fuera la institución la que se encargara de reparar el daño causado.

Desde su juventud Marcos había reunido una notable colección de páginas únicas que engrosaban su magnífico cuaderno. Como precio, un gran número de volúmenes mutilados en bibliotecas de medio mundo. Pergaminos solitarios, grandes letras capitales recortadas, grabados huérfanos y otras hojas de belleza única componían una colección poco corriente que a Marcos le producía al mismo tiempo placer y dolor. Pero la paz del confeso no iba con él.

OTROS PERSONAJES IMPORTANTES

• Carla di Modica: Hija de Giacomo Pazzi y, por tanto, descendiente de aquella familia Pazzi que conspiró contra los Médicis en la Florencia de 1478. Su desmedida ambición hará que chantajee a Marcos para que robe la copia del Paraíso de Dante que se conserva en la Biblioteca Medicea. Después, contraerá matrimonio con el librero neoyorkino Robert di Modica, a quien relegará a un segundo plano para hacerse con su colección de ejemplares antiguos. Carla hará todo lo posible para apropiarse del Inferno Loire que posee Laura, así como de la libreta manuscrita por Albert Einstein.

No hacían falta muchas dotes detectivescas para colegir que la rica italiana había dedicado los últimos años a pasar por el quirófano para mejorar su aspecto. O al menos con esa intención, ya que los resultados eran, por decirlo con suavidad, dudosos. Lo primero que llamaba la atención era el pecho, aumentado en un par de tallas. Y luego el rostro, convertido en una máscara de apariencia gatuna en el que a Marcos le costaba reconocer los rasgos naturales de la hija de Giacomo Pazzi.

• Tatiana: Esposa de Pol. Se conocieron en Vilna, capital lituana a la que Pol viajó para vender un lote de libros robados. Una vez realizada la entrega, ella se negó a pagar la cantidad acordada. Pese a esta desavenencia inicial, iniciaron un idilio en 2005 y

terminaron casándose. Laura nunca tuvo conocimiento de este matrimonio, por lo que se mostró muy arisca el día en que conoció a Tatiana en el funeral de Pol. A lo largo de la novela, se va desentrañando su participación en el plan para apropiarse de la libreta de Albert Einstein y del Inferno Loire.

Aupada sobre unos tacones de lo que a Marcos le parecieron veinte centímetros, más propios de una gogó discotequera que de una viuda, el resto de su ropa le pareció, como poco, extravagante: una fantasía de traje de chaqueta morado brillante, un gran crucifijo sobre el escote, muy generoso, y un sombrerito con un velo corto, como de viuda de película de serie B.

• Sandro Renzi: Sumo sacerdote de una sociedad secreta, llamada Circolo de Dante Immortale, que finge estar constituida por un grupo de eruditos que estudia la obra del poeta florentino. En realidad, sus integrantes son estafadores. Sandro Renzi, por otra parte amigo de Marcos desde hace años, siempre ha estado obsesionado por adueñarse de los tres manuscritos de la Divina comedia: el Infierno Loire, el Purgatorio y el Paradiso Pazzi.

Sandro y su Circolo de Dante Immortale no iban a pasar a la historia como una organización cultural al uso, desde luego. El Circolo propiamente dicho lo formaba él, como dictador incontestable que gobernaba sobre un pequeño equipo de ayudantes. «Ganchos» era la palabra que prefería Marcos para definir a esos acólitos que, llegado el caso, interpretaban el papel que les exigiera su jefe. Hablando en plata, Sandro era un timador muy culto, un estafador de altura que vendía humo dantesco a millonarios de todo el mundo interesados en el esoterismo, la numerología y otras zarandajas. Con esta excusa y una labia proverbial, iba tirando, «recuperando la plusvalía», como decía de vez en cuando para amortizar su pasado como estudioso del marxismo.

• Tony: Líder de esa Banda de la Alcantarilla de la que formó parte Pol durante su adolescencia en el reformatorio. La policía atrapó a los integrantes del grupo, pero los dos amigos pudieron escapar. Años después, se reencontraron y Pol, ya licenciado en Derecho, ayudó a Tony a conseguir un trabajo como agente de seguridad en el Aeropuerto de Barajas.

Tras escapar milagrosamente de la detención en aquel descampado del sur de la capital, Tony se buscó la vida de mil maneras: poniendo ladrillos en las periferias de Madrid y Barcelona, de camarero en las playas de Valencia, de gorila de discoteca… Trabajos de poca monta, con poco sueldo y horario largo. Durante varios años Tony no supo nada de Pol, hasta que un día se rencontraron por casualidad.

LOS LIBROS ROBADOS

La librera y el ladrón es un compendio de información sobre libros antiguos de un valor extraordinario. Algunos de los títulos mencionados son reales, mientras que otros pertenecen al imaginario del autor. Aun así, la descripción que hace de todos y cada uno de ellos hace que el lector desee tenerlos entre las manos y, por qué no, también robarlos. Aquí van algunos ejemplos:

• El Inferno Loire: Copia manuscrita del siglo XV del primera canto de la Divina Comedia de Dante Alighieri. Se conoce como Inferno Loire porque es propiedad de la liberaría Loire, que actualmente regenta Laura Loire. Gran parte de la novela se articula alrededor de este manuscrito, dado que son muchos los coleccionistas que desean poseerlo, bien sea pagando, bien robándolo. Esta copia es el primer volumen de una colección cuyas dos otras partes (el Purgatorio y el Paraíso) están en posesión de Carla di Modica.

El Inferno Loire, como se conocía en el mundillo de los libreros y anticuarios, era una pequeña y rara maravilla libresca, una copia manuscrita del primer canto de la Divina comedia de Dante. Los estudiosos habían establecido la fecha de su confección en algún momento del siglo XV, aunque el soporte sobre el que estaba escrito era más antiguo, al menos cuatro siglos. Bajo el Inferno había un palimpsesto, un texto trazado sobre otro anterior previamente borrado a cuchilla.

• Libros robados por Pol: La primera vez que Laura visita el apartamento de Pol, descubre algunos restos de sus últimos robos. Los más valiosos ya los ha vendido, pero los que conserva también tienen su importancia.

Restos de los golpes de Pol que incluían títulos como la Biografía espiritual del rey Carlos I de Inglaterra, obra de Eikon Basilike publicada en 1649, o el curioso Sermón anticatólico instando a Inglaterra a ir a la guerra contra España, un auténtico panfleto de 1623. Le llamó la atención ver en el montón un ejemplar de la obra de Vinti Calabi, Derelicorum ab Homero libri quatuordecim, una continuación de la historia de la guerra de Troya publicada en 1654.

  • Objetos personales de Ortega y Gasset: Pol roba una colección de objetos personales de Ortega y Gasset: periódicos y revistas antiguas, entre las que lógicamente se encuentran ejemplares de la Revista de Occidente, y libros firmados por y para el filósofo. El lote contiene un cuaderno escrito por la hija del propio Ortega y Gasset: Soledad Ortega. Pol quiere regalar este botín a Laura para que salde la deuda que tiene con los prestamistas, pero ella lo rechaza. Su honradez le impide aceptarlos.Le pareció más interesante la correspondencia, en cuyos remites encontró varios nombres ilustres de la España de principios del siglo xx: Unamuno, Maruja Mallo, Azorín, Pío Baroja, María Zambrano, Rosa Chacel… No obstante, lo que más le llamó la atención fue un objeto incongruente en medio de aquel papeleo tan cargado de historia: un cuaderno grapado, tamaño cuartilla, en cuya portada de color amarillo desvaído por el tiempo podía leerse, trazado con letra infantil, un nombre: «Soledad Ortega Spottorno».
  • Códices: Mientras le enseña a diferenciar los libros valiosos de los vulgares, Marcos lleva a Pol a un pueblo de Castilla para robar unos códices en una parroquia. Al principio, Pol se muestra incómodo ante la idea de cometer un delito en un lugar santo, pero su amigo zanja la cuestión con estas palabras: ‘Robar libros es un sacrilegio en cualquier parte (…). ¿Qué más da el lugar?’.

Marcos había localizado un par de ejemplares interesantes en el museo parroquial de ese pueblo castellano. Se trataba de dos volúmenes de partituras antiguas de música sacra. No eran piezas únicas ni mucho menos, pero juntas reunían cierto valor por encerrar entre sus páginas varias letras capitulares magistralmente iluminadas con figuras de animales mitológicos. Un material pa- recido, hasta cierto punto, al mítico bestiario del Santo Martino. La diferencia es que estos dos tomos eran menos conocidos y, por ello, no estaban muy bien custodiados.

• La Moleskine de Albert Einstein: Pero si en esta novela hay un objeto realmente valioso sin duda es la libreta tipo Moleskine manuscrita por el mismísimo Albert Einstein. Pol intenta que Laura saque provecho de ella, pero hay demasiada gente interesada en conseguirla y algunos están dispuestos a hacer lo que sea para agenciársela. Marcos está convencido de que dicha libreta contiene una serie de fórmulas para la confección de un arma de ondas gravitatorias.

Claro que lo encontró. Eran varias piezas personales de Einstein o relacionadas con él. Manuscritos, fotos, libros que le habían pertenecido. Se iban a exponer todos juntos en la vitrina central de la muestra. Simulando que era un operario más, tomó una caja, metió dentro los objetos de la vitrina y salió a la calle como si tal cosa. Apenas se había alejado unos metros de la sala, entró en un portal, se quitó el mono de trabajo, guardó el botín en una mochila que llevaba oculta bajo la ropa y desapareció entre el ajetreo de la ciudad.

UN MANUAL PARA APRENDER BIBLIOFILIA

La librera y el ladrón también puede ser leída como un manual de bibliofilia que busca despertar en los lectores el amor por los volúmenes que huelen a polvo, así como enseñarles algunas claves para distinguir un ejemplar interesante de otro carente de valor. Y es que, a lo largo de la novela, se van dando claves para que el profano en la materia aprenda los principios básicos del coleccionismo libresco. Aquí, algunos ejemplos:

Diferencia entre un libro viejo y uno libro antiguo: ‘Aunque hay una frontera difusa y no está claro si ciertos libros son antiguos o solo viejos, en general la cosa está bastante clara. Los libros de menos de un siglo son viejos. Los que tienen más tiempo, son antiguos. Y la antigüedad es un valor, pero no el único determinante, ni siquiera el que más, salvo que hablemos de libros del siglo xvi o anteriores, incunables, postincunables. Entonces sí, casi seguro que serán de gran valor. Pero también influyen el tema, las ilustraciones, el tipo de letra, la rareza del ejemplar… ¡Incluso el lugar de la impresión! Vale más un libro antiguo impreso en Noruega que otro de la misma época impreso en Venecia’.

Formatos de libros: ‘Ha habido cuatro formatos de libros a lo largo de la historia. (…). El rollo, hecho de papiro, pergamino o papel. También tenemos las tablillas, que pueden ser de madera, barro cocido o incluso metálicas. Si se agrupan en colecciones forman dípticos, trípticos, etcétera, según el número de hojas. Luego está el códice, el volumen encuadernado que nos es familiar, pero manuscrito. Los hay de papel y pergamino funda- mentalmente. Y por último, el libro impreso’.

Códices: ‘En origen, era el nombre de las tablillas de madera de árbol sobre las que escribían los romanos antiguos. Pero luego, por extensión, se aplicó al tipo de libro que apareció en Roma hacia el siglo primero de nuestra era, sustituyendo a los antiguos rollos (…)’.

Incunables: ‘La palabra viene del latín y significa ‘en la cuna’. Se supone que fue Cornelius Beughem, o tal vez Bernhard von Mallinckrodt, quienes llamaron así, ya en el siglo xvii, a los libros impresos antes del día de Pascua de 1501, que entonces era el de Año Nuevo’.

Centones: ‘Si el palimpsesto era una suerte de reciclaje de materia prima, el centón lo era en un plano más espiritual: el desguace de un texto antiguo, su desmontaje en piezas para componer con ellas una historia distinta. Un recurso de poetas mediocres que aprovechaban así los versos de otro autor con más talento para componer una obra nueva.’

La Feria del Libro Antiguo y de Ocasión (Madrid): ‘La Feria del Libro puede ser apasionante para el lector, pero tediosa para el profesional, que se pasa el día metido en un puesto, tratando de vender lo suficiente para, al menos, cubrir los gastos de organización’.

Los coleccionistas: ‘Un coleccionista es un enfermo. Cuánto más especializado y rico sea, más enfermo está. Hacerles picar es solo cuestión de ofrecerles un bocado suculento. Una vez huelen la carnaza ya no ven más allá de sus narices’.

Los libreros: ‘Un coleccionista y un librero están hechos el uno para el otro (…), como el marchante y el coleccionista de arte’.

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