Las barbas del profeta
de Eduardo Mendoza

Publicación: 15 octubre 2020
Editorial: Seix Barral
Páginas: 200
ISBN: 978-8432237126

Biografía del autor

Nació en Barcelona en 1943. Ha publicado las novelas La verdad sobre el caso Savolta (1975; Los soldados de Cataluña, 2015), Premio de la Crítica; El misterio de la cripta embrujada (1979); El laberinto de las aceitunas (1982); La ciudad de los prodigios (1986), Premio Ciutat de Barcelona; La isla inaudita (1989); Sin noticias de Gurb (1991, 2011 y 2014); El año del diluvio (1992); Una comedia ligera (1996), Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia, referido además a todo el conjunto de su obra; La aventura del tocador de señoras (2001), Premio al Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid; El último trayecto de Horacio Dos (2002); Mauricio o las elecciones primarias (2006), Premio de Novela Fundación José Manuel Lara; El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), Premio Terenci Moix y Pluma de Plata de la Feria del Libro de Bilbao; El enredo de la bolsa y la vida (2012); El secreto de la modelo extraviada (2015); El rey recibe (2018); El negociado del yin y el yang (2019); Riña de gatos. Madrid 1936 (2010; Seix Barral, 2020), Premio Planeta 2010 y Premio del Libro Europeo; el libro de relatos Tres vidas de santos (2009), Teatro reunido (2017), el ensayo Qué está pasando en Cataluña (2017) y Las barbas del profeta (2017; Seix Barral, 2020). Ha recibido el Premio Cervantes 2016, el Premio Liber, el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat de Cataluña, el Premio Franz Kafka y el Premio Internacional de Novela Histórica Barcino

Sinopsis:

Como muchos niños de la posguerra española, Eduardo Mendoza estudió en el colegio una asignatura denominada Historia Sagrada, resumen e ilustración de algunos pasajes de la Biblia que hicieron nacer en él la fascinación por la palabra escrita y por los mundos de ficción, además de enseñarle a distinguir entre lo real y lo imaginario.

«No exagero al afirmar que la Historia Sagrada que estudié en el colegio fue la primera fuente de verdadera literatura a la que me vi expuesto», recuerda Eduardo Mendoza en la introducción a esta edición revisada de Las barbas del profeta.

De la combinación de dos temas, el deleite infantil ante la Biblia, considerada estrictamente como obra literaria, y la reflexión sobre la influencia de la ficción en la formación de un escritor de vocación temprana, nació este libro. Basado en sus recuerdos de infancia y en la certeza de que una sociedad se explica mejor si no se desvincula de sus mitos fundacionales, Eduardo Mendoza emprende un viaje formidable por la tierra de José y sus hermanos, de Salomón, de la Torre de Babel y de Jonás, y paga así su deuda, o parte de ella, con el muchacho que entonces fue para seguir siendo el escritor que ahora es.

UN VIAJE FORMIDABLE POR LAS HISTORIAS DE LA BIBLIA QUE ALIMENTARON LA IMAGINACIÓN DE UN FUTURO ESCRITOR

«Un autor insustituible que, cual generoso alquimista, transforma su placer de narrador en una fiesta para el lector», Llàtzer Moix, La Vanguardia.

 

Fragmento de la introducción de Las barbas del profeta:

Apenas tenía uso de razón cuando ingresé en una escuela infantil donde me sentaron en un pupitre del que no me levanté hasta que fui a la universidad. Exagero, pero no mucho. En aquella época el horario escolar ocupaba todas las horas del día, salvo las destinadas al sueño y poco más; los días de fiesta eran contados, y durante las horas lectivas, se trataba a los niños como si fueran adultos. Con tediosa regularidad se nos impartían unas materias que debíamos aprender porque para eso estábamos allí. Estas materias eran variadas, pero todas se nos presentaban en su aspecto menos atractivo. Incluso la asignatura denominada Lengua y Literatura, por la que debería haber sentido una inclinación especial, consistía en un tratado de convenciones retóricas y un listado de autores y obras, apenas aliviado por un soneto ininteligible o un fragmento de prosa aparentemente elegido por su perfección formal y su falta de encanto. No digo que este conocimiento no sea útil e incluso necesario. En mi opinión, el abandono de las humanidades en los planes de estudio causa un mal irreparable a los estudiantes, que ellos y la sociedad pagarán con creces si no lo están pagando ya. Tampoco digo que los fragmentos de fray Luis de León o de Azorín no tuvieran la más alta calidad literaria. Lo que digo es que en esta compañía las horas transcurrían con lentitud de plomo.

La única excepción escolar a esta monotonía, al menos en mi recuerdo, la constituía una materia perfectamente excéntrica, cuya legitimidad nadie podía poner en tela de juicio, pero cuyo sentido nadie habría sabido explicar si se lo hubieran preguntado. Era la Historia Sagrada. Habría sido impensable que una enseñanza religiosa, como la que entonces se impartía en España en un elevado porcentaje, no incluyera el estudio de las Sagradas Escrituras. Pero lo cierto es que estas Escrituras resultaban más extrañas a quien debía enseñarlas que a quienes las recibíamos.

La Historia Sagrada, por si alguien no lo sabe, era un resumen de los pasajes más relevantes de la Biblia. Quién decidía su relevancia, yo no lo sé. Tengo la impresión de que venía dada por una tradición que nadie se habría atrevido a disputar ni habría sabido cómo. También supongo que la finalidad de aquella enseñanza era reforzar nuestras creencias religiosas. Era obvio que nada en aquel libro singular reforzaba las creencias religiosas. Más bien lo contrario. Pero esto, como casi todo, no era objeto de debate.

No exagero al afirmar que la Historia Sagrada que estudié en el colegio fue la primera fuente de verdadera literatura a la que me vi expuesto. La califico así porque, como toda literatura genuina, a diferencia de las lecturas dirigidas y controladas a las que entonces tenía acceso, suscitaba más preguntas que respuestas y, en lugar de ofrecer ejemplos o enseñanzas, producía estupor. EDUARDO MENDOZA

Introducción de Las barbas del profeta, pág. 13 – 15.

Descubre las últimas Novedades Editoriales haciendo clic en la imagen

Artículo anteriorLa Chica De La Carta
Artículo siguienteEl asedio de Troya