María Cristina: Reina gobernadora
de Paula Cifuentes

Publicación: 16 de junio de 2020
Editorial: Ariel
Páginas: 232
ISBN: 978-8434431959

Biografía del autor

PAULA CIFUENTES es licenciada en Derecho por la Universidad Complutense y la Universidad de la Sorbona. Autora de cuentos publicados en diversas antologías, es reconocida por las novelas La ruta de las tormentas y Tiempo de bastardos, con la que fue finalista del VII Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio. Finalista del Premio Literaria Rosetta, es también profesora de escritura creativa y colabora en distintos medios de comunicación.

Sinopsis:

Quien dice que los gobiernos regentados por mujeres son mucho más pacíficos se equivoca. María Cristina, la última mujer de Fer- nando VII, fue quizá la reina con mayor vocación de poder que ha tenido España. Su presencia no pasaba desapercibida. Fue amada y odiada del mismo modo por todos los que la conocieron. Conspiró y robó, fue al exilio dos veces y no hubo negocio lucrativo que ella no intentara controlar. Se aferró al poder con puño de hierro, incluso desde la lejanía. Y cuando por fin le permitieron regresar a España, lo hicieron con la condición de que no estableciera en la península su residencia. Esta biografía narrada recrea por primera vez la agitada vida de una mujer que gobernó contraviniendo la imagen de una reina piadosa, honrada y sumisa.

Nota de prensa:

 

EXTRACTOS DE LA OBRA

EL REINO DE LAS MUJERES

«Sus padres viajaban detrás de ella, con todo el séquito. María Cristina estaba convencida de que, si acudían a la boda, era para asegurarse de ver a su segunda hija casada y bien casada. Tenía veintitrés años y, si seguía así, iba a quedarse para vestir santos. Después de un matrimonio frustrado con su primo don Carlos Luis de Etruria, futuro rey de Parma, parecía que ya nadie la querría como esposa. Menos mal que intercedió por ella su hermana mayor, su favorita, Luisa Carlota […] Luisa Carlota consiguió que Fernando VII viera el retrato de su hermana y exclamara que aquella mujer podía satisfacerle. Le gustaba además el carácter de su cuñada la napolitana: divertido, espontáneo y franco, muy diferente al de las portuguesas, siempre tan estiradas.»

«Ya se veía el palacio de Aranjuez. El traqueteo de las ruedas le indicaba que circulaban por adoquines. Allí la esperaban su hermana, Luisa Carlota, y su marido, don Francisco de Paula. Pero también sus dos enemigos: don Carlos y doña María Francisca, la portuguesa.

A todos los efectos, ella ya era reina de España; su marido, Fernando VII, había firmado hacía casi un mes la escritura matrimonial. Estaban casados y todos le debían pleitesía, asi que sintió un cierto regocijo interno cuando tanto la portuguesa como su marido, don Carlos, tuvieron que reverenciarla. […]»

«[…] Por fin lo tuvo ante ella. Era grande, muy grande. Y muy feo. Mucho más que don Carlos. Y que su madre. Se había casado con el rey, pero también con el hermano más feo de la familia. Tenía la mandíbula adelantada. Y una nariz prominente. Todo en él era grande y desproporcionado. […] Ella ya sabía por qué estaba allí: para “ser una viva” y darle un hijo. Cumpliría su papel. Siempre habían dicho de ella que era dócil.»

MARÍA CRISTINA

«Si María Cristina supuso para muchos la posibilidad de redención del rey, para otros tantos se convirtió en un verdadero dolor de cabeza. La presencia de la napolitana daba al traste con muchos de sus planes. Si María Cristina se demostraba tan fértil como todo auguraba, la posibilidad de que el infante Carlos alcanzase el poder desaparecería. Y María Cristina no defraudó. Había sido una buena elección como reina: ver, callar y quedarse embarazada.

Ahora sólo era necesario esperar a ver si su futuro hijo era varón o mujer. “Un heredero, aunque hembra”, decían tanto los más moderados entre los radicales, así como el pueblo llano, que temía el advenimiento del infante don Carlos y su tropa de nobles reaccionarios y sotanas.»

«El rey, para curarse en salud, poco después de conocerse el embarazo de la reina hizo publicar el 3 de abril de 1830 la Pragmática Sanción, en la que se abolía la prohibición borbónica de que las mujeres heredaran el trono. Y el 10 de octubre de ese mismo año nacería la infanta María Isabel, la primera de los muchos hijos que tendría María Cristina, que en una cosa no se equivocaba: sería tan fértil como su madre.»

LA GRANJA

«Antonioni le aconsejó a la reina que tomara a don Carlos como consejero. Pero don Carlos no se conformaba con el papel de consejero, ¡él buscaba reinar! No podía admitir ser un segundón o reinar a medias. Y ni siquiera se avino a casar a su hijo con la hija de María Cristina, la infanta Isabel, que sólo tenía dos años. Cuando se lo propusieron, dijo: “Esto sería para mí mucha honra,peronopodríamihijorecibirnuncaeltronoporsumujer”.»

«La reina, más perdida que nunca, terminó cediendo y acudió al lecho de su marido con pluma y tinta para que Fernando VII, medio moribundo, firmara sin saberlo el papel en el que se ponía fin a sus sueños de conseguir un heredero para el trono de España. Este decreto debía mantenerse en secreto. A los que apoyaban al infante don Carlos no les interesaba que los liberales pudieran intentar convencer a la reina. […]»

«Fernando VII se levantó de su postración con ganas renovadas. Mandó al exilio a Calomarde y sustituyó a todos los capitanes generales que habían mostrado lealtad al infante Carlos por otros que juraran lealtad a su hija y a su madre.»

LA MUERTE DEL REY

«Piensa también en ella y en el testamento de Fernando: “Regente y gobernadora de toda la monarquía para que por sí sola la gobernase y la dirigiese”. Y piensa que por sí sola es imposible que pueda hacer nada. Aún no. Ya lo demostró con Calomarde: necesita más tiempo para familiarizarse con los asuntos del poder. ¡Si al menos Fernando VII le hubiera permitido estar en algún Consejo de Ministros! Todavía no sabe ser reina, y menos de un país tan extraño como España. Piensa en el día que llegó, aclamada por todo el mundo. También Fernando VII era el rey deseado, y míralo ahora: se muere sin apenas apoyos. Todo el mundo lo odia. Eso es algo que debe grabarse a fuego: el pueblo español cambia sus amores por odio de la noche a la mañana.»

«Ahora sí, chilla, chilla todo el rato. Se va a morir entre aullidos. Siente deseos de taparse los oídos, pero no estaría bien visto. Se acerca a él, lo observa en silencio, cierra los ojos. Y por fin, el silencio. Fernando se ha muerto. María Cristina sale de la habitación mientras la noticia corre por todo el palacio. Pronto el aire de Madrid se llena del tañido de las campanas.

María Cristina está agotada; sin embargo, aún no es la hora de dormir. ¡Hay tanto que hacer! Lo primero, confirmar a Cea Bermúdez como secretario de Estado. Es su manera también de dar un golpe en la mesa. […]»

«Habían pasado tres días desde la muerte del rey cuando el destino quiso que los jugadores comenzaran a levantar sus cartas. El primer chispazo lo dio un empleado de correos que, en Talavera de la Reina, alzó la bandera carlista. Lo siguieron el marqués de Valdespina y el brigadier Zabala, en Bilbao. Después vendrían Vitoria, Santo Domingo de la Calzada y La Rioja. El cura Merino, célebre en la guerra de la Independencia, se rebeló en Castilla. La mano de María Cristina no tembló cuando mandó fusilar a todos los insurrectos. Le daba igual que fueran curas, como el canónigo Echevarría, o grandes de España, como el barón de Hervés. La reina pensaba equivocadamente que, si reprimía con mano dura los alzamientos carlistas, aquello no tendría mayor trascendencia. Por desgracia, la nueva regente parecía que tenía la misma capacidad de visión de futuro que su difunto marido.»

LA BODA DE LA REINA

«Ese mismo día regresaron a Madrid. Iban los dos lanzándose miradas encendidas y, sin que la costurera tuviera que decir nada, todo el mundo empezó a sospechar cuando la reina nombró a [Agustín Fernando] Muñoz gentilhombre de lo interior, el título que designaba a aquella persona que debía acompañar al rey en misa y a la hora de las comidas; alguien a quien las mujeres no solían necesitar, puesto que a su servicio disponían de damas.

Pero la reina era extremadamente católica y, aunque le daba igual lo que dijeran de ella en la corte o en el reino, sí que temía por su alma eterna. Así que, pocos días después de que diera comienzo su noviazgo, ya estaba planeando su casamiento. Éste se produciría tres meses después de la muerte de Fernando VII. […]»

«[…] Su matrimonio fue muy precipitado, pero se puede decir, por el tono cursi de las cartas, que se quisieron hasta el último de sus días. Sería impensable entender el reinado de María Cristina o siquiera su personalidad sin tener en cuenta al hombre que estuvo siempre a su lado. De hecho, cuando la reina ya se encontraba en el exilio y se escribía con cualquier político español, como el presidente del Congreso, sorprende descubrir que siempre habla de nosotros, como si conformaran un tándem indivisible: una reina con su rey en la sombra.»

EL LINCHAMIENTO DE LOS REYES: LOS PRI

MEROS MEMES

«Hubo algo que ni María Cristina ni sus antepasados más directos supieron ver: que los tiempos habían cambiado. Ella ya no era la tataranieta de Luis XIV, el Rey Sol, sino la prima segunda de Luis XVI, que acabó en la guillotina por no haber sabido entender a la sociedad en la que debía reinar: cuando uno lleva en sus apellidos familiares la ristra de grandes nombres de las monarquías europeas —Parma, Borbón, Habsburgo—, resulta fácil olvidar que ya no diriges ese pueblo que te debe obediencia porque así lo dictaminan el iusnaturalismo o la ley de Dios.»

«Hasta la Revolución francesa, los reyes Borbones habían decidido y gestionado las riquezas de los reinos sin que nadie se atreviera a discutir sus decisiones, salvo quizá la nobleza o el clero. Los parlamentos eran sedes donde se regían los asuntos pequeños, con una representatividad ínfima. Y cuando un rey quería imponer su voluntad, sólo debía ocuparse de gestionar a la díscola nobleza, que era, al fin y al cabo, la que tenía dinero para armar un ejército. Pero en el siglo XIX esto cambia.

Hay un correlato en Francia y en España: que de repente, ante la ausencia o la pasividad de sus monarcas, el pueblo se vio capaz de empuñar las armas. Reuniones como las Cortes de Cádiz o la Asamblea Nacional francesa se encargarían de encauzar a esos pueblos que de pronto eran capaces de decidir e imponer su voluntad.

Se ha hablado muchas veces de que la Ilustración francesa supuso el soporte racional, una nueva política asentada en las ideas. Es cierto, pero también es verdad que a los pueblos nunca se les ha guiado a través de las ideas. El verdadero motor de la sociedad no son las ideas, por muy revolucionarias y aceptables que éstas sean, sino las emociones. Por ello, para que la Revolución francesa triunfara, no fue necesario sólo un entramado ideológico, sino argumentos emocionales que llevaran a la calle a la gente a levantarse en contra de sus propios reyes.»

«Los políticos avispados de la época sí que supieron medir el pulso a esa nueva sociedad, a diferencia de los reyes que los gobernaban. Y supieron crear las primeras campañas de desprestigio, que se traducirían en los primeros memes de la historia. […]»

«[…] Lo que le sucedió a María Cristina es diferente, y su caso se parece más al de María Antonieta: se creó por parte de sus enemigos políticos una frase que sirviera como eslogan, un enunciado que denigrara a la persona de una forma tal y de un modo tan emocional que dicho argumento emocional no lo pudiera derrotar ninguno de sus apoyos. De ahí surgió la famosa frase de “María Cristina te quiere gobernar”. Uno de los primeros memes de la historia, antes incluso de que se conociera este término.

En España siempre se han preferido las reinas piadosas, las sumisas y las virtuosas. Y María Cristina había defraudado al pueblo cuando se alejó de la imagen de la niña envuelta en azul cristino y echó a volar sola. […].»

AGUSTÍN MUÑOZ Y BORBÓN, EL REY QUE

NO FUE

«En la zona de Carabanchel se abrió una casa de baños para que esta burguesía pudiera descansar sin alejarse demasiado de su ciudad. Se llamaba Vista Alegre y constaba de fonda, villar, huerta y jardines: todos los lujos que pudieran necesitar las damas que paseaban bajo sombrillas sus vestidos nuevos, y sus maridos, que precisaban de sitios a la fresca donde poder reunirse y concretar nuevos negocios.»

«A María Cristina le gustaba mucho este lugar. Tanto es así que empezó a ser parte del Patrimonio Real a partir de 1832, ya fuera porque el Ayuntamiento de Carabanchel se lo regaló a la Corona, ya porque lo adquirió la propia reina a título personal. En todo caso, hasta 1846 no pasó a pertenecer al Patrimonio Real y era la reina la única que lo utilizaba. Y si María Cristina se lo cedió a sus hijas (legítimas), fue para que ellas costearan los gastos, que eran enormes: la reina siempre sabía lo que se hacía con el dinero. Si a la reina le gustaba este lugar era porque podía terminar sus embarazos o dar a luz sin que toda la corte se enterase. Uno de estos hijos que la reina parió sería el tercero que tuvo con su marido el Muñoz y el primero de sexo masculino.

Tras los sucesos de La Granja, la reina se había ocupado de mandar a sus dos hijas ilegítimas a Francia, a París. Ya no se fiaba de lo que les pudiera suceder en España. A su tercer hijo ilegítimo le puso el nombre de su padre: Agustín Muñoz y Borbón. Y en cuanto lo hubo bautizado, mes y medio después del parto, lo mandó a París con sus hermanas. ¿Qué sentiría la reina en esos momentos? La relación con sus hijas legítimas siempre fue muy difícil: eran un instrumento que le permitía mantenerse en el poder, pero jamás les hizo demasiado caso.»

«¿Puede una madre querer de diferente modo a sus hijos? La prueba es que sí. No obstante, la pregunta más bien podría ser: ¿quería María Cristina a sus primeras hijas? Y ahí la respuesta se vuelve más difícil, porque en todas las cartas que se dedicaban Muñoz y María Cristina se encuentran cursilerías que podrían producir empacho, pero jamás en las misivas que le dirigía a su hija se lee una sola muestra de cariño real. Seguramente, para María Cristina sus primogénitas eran sólo su obligación.»

«[…] La idea de los monárquicos de Ecuador era la de unir a su hipotético reino los territorios de Bolivia y de Perú, y de esta forma crear un territorio como el del Reino Unido bajo el mandato de un único rey: Agustín Muñoz y Borbón, el que sería el primero de una nueva dinastía: la de los Muñoces. Agustín sólo tenía siete años en 1844, pero por él corría sangre borbona por vía materna. Habría de llamarse Agustín Muñoz Borbón-Ecuador, del mismo modo que el resto de su familia era Borbón-Dos Sicilias. Y como era menor de edad, ¿qué mejor que gobernara su madre en su lugar?»

«El 7 de agosto de 1846, el diario El Clamor Público publicaba la noticia de la intentona de la reina. El Reino Unido no tardó en reaccionar y confiscó las naves de Flores, que estaban ancladas en sus puertos. Así que Agustín, el que hubiera sido el primero de los Muñoz, se quedócompuesto y sin trono. El gobierno de Istúriz, que había apoyado las aspiraciones borbónicas, se vio obligado a dimitir. […]»

LA CUESTIÓN TERRITORIAL

«Entender un país supone sobre todo comprender sus tensiones territoriales. Y estas tensiones por lo general proceden del ámbito de lo privado: a quién pertenece tal o tal río, tal diócesis, iglesia, parlamento, ley, ámbito jurisdiccional o histórico. Si la mayoría de los gobernantes que en algún momento rigieron España hubieran sido más conscientes de esta problemática, quizá habrían podido construir un país mejor.»

«A pesar de que la Constitución de 1812 intentó crear un sistema equitativo entre las nuevas provincias que sí tuviera en cuenta las diferencias históricas entre los territorios, con la llegada al trono de Fernando VII —como si fuera un rey extranjero— se decidió suprimir la nueva división territorial y desandar lo andado: volver a un sistema de intendencias con intendentes que él pudiera controlar directamente. De nuevo los gobernantes imponían una división territorial que no satisfacía a sus moradores.

Cuando llegó María Cristina al poder en 1833, era una niña que todavía conocía muy poco de las tensiones políticas de su país de adopción. Por ello hizo caso a Cea Bermúdez y nombró a Javier de Burgos secretario de Estado de Fomento primero, y luego ministro de Hacienda. Javier de Burgos había pasado la mayor parte de su vida en Francia, con lo que conocía el sistema francés. Pero cuando regresó a España supo que no podía despreciar el sentimiento de las regiones. Por ello, ideó un sistema de provincias que casi se ha mantenido igual hasta nuestros días: cuarenta y nueve de éstas con un tamaño lo más homogéneo posible y con una población que fuera de los cien mil a los cuatrocientos mil habitantes, siguiendo el mentado sistema francés, pero respetando sus nombres históricos y sus particularidades. Además, las agruparía en quince regiones. A la cabeza de cada provincia y dependiendo de la Administración central, se colocaría un jefe político, lo que con el tiempo pasaría a llamarse “delegado del gobierno”. Y todos los ayuntamientos de España se verían subsumidos dentro de esta nueva organización territorial

El problema vino en 1840. María Cristina ya llevaba siete años en el poder, se había peleado con los progresistas, y necesitaba a los moderados de su parte para que la respaldaran en sus pretensiones en contra de los progresistas, que estaban muy crecidos tras el Abrazo de Vergara, que había puesto el punto final a la primera guerra carlista.»

«Los ayuntamientos desde siempre han sido, dentro de las estructuras del Estado, la organización más cercana al individuo. Para la población española, que sentía que los reyes eran algo lejano, extranjero y muchas veces un elemento impuesto, la figura del alcalde era la que mantenía el orden y daba seguridad. […]»

«La reforma que propuso el gobierno moderado a María Cristina buscaba limitar el poder de los alcaldes: no sólo les quitaba poder para dárselo al jefe político, sino que además sería el gobierno el que elegiría al alcalde entre los concejales. El pueblo perdía el poder y se lo devolvía al Estado. Con este movimiento, los moderados se cargaban el apoyo principal de los progresistas: las zonas rurales. […]»

«Aquel día de junio en que los moderados aprobarían la ley, los liberales progresistas decidieron abandonar el Congreso. Seguían con su campaña: que el pueblo supiera que esa cámara estaba deslegitimada, que habían perdido su representación, que los moderados imponían su criterio sin importar las consecuencias.»

EL VIAJE A CATALUÑA

«“Creía en Dios y adoraba en Espartero”, al menos, eso solía pensar la reina María Cristina. Si tenía al vencedor de las guerras carlistas a su lado, nada podía salir mal. Tan confiada estaba que durante el mes de mayo de ese año propuso a las Cortes su traslado a Cataluña. Isabel padecía una afección cutánea que precisaba de ciertos baños en el mar. Y ya desde su más tierna infancia, Isabel había desarrollado dicha afección que había hecho temer por su vida.»

«Terminado el desfile, el propio Espartero condujo a madre e hija hasta Esparraguera. Así se reunieron ambos, y los historiadores son concluyentes: Espartero le manifestó que era su deber no sancionar la Ley de Ayuntamientos. La reina estaba perdida. Privada del consejo de sus ministros y de su marido, ¿qué debía hacer? Decidió hacer caso a Espartero y cambiar el gabinete de ministros, pero nada dijo sobre la Ley de Ayuntamientos. Era algo en lo que no estaba dispuesta a ceder.» «—Entonces ¿qué es lo que desea?

—Es muy sencillo: que observe la Constitución y gobierne con independencia de los partidos.

Lo que Van Halen le pedía era el mejor consejo que jamás le habían dado a María Cristina: que adoptara el papel de monarca constitucional y fuera árbitro. Le pedía que se pusiera por encima de los progresistas y de los moderados, y que dejara que la política siguiera sus derroteros sin mancharla a ella o a la monarquía entera.

Pero esto es algo que María Cristina jamás entendió. Ella creía que necesitaba a los moderados y abjuró siempre de los liberales progresistas. Se negaba a ser la reina constitucional que pedían sus súbditos. Este error le pesaría para siempre. Pero no es un error único en ella: los españoles tardarían casi un siglo más en tener un rey que se limitara a cumplir la Constitución y a su papel de árbitro.»

«La reina se sentía atrapada en Barcelona, a merced del general. Y lo estaba: María Cristina no lo sabía, pero le quedaba muy poco en el poder. Le había echado un pulso a Espartero y lo había perdido.»

LA REINA EN VALENCIA

«[…] María Cristina tuvo que rendirse a la evidencia: el pueblo quería a Espartero, pues tendría a Espartero. Y el 16 de septiembre lo nombró presidente del Consejo de Ministros.

Espartero dejaría Barcelona y entraría triunfal en Madrid el 22 de septiembre. El 8 de octubre lo hizo en Valencia. Pero, en vez de acudir rápidamente a ver a la reina, prefirió retirarse a descansar. Las tornas habían cambiado: ahora era él quien tenía el poder. Al día siguiente, sus ministros y él se presentaron ante la reina. Ésta, con su amabilidad acostumbrada, les pidió que presentaran su programa por escrito.»

«Tras hacer prometer a los ministros su cargo, se retiró a su habitación y mandó llamar a Espartero. Esa misma noche le comunicó que renunciaba a la regencia y que había decidido marcharse de España. Él intentó hacerle cambiar de opinión. Le parecía que la reina lo que quería era deslegitimarlo, a él y a todo su gobierno, que todo había sido una pantomima, que María Cristina se guardaba un as en la manga.»

«María Cristina pensó entonces en sus dos primeras hijas. Sí, era su madre, pero sobre todo era su garante en el trono. Ahora que estaba deslegitimada, lo mejor que podía hacer por ellas era alejarse. Además, en París la esperaban sus otros hijos. Una vida sin cuestionamientos, llena de libertad al lado de su marido. ¿Para qué luchar tanto? Todo estaba perdido.»

«Espartero se retiró de aquella habitación lleno de dudas y el ánimo ensombrecido. Él quería lo que los moderados: una cara visible que cargara con todos los tejemanejes políticos. Pero ahora no sólo debía hacer de regente, sino de padre putativo de dos niñas.»

EL INTENTO DE SECUESTRO

«Era el día del cumpleaños de Isabel, y María Cristina esperaba que se acercaran a visitarla todos los moderados de París. Y allí estaba con ellos, departiendo amigablemente, sonrisa en mano y calor en el corazón porque, quién sabe, quizá su plan había surtido efecto.

Al que no esperaba era a Salustiano Olózaga, el embajador español en Francia, un vulgar esbirro de Espartero ante sus ojos. Se abría pasos a codazos entre la muchedumbre y era especialmente doloroso ver esa sonrisa de patán.»

«—¿Ha pasado algo?

—Me sorprende que pregunte Su Majestad, viendo que O’Donnell se ha levantado en su nombre y Montes de Oca dice que es miembro de su gobierno provisional.

Era el turno de la reina de aparentar sorpresa.»

«Entre los caballeros que habían seguido a la reina al exilio, se encontraba el galante Leopoldo O’Donnell, un héroe en la guerra carlista y cristino hasta la médula. A él le había encomendado la reina derrocar el gobierno de Espartero.»

«Al mismo tiempo, don Manuel Montes de Oca había creado un gobierno provisional en Vitoria, en el nombre de la reina madre. Ambas ciudades se habían plegado a los designios de la reina, ya que ésta les había prometido proteger sus leyes particulares, sus fueros, en el caso de que volviera al poder. Su mayor temor era que el gobierno liberal de Madrid se los arrebatara. La idea consistía en que, poco a poco, las ciudades más importantes de España se fueran levantando y que el golpe terminara con el secuestro de Isabel.»

«Los moderados lo tenían claro: había que actuar. Espartero se había adueñado de la educación de la reina y, con Argüelles y la condesa de Espoz y Mina, ¡estaban intentando crear una reina progresista! Ellos querían una reina inculta, opacada, sometida —del mismo modo en que lo había estado María Cristina— a los designios del partido moderado. Estaba en juego su idea de España: esa España tradicional y católica controlada por el gobierno con mano de hierro.»

«María Cristina acabó aflojando el bolsillo: ocho millones de reales, siempre y cuando se garantizara la seguridad de sus hijas y la posibilidad de que huyeran en el caso de que perdieran y el partido liberal progresista buscara represalias. Tras los levantamientos de Vitoria, se unieron Zaragoza y Bilbao. Se esperaba que siguiera Andalucía, dirigida por Narváez, y Madrid. Pero ante el fracaso del plan de secuestro, nada se pudo hacer.»

«Sea como fuere, el intento de secuestro fracasó y aquella noche sólo hubo un muerto. El general Diego de León se entregó convencido de que Espartero no iba a fusilarlo, pero se equivocaba. Por más que la reina Isabel intentara mediar por él, que al fin y al cabo no había intentado atentar contra su persona, Espartero fue inflexible. Ya se le había escapado Narváez; mandó que fusilaran a Diego de León junto con Montes de Oca.»

«Aprovechando que el capitán general de Barcelona, Van Halen, había salido hacia Navarra para recuperar dicha ciudad, los barceloneses destruyeron la Ciudadela, la fortaleza que había construido Felipe V tras la guerra de Sucesión española. Era el momento de renegar de los Borbones, de las quintas y de todas las políticas que consideraban injustas. […]»

LA CAÍDA DE ESPARTERO

«Pero el problema mayor para Espartero no estaba en Francia, conspirando contra él, sino en Cataluña. Esta región era un hervidero: desde la guerra de Sucesión española que había acabado con sus fueros, los catalanes no habían perdido la oportunidad para levantarse contra el que ostentara el gobierno. Allí se concentraba el descontento de todos los partidos, desde los moderados, los carlistas, los liberales progresistas —desencantados de Espartero— y los republicanos. Barcelona era el epicentro de las oleadas de rabia que cada pocos años zaherían a quien estuviera en el poder.»

«Las revueltas empezaron por una pequeña chispa que prendió con rapidez. El motivo fue pequeño; podría haber sido cualquier otro: un grupo de obreros que venía de fuera de Barcelona intentó pasar unos vinos por la Puerta del Ángel sin querer pagar el correspondiente tributo. Tal y como cuenta Josep Fontana, esto hizo que el pueblo se amotinara […]»

«La mayoría de los partidarios de María Cristina se habían marchado de la ciudad, pero había alguien que trabajaba por ella —y por Francia— sin descanso, alentando a la gente a levantarse contra Espartero: el cónsul francés Ferdinand Lesseps.»

«Espartero montó en cólera. No era un ataque contra España, era un ataque contra él. Ya eran cuarenta y dos los militares muertos, y más de ciento cincuenta, los heridos. Es por ello por lo que decidió dirigir personalmente la represión. Van Halen, desde Montjuïc, comunicó a la Junta que Barcelona iba a ser bombardeada en cuarenta y ocho horas si no se rendían. […]»

 

«Así, el 3 de diciembre de 1842 comenzó el bombardeo desde Montjuïc. Una lluvia continua de proyectiles, más de mil, dañó todos los edificios importantes de la ciudad. El Salón de Ciento del ayuntamiento quedó completamente destruido y murieron veinte personas.

Pero lo que verdaderamente se hundió fue el prestigio de Espartero. Su movimiento había sido el de un militar en tiempos de guerra y no el de un regente, el de un político capaz de decir una cosa —que le granjeara el apoyo del pueblo— y luego hacer otra muy distinta. Su problema fue que quiso ir de frente.»

EL REGRESO DE MARÍA CRISTINA

«La caída de Olózaga supuso también la derrota del partido progresista durante los siguientes diez años. En ese tiempo, se aprobó una nueva Constitución —la de 1845— de corte antisocial, se subieron los impuestos indirectos, lo que encareció el coste de la vida, y se le devolvieron múltiples prebendas a la Iglesia a cambio de bendecir el reinado de Isabel II. España acababa de dar un enorme paso hacia atrás, tanto en lo económico como en lo social.»

«La monarquía había evolucionado: ya no era un poder divino, sino un juego de intereses. Cuando la monarquía se convirtió en constitucional, tuvo que crear un partido político que la apoyase: los moderados. Pero, al final, el hijo se comió al padre o, en este caso, a la madre. María Cristina necesitaba al partido moderado. Pero lo que no sabía es que los moderados la necesitaban todavía más a ella. Y que una vez que la hubieran quemado, pondrían otra cara visible en su lugar.

Y es extraño que el verdadero moderado en la sombra fuera su marido: Agustín Fernando Muñoz. Porque, si en España hubo un hombre que supo entender la realidad —el cambio del tipo de política, el sistema bancario, las Constituciones y las relaciones con los países extranjeros—, ése fue un hombre aparentemente gris y criado en la pobreza y el rigor castrense: Agustín Fernando Muñoz.

María Cristina, en el fondo, no era tan retorcida como la historiografía la ha acusado. Para ella lo único importante eran sus hijos y su marido. El verdadero artífice de la enorme riqueza que acumuló el matrimonio fue su marido: el futuro duque de Riánsares.»

EL REINADO DE ISABEL

«El matrimonio de Isabel fue, pues, desde el principio, una cuestión de Estado. No sólo se buscaba un regente o un consorte, sino un verdadero rey. En la mente de María Cristina había un plan ideal: casar a Isabel con el hijo de Luis Felipe de Francia. Pero era imposible, los ingleses jamás hubieran podido soportar semejante concentración de poder, ¡otro Luis XIV o peor: otro imperio español!»

«[…] María Cristina, por su parte, insistía en casar a Isabel con el hijo de su tío Luis Felipe. Al final, consiguió que su segunda hija, Luisa Fernanda, contrajera matrimonio con el francés a cambio de que antes Isabel se casara con un Borbón italiano o español. Luis Felipe se mostró inflexible en eso: primero era la boda de Isabel.

Los únicos Borbones que quedaban libres eran los hijos de Luisa Carlota. Carambolas del destino: lo que había separado a las hermanas podría volverlas a unir si Luisa Carlota no hubiera muerto poco tiempo antes. El primero de los hijos, Francisco, era contemplado con risa incluso por su propia familia. Se le consideraba blandito, afeminado y con poco carácter. […]»

«Finalmente, María Cristina se avino a que Isabel se casara con su primo “Paquita”. Confiaba secretamente en que no tendrían hijos y que el heredero sería entonces el hijo de Luisa Carlota con el duque de Montpensier. Había que casarlos muy rápidamente: los ingleses seguían conspirando y Paquita había escrito a su primo Carlos para decirle que el hijo de don Carlos tenía más derecho que él al trono de España. Así que se ordenó a Francisco que se presentara en Madrid lo antes posible.»

«[…] El 10 de octubre de 1846 se produjo el doble matrimonio, con María Cristina como madrina de ambos.»

«El público español no aprobaba ni uno solo de los casamientos. Despreciaban a Francisco y odiaban al francés que se casaba con la infanta. […]»

«María Cristina, desde el palacio de Rejas, se sentía bien. A pesar de que la desdicha de Isabel era evidente desde el primer instante, ¿qué importaba eso? Había ganado al carlismo y a los ingleses, que seguían cobijando a Espartero y apoyando un liberalismo totalmente radical a sus ojos. Además, había unido los tronos español y francés con una alianza eterna.

Pero, sin duda, si había alguien que debía alegrarse, ése era Agustín Fernando Muñoz, verdadero causante de la boda de su hijastra. Para reconocer sus servicios, el rey de Francia le dio el ducado de Montmorot y la Legión de Honor francesa.»

LOS NEGOCIOS DE LOS REYES

«Quizá María Cristina no tenía la mente preclara de su marido para los negocios, pero es indudable que él utilizó tanto los contactos de ella como la información privilegiada que manejaba para enriquecerse ambos. Y que ella no sólo fue consciente, sino que lo alentaba.

María Cristina se había encargado de abolir la esclavitud, pero no la trata. Eran sobre todo los terratenientes cubanos los que lo impedían. Necesitaban mano de obra fuerte y barata que explotara los terrenos allende los mares. Como sostiene Inés Roldán de Montaud en su libro La Restauración en Cuba, así como el historiador Hugh Thomas, María Cristina y su marido eran dueños de dos fincas azucareras: Santa Susana y San Martín. La primera contaba con ochocientos cincuenta esclavos trabajando en el momento de su venta en 1877 y era la mayor de la isla.

De hecho, hay muchos historiadores que sostienen que Muñoz, a través de su hermano Juan Muñoz, el vicecónsul, y de su testaferro, Juan Parejo, participó activamente en el mercado negrero que llevaba personas desde África hasta la colonia […].»

«El embajador francés en aquel tiempo en el que María Cristina todavía estaba en España dijo: “No existe en España un solo negocio industrial en el que ella o el duque de Riánsares no formen parte”. […]»

«El gran pelotazo de la familia Muñoz-Borbón fue el minero y, gracias a ello, la construcción del ferrocarril. La línea que unía Langreo con Gijón fue de especial interés para el duque, ya que le permitía, de este modo, unir sus yacimientos mineros con una salida al mar, lo que le daba mucha ventaja sobre sus competidores, ventaja que en efecto obtuvo, no en balde era el marido de la reina gobernadora, y a un precio irrisorio. […]»

«A todos estos negocios había que sumarles todas las explotaciones agropecuarias y sus múltiples propiedades inmobiliarias, que iban desde Cuenca hasta Suiza. “Los Borbones podremos ser una familia destronada, pero nunca seremos una familia tronada”, dijo María Cristina ya en el exilio.»

«Agustín murió cinco años antes que su mujer. Dejó en su testamento una cantidad de dinero incuantificable en cifras actuales. El dolor de María Cristina tuvo que ser terrible: mucho mayor que el que sintió cuando Isabel fue expulsada de España y se marchóa vivir a París, siempre lejos, pero siempre cerca de su madre. Mucho mayor que ver morir a cinco de los ocho hijos que tuvo con Agustín.

Él pidió ser enterrado en su pueblo y ella quiso que lo enterraran con él tras su muerte. Pero el cuerpo de María Cristina descansa en otro sitio: en el Panteón de Reyes, al lado del de su marido real, Fernando VII, pero al que nunca quiso. Y, sin embargo, muy lejos de ese otro al que tanto amó. Y por el que estuvo incluso dispuesta a perder el trono para ella y para su familia.»

Contenido original de la editorial Ariel fuente

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