Subterráneo: Una historia humana de los mundos que existen bajo nuestros pies (Ares y Mares)
de Will Hunt

Publicación: 4 de febrero de 2020
Editorial: Crítica (Planeta)
Páginas: 288
ISBN: 978-8491991892
Traductor: Efrén del Valle

SINOPSIS

Cuando Will Hunt tenía dieciséis años, descubrió un túnel abandonado que pasaba por debajo de su casa en Providence, Rhode Island. Sus primeras incursiones en él le inspiraron una incesante fascinación por la exploración de mundos subterráneos, desde las estaciones de metro abandonadas y las cloacas de Nueva York hasta cuevas sagradas, catacumbas, sepulcros, búnkeres y ciudades subterráneas ancestrales en más de veinte países de todo el mundo.
Junto a un equipo de microbiólogos de la NASA, el autor busca los orígenes de la vida dos kilómetros por debajo de las Colinas Negras, acampa tres días con exploradores urbanos en las catacumbas y cloacas de París, desciende con una familia aborigen a una mina de 35.000 años de antigüedad situada en la Australia rural y contempla una escultura sagrada tallada por artistas paleolíticos en las profundidades de una cueva de los Pirineos. En cada aventura se entremezclan hallazgos en los ámbitos de la mitología, la antropología, la historia natural, la neurociencia, la literatura y la filosofía. Con una prosa elegante, Hunt nos abre los ojos a la dimensión oculta del Planeta. En el fondo, Subterráneo es una meditación sobre la fascinación por la oscuridad, el poder del misterio y nuestro eterno deseo de conectar con lo que no podemos ver.

SOBRE EL AUTOR

Los escritos, fotografías y audiorrelatos de Will Hunt han aparecido en The Economist, The Paris Review Daily, Discover, The
Atavist Magazine y Outside, entre otros medios. Ha recibido becas de la Thomas J. Watson Foundation, la New York Foundation for the Arts, la Bread Loaf Writer’s Conference y la MacDowell Colony.
Actualmente es profesor invitado en el Institute for Public Knowledge de la Universidad de Nueva York. Subterráneo es su primer libro.

ALGUNOS EXTRACTOS DE LA OBRA

«Si la superficie de la Tierra fuera transparente, nos pasaríamos días tumbados boca abajo contemplando ese maravilloso terreno estratificado. Pero, para los que habitamos la superficie, en un mundo bañado por la luz del sol, el subsuelo siempre ha sido invisible». «El espacio interior nunca ha sido tan accesible. Los geólogos creen que más de la mitad de las cuevas del mundo están por descubrir, enterradas bajo una corteza impenetrable. El viaje desde donde nos encontramos hasta el centro de la Tierra es equivalente a un viaje de Nueva York a París y, sin embargo, el núcleo terrestre es una caja negra, un lugar cuya existencia aceptamos por un acto de fe. Lo máximo que nos hemos adentrado en el subsuelo es el pozo superprofundo de Kola, en el Ártico ruso, que llega hasta los doce kilómetros, menos de la mitad 3 de un uno por ciento de la distancia hasta el centro de la Tierra. El subsuelo es nuestro paisaje fantasma, que se extiende siempre oculto bajo nuestros pies». «Durante cientos de miles de años, nuestra conexión vivaz y desconcertante con el subsuelo no ha disminuido, y nunca lo hará. Siempre percibiremos un suave resplandor emanando de los lugares enterrados: tal vez resulte inhóspito o atrayente, pero nunca apartaremos la mirada». «El subsuelo nos enseña a respetar el misterio. Vivimos en un mundo obsesionado con la iluminación, donde enfocamos con nuestras linternas hasta el último secreto, donde aspiramos a revelar cada surco, eliminar el último vestigio de oscuridad como si fuera una especie de plaga. En nuestra conexión con el espacio subterráneo, se atenúa nuestra desconfianza hacia lo desconocido y reconocemos que no todo debería ser revelado todo el tiempo. El subsuelo nos ayuda a aceptar que siempre habrá lagunas y puntos ciegos. Nos recuerda que somos criaturas incontroladas e irracionales, susceptibles al pensamiento mágico, a sueños y accesos de desorientación, y que esos son nuestros mayores dones. El subsuelo nos recuerda lo que siempre supieron nuestros antepasados: que lo que no se dice ni se ve siempre entraña poder y belleza».

UN TÚNEL ESCONDIDO, ASÍ COMENZÓ TODO

«El verano que cumplí dieciséis años, cuando el mundo parecía tan pequeño y conocido como la palma de mi mano, descubrí un túnel ferroviario abandonado que pasaba por debajo de mi barrio en Providence, Rhode Island. […] Una tarde encontré la entrada, que estaba oculta tras unos densos arbustos detrás de la consulta de un dentista. Estaba rodeada de enredaderas y habían grabado la fecha de construcción, 1908, en el cemento de la parte superior. […] Llegué a amar el subsuelo por su silencio y sus ecos. Me encantaba que incluso el viaje más fugaz a un túnel o una cueva pareciese una huida a una realidad paralela, igual que los personajes de los libros infantiles franquean un portal y se adentran en mundos secretos». «Me encantaba que el subsuelo ofreciera divertidas aventuras como las de Tom Sawyer al plantear un enfrentamiento con los miedos más eternos y elementales de la humanidad. Me encantaba contar historias sobre el subsuelo — reliquias halladas bajo las calles de la ciudad o rituales celebrados en las profundidades de una cueva— y la sorpresa que generaban en los ojos de mis amigos». «Al cabo de unos años convencí a una fundación de investigación, y más tarde a varias revistas y una editorial, de que me proporcionaran fondos para investigar esas cosas y gasté un montón de dinero explorando espacios subterráneos en distintos lugares del mundo. Durante más de una década descendí a catacumbas de roca, estaciones de metro abandonadas, cuevas secretas y búnkeres nucleares».

VIAJAR AL INFRAMUNDO

«Casi todas las cuevas accesibles del planeta contienen las huellas de nuestros antepasados. Los arqueólogos se han arrastrado por pasadizos cenagosos en las cuevas de Francia, han nadado en largos ríos subterráneos en Belice y han recorrido kilómetros en las cuevas calizas de Kentucky. En todas partes han hallado restos fosilizados de pueblos ancestrales que descendieron por aberturas rocosas en la tierra e iluminaron el camino con antorchas de pino o candiles». 4 «El viaje a la zona oscura bien podría ser la práctica cultural más antigua de la humanidad y las pruebas arqueológicas se remontan a varios cientos de miles de años, antes incluso de la existencia de nuestra especie. Ninguna tradición, escribe el mitólogo Evans Lansing Smith, “nos une más como seres humanos que el descenso al inframundo”». «Vamos bajo tierra a morir, pero también a renacer, a salir del útero de la Tierra. Tememos el subsuelo y, sin embargo, es nuestro primer refugio en momentos de peligro; oculta tesoros de un valor incalculable junto a residuos tóxicos. El subsuelo es el reino de la memoria reprimida y la revelación luminosa».

CRIATURAS SUBTERRÁNEAS

«El primer descubrimiento confirmado de vida subterránea llegó en 1689, cuando el barón Johann Weikhard von Valvasor, un noble de Trieste, publicó una historiografía de Eslovenia. En su descripción de Karst, una región plagada de cuevas, Valvasor hablaba de un animal parecido a una serpiente de aproximadamente treinta centímetros de longitud que salía de las cuevas cuando caía una fuerte tormenta. Los lugareños conocían a la criatura y creían que era un vástago subdesarrollado de unos dragones que vivían bajo tierra. Valvasor lo llamaba proteo, una salamandra acuática que vivía siempre en el subsuelo». «En El origen de las especies, Charles Darwin citaba al proteo como un ejemplo de su teoría de la evolución adaptativa: en su día formaba parte de una población que habitaba la superficie, pero empezó a pasar más tiempo en entornos subterráneos, tal vez buscando refugio de los depredadores y, paulatinamente, en el transcurso de millones de años, fueron transmitidos los rasgos físicos beneficiosos para la vida bajo tierra». «Fue el capitán Symmes en quien pensé cuando un verano leí una noticia sobre un equipo de biólogos que bajó al fondo de un pozo de perforación petrolífera en el desierto, casi un kilómetro y medio por debajo de la superficie, y encontró algo curioso: criaturas vivas. Eran extrañas bacterias unicelulares que se retorcían y vivían en un lugar mucho más profundo de lo que parecía posible. Según descubrí, los biólogos estaban hallando criaturas microbianas similares en cuevas, minas abandonadas y otras cavidades profundas de todo el mundo. Vivían en condiciones imposibles en las que todas las demás criaturas perecerían: una oscuridad absoluta, temperaturas abrasadoras y una intensa presión atmosférica con poco oxígeno y aún menos comida. Los microbios subterráneos distaban tanto de la vida conocida que parecían llegados de un planeta lejano; de hecho, la NASA había empezado a estudiarlos como posibles análogos de la vida en Marte. Así pues, me dispuse a reunirme con un equipo de microbiólogos que trabajaban para el Instituto de Astrobiología de la NASA en un experimento denominado Vida Subterránea».

LOS HABITANTES DEL SUBSUELO

«En su libro Historias, del siglo v a.C., el historiador griego Heródoto describía a una raza de personas que habitaban la oscuridad de las cuevas de Etiopía. Los trogloditas — del griego troglo- (“agujero”) y -dyte (“entrar”)— eran retratados como pigmeos albinos nocturnos que comían lagartos y «chirriaban» cuando se veían expuestos a la luz del sol». «Linneo declaró que existían dos especies de humanos: una en la superficie y otra bajo tierra. El Homo diurnus vivía de la luz y el oxígeno de la superficie; en las profundidades de las cuevas, 5 el Homo nocturnus vivía en la oscuridad y cazaba de noche. La realidad de los humanos que vivían bajo tierra y amaban la oscuridad fue desapareciendo gradualmente, pero la posibilidad de un homólogo oculto sin duda había tocado la fibra, como si inconscientemente estuviéramos buscando nuestra inversión, nuestra propia sombra».

LOS ORÍGENES DE LA MINERÍA

«Desde que existe nuestra especie hemos extraído minerales de la tierra. Cuando el Homo sapiens apareció en África hace entre 200.000 y 300.000 años, ya sacábamos minerales del subsuelo para fabricar herramientas: sílex para los cuchillos, basalto para las hachas de piedra y los martillos y granito para las piedras de afilar. Cuando nuestros antepasados se propagaron por todo el planeta, extrajimos todos los minerales imaginables, desde malaquita hasta cuarzo, jade y rubíes. Esas piedras y metales siempre fueron considerados sagrados: lucidos en amuletos protectores, investidos de poderes proféticos y empleados en rituales religiosos. Incluso cuando cumplían fines utilitaristas eran considerados agentes de trascendencia, un medio para conectar con el reino de los dioses».

HOMBRES-TOPO O LA AFICIÓN POR EXCAVAR

«En todo el mundo había personas que, por razones que no sabían explicar, habían entrado en una especie de estado de fuga y dedicado su vida a cavar bajo tierra. Existía todo un archivo de hombres-topo. Estaba Lyova Arakelyan, un hombre de la Armenia rural que, mientras construía un almacén de patatas debajo de su casa, se quedó embelesado y pasó las tres décadas siguientes perforando túneles serpenteantes y escaleras de caracol». «A medida que iba descubriendo hombres-topo, empecé a imaginar un síndrome psicológico totalmente inédito, una nueva entrada en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales: perforomanía, del latín perforo, que significa “cavar, hacer túneles”». «Nuestra aversión a la oscuridad tiene su origen en los ojos. Somos criaturas diurnas, lo cual significa que nuestros antepasados, hasta los aspectos fisiológicos más minuciosos, estaban adaptados para buscar comida, orientarse y cobijarse mientras hubiera luz». «Conforme a la lógica evolutiva, los humanos no deberíamos excavar. Somos demasiado grandes y erguidos y tenemos las extremidades demasiado largas. Nuestro sustento depende de una abundancia de aire y luz. Fisiológicamente hablando, no hay ningún entorno más intolerable que un lugar subterráneo cerrado, pequeño y oscuro en el que el oxígeno escasea. Excavar es experimentar la claustrofobia en su forma más cristalizada, como encerrarte en una tumba. Y, sin embargo, a lo largo de toda la historia, en todos los rincones del mundo, hemos excavado. En tiempos de guerra o conflicto, cuando nuestra situación es más desesperada, hemos cavado en la oscuridad y nos hemos encerrado en la “espesura misma del planeta”, tal como escribe Paul Virilio en Arqueología del búnker, su estudio sobre los refugios subterráneos». «La mayor fiebre excavadora de la era moderna se produjo en Estados Unidos durante la Guerra Fría. Los rusos y los estadounidenses — como “dos escorpiones en una botella”, en palabras de J. Robert Oppenheimer— estaban pasando el dedo por encima de los botones de lanzamiento de misiles, y se llegó a la conclusión de que la única manera de sobrevivir a la inminente explosión de una bomba nuclear era excavar bajo tierra».

LA FASCINACIÓN POR EL LABERINTO

«A lo largo de la historia, toda clase de artistas, filósofos y científicos han encumbrado la desorientación como un motor del descubrimiento y la creatividad, tanto en el sentido de desviarse de un camino físico como en el de distanciarse de lo conocido y adentrarse en lo desconocido. […] Pero el vehículo más omnipresente de la desorientación ritual, su personificación más básica, es el laberinto. Encontramos estructuras laberínticas en todos los rincones del mundo, desde las montañas de Gales hasta las islas de Rusia oriental o los campos del sur de India». «Cuando Jean-Luc Josuat-Verges entró en los túneles de la plantación de champiñones de Madiran con su whisky y sus somníferos, se planteaba el suicidio. “Estaba triste y tenía pensamientos muy oscuros”, dijo. A su salida del laberinto, descubrió que había recuperado las ganas de vivir. […] Cuando le preguntaron por su transformación, dijo a los periodistas que, mientras se hallaba en la oscuridad, había desarrollado “un instinto de supervivencia” que reavivó su deseo de vivir. En el momento más difícil, cuando necesitaba cambiar su vida desesperadamente, viajó a la oscuridad, se rindió a la desorientación y se preparó para renacer».

ARTE BAJO TIERRA: DE LA PREHISTORIA A LOS GRAFITEROS

«Los Pirineos, que ocupan toda la frontera entre Francia y España, desde el golfo de Vizcaya hasta el mar Mediterráneo, están salpicados de cuevas. Durante el último siglo y medio, los arqueólogos han descubierto que las cuevas ocultan obras de arte creadas por tribus de cazadores-recolectores que vagaron por la región hace entre 50.000 y 11.000 años. «Había ido a los Pirineos a visitar la que podría ser la obra de arte más espectacular, desconcertante y escondida del mundo: les bisons d’argile, o “bisontes de arcilla”. Eran dos esculturas situadas a más de ochocientos metros de la entrada de una cueva, al final de una serie de pasadizos largos y tortuosamente angostos en la sala más profunda e inaccesible. Fueron creadas hace 14.000 años por una cultura conocida entre los arqueólogos como magdaleniense». «REVS, según supe, era una estrella del grafiti neoyorquino. […] Años atrás, le dije a Radi, había pasado algún tiempo en su antiguo barrio, donde busqué a un grafitero fantasma llamado REVS, que había escrito la historia de su vida en las zonas ocultas de Nueva York. […] Finalmente, durante una pausa en la conversación, miré a REVS a los ojos. Armándome de valor, le conté que había bajado a los túneles y recorrido las vías, y que cada vez que encontraba una de sus páginas en la oscuridad sentía un placer privado».

‘ENTERRARSE’ PARA HALLAR LA SABIDURÍA

«Yo también iniciaría un retiro en la zona oscura. Acamparía al fondo de una cueva y pasaría veinticuatro horas solo en una oscuridad ininterrumpida». «Los videntes celtas se recluían en cuevas antes de lanzar sus profecías. Los monjes y lamas tibetanos meditan en cavernas de montaña. Los chamanes shoshones y lakotas, entre muchas 7 otras tribus nativas americanas, se encierran en cuevas subterráneas para emprender “búsquedas visionarias”, igual que ocurre con los místicos de la cultura wólof de Senegal y los chamanes murut de Malasia. En las antiguas Grecia y Roma, los oráculos siempre anunciaban sus profecías bajo tierra. La famosa Sibila de Cumas, que llevó a Eneas al Hades, vivía en las profundidades de una cueva, donde entraba en estados de trance y pronunciaba acertijos sagrados. Los rituales llevados a cabo en torno al todopoderoso oráculo de Delfos también se centraban en una cueva (de hecho, se dice que el término Delphi se deriva de la palabra delphos, que significa «hueco»). Cuando Pitágoras se encerraba en una cueva, estaba induciendo una forma de estado alterado para ir más allá del mundo terrenal. […] Para acceder a esa sabiduría más oscura, la ruta es hacia abajo, hacia las profundidades de la cueva. Nos adentramos en la oscuridad para tocar lo divino, lo místico, lo lúgubre». «Salí de la cueva justo antes de las siete de la tarde tras haber pasado allí veinticuatro horas y me quedé al borde del desfiladero parpadeando. […] En una ocasión, un espeleólogo me dijo que estar en una cueva es como estar muerto, pero también como no haber nacido, y ahora tenía la sensación de haber regresado desde el más allá y de volver al mundo por primera vez».

LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL DEL INFRAMUNDO

«La península de Yucatán, en México, podría ser el lugar más perforado del planeta. Es una tierra tan rebosante de cuevas, grutas, fisuras y hoyos que hay que caminar mirando fijamente al suelo para no caerse al interior de la Tierra. Igual que la gente del Ártico sueña con glaciares y los beduinos con las dunas del desierto, desde hace mucho, las cuevas ocupan los pensamientos de los habitantes de Yucatán». «En el territorio maya — de Yucatán a Belice, Guatemala, Honduras y El Salvador— había toda una galaxia de cuevas, desde grandes cavernas de piedra caliza hasta cenotes, y se creía que cada una de ellas era un portal espiritual que conducía al inframundo de Xibalbá». «Me habló de una cueva en las montañas de Atapuerca, en el norte de España, donde, en el punto más profundo de la zona oscura, al fondo de una galería vertical de doce metros, un equipo de arqueólogos descubrió un montón de huesos. La Sima de los Huesos, como se dio a conocer el lugar, contenía los restos de veinte humanos de hace entre 430.000 y 600.000 años, mucho antes de que existiera el Homo sapiens moderno. Entre los huesos encontraron un hacha de mano de reluciente cuarcita roja — una piedra rara, importada desde gran distancia, lo cual significa que era especial—, que los arqueólogos bautizaron Excálibur. Muchos investigadores creen que es la primera muestra de conducta religiosa: un ritual arcaico en la zona oscura para honrar un viaje a la otra vida».

«Un libro de viajes inusual e interesante que nos lleva al mundo que existe debajo del que ya conocemos. Una vívida iluminación de la oscuridad y una eficaz evocación de su profundo misterio.» Kirkus Reviews

«Es posible que nunca vuelva a mirar una cavidad en el suelo de la misma manera». The New York Times

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