Violeta
de Isabel Allende

Publicación: 26 enero 2022
Editorial: PLAZA & JANÉS
Páginas: 436
ISBN: 978-8401027475

Biografía del autor

Isabel Allende—escritora, feminista y filántropa: es una de las autoras más leídas del mundo con más de 75 millones de libros vendidos. Isabel, chilena nacida en Perú, en 1982 ganó el reconocimiento mundial con la publicación de su primera novela, La Casa de los Espíritus, que comenzó como una carta de despedida a su abuelo moribundo. Desde entonces, ha escrito más de 25 obras, entre ellas Hija de la Fortuna, Paula, El Amante Japonés, Largo Pétalo de Mar y su más reciente memoria Mujeres del Alma Mía. Sus libros, aclamados por la crítica, han sido traducidos a más de 42 idiomas. Sus obras entretienen y educan a los lectores tejiendo historias intrigantes con acontecimientos históricos importantes. Además de su trabajo como escritora, Allende también dedica gran parte de su tiempo a los derechos humanos. Tras la muerte de su hija Paula en 1992 estableció, en honor a ella, una fundación caritativa dedicada a la protección y al empoderamiento de mujeres y niñas. La fundación ha otorgado subvenciones a más de 100 organizaciones no lucrativas en todo el mundo. Más de 8 millones han visto sus discursos TED Talks sobre cómo llevar una vida apasionada. Ha recibido quince doctorados honoríficos, incluido uno de la Universidad de Harvard, fue admitida en el Salón de la Fama de California, recibió el Premio PEN Lifetime Achievement Award y el Premio Anisfield-Wolf Lifetime Achievement Award. En 2014, el presidente Barack Obama le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad, la distinción civil más importante de la nación, y en 2018 recibió la Medalla de honor del National Book Award (premio Nacional de Literatura de EE.UU.), por su contribución al mundo de las letras estadounidenses. Isabel vive en California.

Sinopsis

La épica y emocionante historia de una mujer cuya vida abarca los momentos históricos más relevantes del siglo XX.

Desde 1920 -con la llamada «gripe española»- hasta la pandemia de 2020, la vida de Violeta será mucho más que la historia de un siglo.

Violeta viene al mundo un tormentoso día de 1920, siendo la primera niña de una familia de cinco bulliciosos hermanos. Desde el principio su vida estará marcada por acontecimientos extraordinarios, pues todavía se sienten las ondas expansivas de la Gran Guerra cuando la gripe española llega a las orillas de su país sudamericano natal, casi en el momento exacto de su nacimiento.

Gracias a la clarividencia del padre, la familia saldrá indemne de esta crisis para darse de bruces con una nueva, cuando la Gran Depresión altera la elegante vida urbana que Violeta ha conocido hasta ahora. Su familia lo perderá todo y se verá obligada a retirarse a una región salvaje y remota del país. Allí Violeta alcanzará la mayoría de edad y tendrá su primer pretendiente…

En una carta dirigida a una persona a la que ama por encima de todas las demás, Violeta rememora devastadores desengaños amorosos y romances apasionados, momentos de pobreza y también de prosperidad, pérdidas terribles e inmensas alegrías. Moldearán su vida algunos de los grandes sucesos de la historia: la lucha por los derechos de la mujer, el auge y caída de tiranos y, en última instancia, no una, sino dos pandemias.

Vista con los ojos de una mujer poseedora de una pasión, una determinación y un sentido del humor inolvidables que la sostienen a lo largo de una vida turbulenta, Isabel Allende nos regala, una vez más, una historia épica furiosamente inspiradora y profundamente emotiva.

A través de la presciencia de su padre, la familia saldrá ilesa de esa crisis, solo para enfrentar una nueva cuando la Gran Depresión transforma la elegante vida urbana que ha conocido. Su familia lo pierde todo y se ve obligada a retirarse a una parte salvaje y hermosa pero remota del país. Allí, ella alcanzará la mayoría de edad, y su primer pretendiente vendrá a llamar …

Ella cuenta su historia en forma de carta a alguien a quien ama por encima de todos los demás, relatando angustias devastadoras y aventuras apasionadas, tiempos de pobreza y riqueza, pérdidas terribles e inmensa alegría. Su vida estará marcada por algunos de los eventos más importantes de la historia: la lucha por los derechos de las mujeres, el ascenso y caída de los tiranos y, en última instancia, no una sino dos pandemias.

Contada a través de los ojos de una mujer cuya pasión, determinación y sentido del humor inolvidables la llevarán a través de una vida de agitación, Isabel Allende una vez más nos trae una epopeya que es a la vez ferozmente inspiradora y profundamente emotiva.

Sobre el libro

Esos mensajes ganan enteros cuando Allende afila delicadamente su pluma para denunciar vicios, defectos y terribles episodios de un pasado que en ocasiones funciona como espejo del presente. Una conciencia que, sin adoctrinar, acierta al señalar momentos que invitan a la reflexión de una manera fluida, sin que la historia se vea trabada, más bien enriquecida. Sus años como periodista sirven al propósito de esa crónica del siglo que va de lo universal a lo local y que enraíza con destreza y sutilidad a los avatares de la propia vida de Violeta. Desde la epidemia de gripe española, cuando nace la protagonista, hasta la provocada por la COVID-19, cuando se despide, su vida se ve alterada por acontecimientos históricos que, con más o menos intensidad, impactan en su existencia: la muerte del padre durante el crac del 29, la Segunda Guerra Mundial y los huidos a Latinoamérica, la Conferencia de La Habana y los años dorados de la mafia en Cuba durante la dictadura de Batista, el apogeo de las drogas, la lucha del movimiento feminista en pro de los derechos de la mujer y la promulgación del sufragio universal femenino, las dictaduras de los años setenta que remiten a las de Chile y Argentina, los vuelos de la muerte o, entre otros, la Operación Cóndor…

El erotismo y la sensualidad son dos de las constantes en la obra de Isabel Allende: no hay edad para ellos, solo cambian las etapas de la vida en la que suceden. Violeta resulta ser así un pequeño tratado del amor, o quizá más bien de las relaciones: de la fogosidad primera, la que se abre desde la curiosidad encendida, a la calma de la pasión en la tercera edad. Veamos estas etapas en brazos de los amantes:

Fabian Schmidt-Engler es el comienzo, ese primer amante —si bien Violeta no lo cuenta entre ellosincapaz de disimular el alboroto de sus sentimientos. Es el primer beso, la urgencia del deseo, el placer, la excitación, la curiosidad, y también el miedo [de Violeta] a comprometerse demasiado. Es asimismo la inevitable escalada de caricias, las agotadoras escaramuzas ocultas bajo la ropa y la contención para no culminar.

Julian Bravo es el amante aventurero, el seductor, el héroe de las novelas. Es el vuelco al corazón, el descubridor de la fiera, quien la desnuda frente al espejo y despierta el deseo brutal, descarnado y sin vergüenza. Es la revelación del orgasmo, también de las cadenas, de los celos, de la humillación y la locura.

Roy Cooper es el hombre en apariencia rudo del que quizá no se espere un amante delicado. Pero así es. Trata a Violeta con una mezcla de respeto, ternura y deseo. Él es el amor en la calma, el abrazo y la necesidad, el presente al que nada importa, el hombro amigo y el compañero de viaje.

Harald Fiske es el amante en la vejez, el amor tranquilo, quien se acomoda de a poco a las rutinas y se convierte primero en amigo, en amante después. Es el cuidado, la compañía, la existencia apacible y la pasión, pero ya en su rescoldo, que da calor y no quema.

 

 


 

PRIMERA PARTE
El destierro
(1920 – 1940)

1

Vine al mundo un viernes de tormenta en 1920, el año de la peste. Esa tarde de mi nacimiento se había cortado la electricidad, como solía suceder en los temporales, y habían encendido las velas y lámparas de queroseno, que siempre mantenían a mano para esas emergencias. María Gracia, mi madre, sintió las contracciones, que tan bien conocía, porque había parido cinco hijos, y se abandonó al sufrimiento, resignada a dar a luz a otro varón con ayuda de sus hermanas, quienes la habían asistido en ese trance varias veces y no se ofuscaban. El médico de la familia llevaba semanas trabajando sin descanso en uno de los hospitales de campaña y les pareció una imprudencia llamarlo para algo tan prosaico como un nacimiento. En ocasiones anteriores habían contado con una comadrona, siempre la misma, pero la mujer había sido una de las primera víctimas de la influenza y no conocían a otra.

Mi madre calculaba que había pasado toda su vida adulta preñada, recién parida o reponiéndose de un aborto espontáneo. Su hijo mayor, José Antonio había cumplido diecisiete años, de eso estaba segura, porque nació el año de uno de nuestros peores terremotos, que tiró medio país al suelo y dejó un saldo de cuatro mil muertos, pero no recordaba con exactitud la edad de los otros hijos ni cuántos embarazos malogrados había padecido. Cada uno la incapacitaba por meses y cada nacimiento la dejaba agotada y melancólica por mucho tiempo. Antes de casarse había sido la debutante más bella de la capital, espigada, con un rostro inolvidable de ojos verdes y piel traslúcida, pero los excesos de la maternidad le habían deformado el cuerpo y agotado el ánimo.

En teoría, amaba a sus hijos, pero en la práctica prefería mantenerlos a una confortable distancia, porque la energía de ese tropel de muchachos producía un disturbio de batalla en su pequeño reino femenino. En una ocasión le admitió a su confesor que estaba señalada para parir varones, como una maldición del Diablo. Recibió la penitencia de rezar un rosario diario por dos años completos y hacer una donación significativa para reparar la iglesia. Su marido le prohibió volver a confesarse.

Bajo la supervisión de mi tía Pilar, el muchacho empleado para todo servicio, Torito, se trepó a una escalera y amarró las cuerdas, que se guardaban en un armario para esas ocasiones, en dos ganchos de acero, que él mismo había instalado en el cielo raso. Mi madre, en camisón, arrodillada, colgando de una cuerda en cada mano, empujó por un tiempo que le pareció eterno, maldiciendo con palabrotas de filibustero, que jamás empleaba en otros momentos. Mi tía Pía, agachada entre sus piernas, estaba lista para recibir al recién nacido antes de que tocara el suelo. Tenía preparadas las infusiones de ortiga, artemisa y ruda para después del parto. El clamor de la tormenta, que se estrellaba contra las persianas y arrancaba pedazos del tejado, apagó los gemidos y el largo grito final cuando asomé primero la cabeza y enseguida el cuerpo cubierto de mucus y sangre, que resbaló entre las manos de mi tía y se estrelló en el suelo de madera.

¡Qué torpe eres, Pía! – gritó Pilar alzándome de un pie. – !Es una niña! – agregó, sorprendida.

No puede ser, revísala bien, – masculló mi madre, agotada.

Te digo, hermana, no tiene piripicho, – replicó la otra.

Esa noche, mi padre regresó tarde a la casa, después de cenar y de jugar varias partidas de brisca en el Club, se fue directamente a su pieza a quitarse la ropa y darse una friega profiláctica de alcohol antes de saludar a la familia. Le pidió una copa de coñac a la empleada de turno, a quien no se le ocurrió darle la noticia, porque no estaba acostumbrada a hablarle al patrón, y fue a saludar a su mujer. El olor a óxido de la sangre le advirtió lo ocurrido antes de cruzar el umbral. Encontró a mi madre en cama, colorada y con el cabello mojado de sudor, con un camisón limpio, descansando. Ya habían quitado las cuerdas del techo y los baldes de trapos sucios.

¡Por qué no me avisaron! – exclamó después de besar a su esposa en a frente.

¿Cómo quieres que lo hiciéramos? El chófer andaba contigo y ninguna de nosotras iba a salir a pie en esta tormenta, en caso que tus gañanes armados nos dejaran pasar – replicó Pilar en tono poco amable.

Es una niña, Arsenio. Por fin tienes una hija – intervino Pía, mostrándole el bulto que cargaba en brazos.

¡Bendito sea Dios! – murmuró mi padre, pero la sonrisa se le borró al ver al ser que asomaba entre los pliegues del chal. – ¡Tiene un huevo en la frente!

No te preocupes. Algunos niños nacen así y a los pocos días se normalizan. Es signo de inteligencia – improvisó Pilar, para no decirle que su hija había aterrizado de cabeza a la vida.

¿Cómo la van a llamar? – preguntó Pía.

Violeta – dijo mi madre con firmeza, sin darle oportunidad a su marido de intervenir.

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