La casa de las desamparadas
de Cristina Enríquez de Salamanca

Valencia 1854: Casta More, la esposa de un diputado nacional, cacique de Almería, es encerrada por su esposo en la Casa de las Desamparadas de Valencia, dirigida por las singular Madre Micaela, una mujer de alta cuna decidida a sacar de la calle a las mujeres de mal vivir, enseñándoles un oficio. Nadie, ni siquiera la propia Casta, sabe qué motivos ha tenido realmente su marido para enviarla allí. A través de la narración de la vida en la casa, de la correspondencia de la protagonista con Carolina Coronado y del folletín por entregas “Azucena” que Casta escribe y publica, el lector irá descubriendo su tragedia personal y de esta lectura emergerá una visión tan descarnada como intensa, de la (efectivamente desamparada) condición femenina de la época.

Cristina Enríquez de Salamanca es licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid (1975) y doctora en Literatura Española por la Universidad de Minnesota, Minneapolis (1992). Vivió seis años en los Estados Unidos donde trabajó desde lavando platos en un restaurante kosher hasta siendo profesora de literatura española en la Universidad de Yale. En 1996 se instala en Barcelona donde enseña español para extranjeros en diversos centros y se traslada en 2013 a Madrid. Centrada en las escritoras y la cultura del siglo XIX en España, publica artículos de investigación y junto a otras investigadoras, edita dos libros, uno sobre escritoras catalanas, gallegas y vascas y otro sobre el trasfondo cultural de la sociedad del siglo XIX. La Casa de las Desamparadas es su primera obra de ficción.

Sobre el libro

Un contundente alegato feminista, sin estridencias

“¿Para qué saber de letras? Para salir de esta ignorancia. Para no ser lo que era antes y lo que era mi madre. Que está todo en saber de letras, está todo en esos papeles que lee la señora Casta”.

Razones que convierten La casa de las desamparadas en una lectura recomendada y necesaria:

  • La novela introduce al lector en un mundo tan fascinante como desconocido, el de las mujeres amantes de las letras “las literatas” del XIX, con personajes apabullantes, novelescos e históricos (como Carolina Coronado, que desempeña un papel en esta novela).
  • Realiza una reflexión muy pertinente sobre la situación femenina de la época, en la que las mujeres de toda condición vivían casi sin excepción sometidas al sexo masculino.
  • La novela destaca sobre todo por su fuerza, su tono descarnado, la ambientación, los personajes arrebatadores, las imágenes poderosas, la descripción de los miedos y anhelos más profundos de unas mujeres que, aún conminadas secularmente al silencio, encontraron una poderosa vía de expresión en la literatura gracias al desarrollo de la prensa y de la industria editorial en el siglo XIX, y a una nueva formulación de la feminidad por la cultura burguesa, que reclamó la participación de las mujeres en la esfera pública de las letras para promover el modelo del ángel del hogar… Es un texto a flor de piel, que recurre a los géneros narrativos del XIX, entre los que destaca el folletín «Azucena», cuya ambigüedad moral, sin embargo, contrasta con la rigurosidad y el tono paternalista de las populares publicaciones decimonónicas.
  • Recurre a una mezcla de lenguajes muy seductora que nos introduce en un mundo de mujeres amantes de las letras, en una atmósfera asfixiante muy de La Casa de Bernarda Alba y con un final a lo Muerte en Venecia muy logrado.
  • Por el desamparo tremendo que refleja de las mujeres (una llamada feminista profunda y convincente), por la gran coherencia, consistencia y sutileza de la historia que presenta y por su prosa exquisita y sensible es una novela que no hay que dejar pasar.

 

LA MUJER EN EL SIGLO XIX: LAS LETRAS NO ERAN PARA LAS CHICAS

La entrada de la mujer en la prensa y en el mundo editorial como autoras de obras literarias, pedagógicas, manuales de conducta, libros escolares, etc., contribuyó a la paulatina transformación de las mentalidades, imprescindible para que la situación de la mujer española evolucionase. Mucho ganó la mujer en general en la última mitad de este siglo; la sociedad que ridiculizaba a la poetisa y que no consentía a la mujer erudita, concedió a las escritoras y pensadoras una consideración nueva, alejándose de la misógina del mundo anterior, sin perjuicio de las dificultades que encontraron las mujeres en un medio ambiente dominado por hombres despóticos, insolentes y burlones.

Las mujeres, en su inmensa mayoría, no podían imaginar qué era eso del feminismo, no decidían cuántos hijos tendrían, ni si querían evitarlos, no podían rebelarse ni cuestionar la autoridad paterna o marital, ni «empoderarse». Sus preferencias sexuales no estaban abiertas a elección, no se planteaban cuestiones identitarias. La familia era la base de la vida, determinaba el estatus, la posibilidad de ascenso (o descenso) social. No cabía existir fuera de ella, no imperaba el individualismo actual. Era una sociedad fuertemente jerárquica y autoritaria y las creencias, liturgias y costumbres del católicismo constituían el fundamento de la sociedad y del devenir de la existencia.

 

ALGUNAS CLAVES NARRATIVAS

  • Los modos narrativos no han sido elegidos de forma caprichosa. Responden a las formas narrativas predominantes en el periodo de la novela: la correspondencia, el folletín y la incipiente novela realista. Se intenta así representar no solo hechos o personajes históricos, ambientes, sino también, la cultura, el lenguaje, la imaginación y la mentalidad del XIX.
  • La correspondencia era (y es) una forma recurrente de escenificar la intimidad entre las mujeres. El folletín era el modo narrativo predominante, Casta no podía escribir sino en este modo. En el folletín la libertad del autor en cuanto a los tiempos, las intrusiones autoriales, el diálogo entre autor y lector, son instrumentos eficaces para describir grandes sucesos, fuertes emociones, cambios bruscos en la cronología, y valoraciones morales. La intriga, la acción libre no exige los requisitos de verosimilitud, de la novela realista.
  • El narrador impersonal en tercera persona, que triunfará con la novela realista, especialmente con Galdós, Pardo Bazán y Leopoldo Alas, es apropiado para trazar los ambientes, los sucesos, la realidad, con un detallismo del que carecen las cartas, donde se atiende a la confidencia y a la expresión de los sentimientos. Alcanza, además, su máxima expresión en el folletín Azucena, en el que Casta se esconde tras la figura de su protagonista para contar su propia historia.
  • En el relato se dejan ver, bien documentadas por la autora, la mentalidad y las creencias de la sociedad del sur de España, transida de fatalismo y pensamiento mágico. Mentalidad presente en García Lorca, así como en los cuentos que Carmen de Burgos escribió sobre su valle natal, el Rodalquilar (Almería), tan cercano a las localidades de Vera y Garrucha, donde se sitúa el folletín Azucena. No faltan las supersticiones o creencias populares del sur de España: la herencia de la sangre, el mal de ojo, los santeros o los curanderos.
  • La novela reúne a mujeres de diferentes estratos sociales, procedencias, y formas de vida (prostitutas, religiosas, casadas de las clases medias), aunadas por una experiencia común, el desamparo y por una también común pasión por la escritura

*Contenido original proporcionado por la editorial Planeta

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