Los hijos del volcán
de Jordi Soler
La nueva novela de Jordi Soler
Un relato salvaje por «un narrador fuera de serie» (Delphine Peras, Lire)
«Él era el puente entre el pueblo y la montaña, pertenecía a los dos mundos.»
Tikú, el hijo del caporal de la plantación cafetera La Portuguesa, siente desde niño en su interior una fuerza desconocida y brutal que marca toda su vida. Es la voz de adentro, que a ratos asume como propia y cuyos mandatos de muerte y destrucción resultan imposibles de ignorar.
La selva, que parece querer engullir todo lo que la rodea, marca un destino descivilizador para Tikú: tras abandonar primero La Portuguesa y luego su trabajo como maestro, lejos de los suyos y solo acompañado por un coyote y por los santos que protegen los cuatro rumbos de la montaña, se acerca cada vez más a la tribu ancestral y misteriosa que puebla las zonas más secretas de ese territorio agreste y hostil: los hijos del volcán.
Con una prosa precisa, deslumbrante y sensorial, Jordi Soler vuelve en esta novela a ese espacio tan personal de la selva veracruzana, y relata un mundo de aliento mítico, violento y lleno de supersticiones en el que no parecen regir otras normas que las que impone la naturaleza.
Jordi Soler nació en 1963 en La Portuguesa, Veracruz, México. Es autor de dos libros de poesía y trece novelas, traducidas a varias lenguas. Vive en Barcelona, la ciudad que abandonó su familia después de la Guerra Civil y es caballero de la irlandesa Orden del Finnegans. Entre sus novelas destacan La mujer que tenía los pies feos, Los rojos de ultramar, Diles que son cadáveres, El cuerpo eléctrico, Ese príncipe que fui y el relato en doce cuadros Usos rudimentarios de la selva.
Sobre el libro
Tikú, el hijo del caporal de la plantación cafetera La Portuguesa, siente desde niño en su interior una fuerza desconocida y brutal que determinará toda su existencia. Es la voz de adentro, que a ratos asume como propia y cuyos mandatos de muerte y destrucción resultan imposibles de ignorar. Un día lo impulsa a cometer un asesinato que pondrá en marcha una rueda imparable y feroz, en cuyos engranajes se citarán la transformación espiritual, la búsqueda de sentido vital, el aprendizaje, el liderazgo, el amor, el miedo, la violencia, la venganza y la catarsis.
Todo esto en el marco de una selva que parece querer engullir todo lo que la rodea, un lugar, a un tiempo mágico y brutal, que ha supuesto el destino final de un Tikú que progresivamente ha ido desligándose de las ataduras de la civilización y de la cordura. Tras abandonar primero La Portuguesa y luego su trabajo como maestro, lejos de los suyos y solo acompañado por un coyote y por los santos que protegen los cuatro rumbos de la montaña, se ha ido acercando cada vez más a la tribu ancestral y misteriosa que puebla las zonas más secretas de ese territorio agreste y hostil: los hijos del volcán. La desconfianza y la agresión mutua del principio evolucionarán a un entendimiento y una complicidad profundos hasta protagonizar uno de los episodios más legendarios de una zona proclive a los relatos extraordinarios.
Con una prosa precisa, deslumbrante y sensorial, Jordi Soler nos narra las vicisitudes de un personaje arrebatador, un individuo definido por su conciencia social y su carácter irreductible tanto como por su salvajismo y sus delirios. Una creación memorable que discurre por ese
espacio tan personal que supone la selva veracruzana, y a cuya sombra se nos relata un mundo de aliento mítico, inmisericorde y lleno de supersticiones en el que no parecen regir otras normas que las que impone la naturaleza.
«¿Cómo es que Tikú se convirtió en un asesino?, ¿qué vida habrá llevado Tikú para terminar así?, se preguntó mi hermana durante décadas, obsesivamente; y a mí un día, después de que Lucio Intriago me contara lo que me contó, me dio por escribir, por recapitular aquí lo que sé, lo que vi y lo que me contaron los que lo vieron después.»
Un relato salvaje por «un narrador fuera de serie» (Delphine Peras, Lire)
LA HERIDA INDÍGENA
En una entrevista concedida al diario mexicano La Jornada, Jordi Soler, afincado en Barcelona, señala cómo Los hijos del volcán ha supuesto, una vez más, una forma de recuperar con la escritura la localidad en la que nació La Portuguesa, lugar de flora y fauna riquísima cerca de la ciudad de Veracruz. En el corazón de la novela está mostrar las profundas fracturas sociales de su país que, en su base, responden a criterios raciales, y de las que, nacido en el seno de una familia privilegiada, fue muy consciente desde niño. “El libro ofrece una radiografía del México indígena, aquel que parece vivir en el siglo XVII y que, por tanto, presenta un notable atraso respecto a la metrópoli. Hablamos de una desigualdad muy mexicana, muy latinoamericana, que tiene que ver con el aspecto de las personas y que es, por tanto, la más descarnada posible. En otros países la desigualdad es simplemente económica y todos pueden aspirar a otras cosas. En México, por el contrario, si naces con rasgos indígenas, tendrás muchas menos oportunidades de trascender tu condición que las que podría tener una persona de tipo europeo o más occidental. Me parece que es el gran problema del país y uno de los motores de la novela”.
LOCALIZACIONES
El estado mexicano de Veracruz sirve a Jordi Soler para desplegar una geografía variopinta y evocadora, a unos ratos inhóspita y a otros exuberante, un territorio que tan pronto resulta amenazador que mágico, en el que saltamos sin escalas de la inclemencia o brutalidad a la carga mítica o poética. Ya se trate de pueblecitos polvorientos con sus cantinas ruidosas, mercados bulliciosos, lecherías y escuelas paupérrimas, ya sea en las zonas selváticas, plagadas de tupidos entramados vegetales con profusión de frutos y de animales como monos o serpientes, bien en la parte baja de la sierra, por la que cruzan “todo tipo de malhechores, militares prófugos, traficantes de droga, zetas descarriados y hasta la célula guerrillera de Abigail Luna””, bien en las regiones más septentrionales de las mismas, aquellas aisladas y de muy difícil acceso, donde la niebla se escampa y la temperatura desciende varios grados, hogar de Tikú y de Los hijos del volcán, el autor hace un uso envolvente, minucioso y sugerente de los escenarios por los que transitan los diversos personajes de la trama. Sirva el siguiente extracto dedicado a la selva como ejemplo ilustrativo de la fuerza y el detalle de la cartografía de la novela.
“En cuanto empezaba la selva, Tikú tenía que sacar el machete para irse abriendo camino entre la manigua; iba dando tajos a un lado y a otro para procurarse un espacio en el que pudiera dar el siguiente paso, de otra forma hubiera tenido que ir encaramándose en la breña o avanzando de rama en rama como hacían los macacos que lo iban siguiendo todo el tiempo por arriba, desplazándose por la ruta que trazaban las copas de los árboles, la rama de un árbol que tocaba la del otro y así, una rama detrás de la otra, formaban una tupida urdimbre que no dejaba pasar los rayos del sol. Los monos le gritaban como si quisieran denunciarlo, como si pretendieran hacerle ver a la gente que anduviera por ahí que uno de los hijos del volcán se aproximaba a San Juan el Alto; había incluso algunos que se descolgaban para gritarle más de cerca, para hacerle entender quiénes eran los que controlaban los flujos de la selva, y había otros que lo esperaban en las ramas bajas para hacerle un gesto amenazante, un amago, una finta que de pronto lo hacía trastabillar. Ya párenle, pinches changos cabrones, les gritaba él, y a cada rato tiraba hacia arriba un machetazo, un tajo que se clavaba ruidosamente en la rama y los hacía correr árbol arriba despavoridos, tiraba los machetazos con la intención de darles, de cortarles una mano o un pie para que ese miembro mutilado les sirviera a todos de escarmiento, pero los macacos eran muy hábiles, siempre escapaban del golpe furioso que les tiraba
y por fortuna, pensaba Tikú mientras iba cortando la manigua con el machete, los changos no subían a la parte alta de la sierra. De vez en cuando escuchaba la escapada de las víboras, la selva estaba plagada de esas criaturas que se enrollaban en los troncos o en las ramas, o en un nicho velado en la tierra; las serpientes andaban en procesión buscando roedores, corderos desbalagados, un claro en la espesura calado por el sol o un nudo expuesto de raíces en el que disfrutaban tallándose los cuerpos, pero en cuanto sentían venir a Tikú, las víboras huían en masa y en todas direcciones, no querían estar cerca de ese cuerpo al que le hablaba la voz de adentro, eso le había advertido la Chamana en La Portuguesa; esa voz es maligna y las serpientes lo saben, le había dicho hacía años, cuando todavía era un niño: no les gustas, no quieren tenerte cerca, son animales que todo lo presienten y a ti te ven la voz que te habla como si trajeras por dentro una luz”.
*Contenido original proporcionado por la editorial ALFAGUARA
Críticas
«En la falda del volcán se entremezclan los sicarios del narcotráfico, las milicias guerrilleras y los esbirros del cacique local. La prosa sensorial de Los hijos del volcán y el perfil del cacique podría hacer pensar en un realismo mágico hispanoamericano.»
Sergio Doria, ABC
«Soler saca a flote las fuerzas profundas de la naturaleza, el espíritu de la tierra, para mostrar la manera en que se imbrican en el alma de la gente.»
C. Rubio Rosell, Zenda
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