Noticia de mi vida
de Carmen Rigalt
Publicación: 23 junio 2021
Editorial: Planeta
Páginas: 384
ISBN: 978-8408242314
Biografía del autor
Sinopsis
Un día, justo cuando le había fallado el corazón, el «padre prior», como dice Carmen Rigalt, decidió quitarle su columna de El Mundo. Pero ella no se rindió. Ni un infarto, ni un despido, ni una pandemia lograron que abandonase la pluma. Todo lo contrario, acosada por tanta adversidad la empuñó y escribió este libro, exhibición y compendio de su talento de siempre, de la sinceridad y el sentido del humor que han marcado su carrera de periodista como hay pocas, de las que nacieron para informar y han vivido para contar cuanto vieron.
Noticia de mi vida no es un libro de memorias, pero sí de recuerdos. Contiene fragmentos de la vida de Carmen Rigalt contados por ella misma, con la sinceridad y el estilo que la hicieron grande. Nunca le dieron un premio, pero ella sigue premiando a los lectores con su talento.
Las memorias de una gran periodista y la vida de un país retratado en ella. Una lectura sincera, irónica y muy entretenida.
Nota de prensa
No se trata de sus memorias, pero aquí está su vida, las mujeres de su infancia barcelonesa, los veranos en Tivissa, el internado, los estudios, el amor por su Antonio y el periodismo, enseguida y para el resto de su vida el periodismo. Primero en Sol de España, en Málaga, y luego en Pueblo, el de Emilio Romero, con Raúl del Pozo, el joven Pérez-Reverte, Ónega, José María García y tantos otros. Y Diario 16, donde saltó a la fama Pedro J., el hombre que le ha devuelto en El Español la palabra que otro le había quitado en El Mundo.
“Necesito saldar cuentas con el pasado porque estoy en deuda con él”
“Este es el libro de una mujer que nació periodista. Cerca de mí he oído silbar los cuchillos y he visto levitar a famosos como John Lennon o el papa. Entre medias he conocido guerras, sabotajes y ahora pandemias·”
“Esto que tienen entre las manos no es un diario íntimo. Ni siquiera un diario. Como mucho es un asistente personal que me ha ayudado a salvar los escollos del tiempo y recuperar la memoria mientras escribía el libro”
*Contenido original proporcionado por la editorial Planeta
“Necesito saldar cuentas con el pasado porque estoy en deuda con él”, dice Carmen Rigalt al comienzo de este libro divertido y descarnado a la vez. Divertido, porque la ironía, el desparpajo, las maldades dichas como al desgaire son marca de la casa de la autora. Descarnado, porque, a ciertas alturas de la vida, pesan demasiado las ausencias, los desencuentros, las amistades que han quedado en la cuneta (“es angustiosa la cantidad de amigos que quemamos a lo largo de la vida”) y las heridas recibidas. «Este es un libro abrumadoramente sentimental», dice también Rigalt. Es un libro intimista (confesional, incluso) y colectivo, porque está en él la vida personal de la autora, acerca de la cual se muestra explícita sin morderse la lengua, y el mundo profesional que ha conocido.
No es un relato lineal, como no es lineal la memoria. Rigalt va de su corazón a sus asuntos profesionales sin orden cronológico, si bien la primera parte está más centrada en sus orígenes familiares y sus primeros años, y la segunda en el periodismo y sus circunstancias. Y la nostalgia y el sarcasmo, mezclados y agitados, son dos ingredientes que caracterizan al libro.
El arco cronológico de su trayectoria vital va de sus primeros años en el pueblo familiar de Tivissa, en Tarragona, al mundo al que la ha proyectado su profesión. Su árbol genealógico, dice Rigalt, es como una acacia chaparrita y abullonada, culiforme. Pero una acacia que da mucho juego. Su familia materna –explica– era una versión catalana de La casa de Bernarda Alba. La abuela Mariana y sus cuatro hijas eran todas estrictas y austeras, poco expansivas; orgullosas, herméticas, mojigatas; sobre todo la abuela, a la que cualquier manifestación de expresividad le estaba negada. Comparada con ella, la abuela paterna, Primitiva, era Simone de Beauvoir, moderna, leída y poco amiga de las tareas domésticas. Su familia materna era un gineceo, un matriarcado en el que todos dependían de la madre, lo que les daba seguridad. Y la propia Carmen Rigalt se reconoce una más de ellas. Lo suficientemente rebelde como para ser expulsada por indisciplinada de un colegio mayor en su juventud y lo suficientemente frágil como para sentir que la orfandad había llamado a su puerta el día en que, por primera vez, nadie fue a buscarla al aeropuerto. Alguien que afirma: “La libertad siempre me ha parecido, más que un derecho, una necesidad física. Si no tengo libertad, me entra claustrofobia”. Pero capaz, a la vez, de hacer esta confesión: “Yo nunca me di la oportunidad de ser feliz”.
Cambió su vida por las crónicas veraniegas. Pronto sentó sus reales en Marbella y Palma de Mallorca. “Los periódicos me han sacado más partido en verano que en invierno”. En Marbella “no había famosos en el sentido más prosaico del término, pero abundaban los príncipes centroeuropeos y los bohemios más caros del mercado”.
Un momento iniciático de su vida profesional fue su llegada a un periódico tan peculiar como era el Pueblo del tardofranquismo, el periódico de los sindicatos verticales, inconcebible sin la figura de su director Emilio Romero, y del que Rigalt ofrece una descripción impagable.
Emilio Romero, caracterizado por su arrogancia, era de Arévalo (Ávila) y muchos paisanos hacían cola en el periódico pidiéndole una oportunidad. “En Pueblo había más gente de Arévalo que de Madrid. A falta de vocaciones periodísticas, Romero colocaba a los suyos en el servicio de documentación, en la rotativa, en el aparcamiento o en el cuerpo de ordenanzas, donde fueron a parar algunos mutilados de la División Azul”. “Era un hombre que emanaba autoridad y los periodistas le teníamos miedo y respeto”. La entrada a su despacho estaba controlada por una secretaria, y una bombilla, según estuviera verde o roja, avisaba de si se podía pasar o no.
Pero no eran solo los paisanos del director. “Habitualmente llegaban a Pueblo artistas de teatro o folclóricas de tronío pidiendo favores al jefe”; por ejemplo las bailaoras de un tablao flamenco al que Romero era muy aficionado, Las Brujas, famoso por la juventud de sus bailaoras. “Las bailaoras esperaban, como todo el mundo, pero una vez dentro recibían un trato deferente y no tenían límite de tiempo… Si la bailaora estaba bien considerada, podía aspirar incluso [más que la habitual entrevista a doble página] a una ayuda económica para la producción de una obra de teatro. Y de ahí para arriba”. “Las artistas tardaban tiempo en despachar con el director, sobre todo si eran listas y se perdían en largas disquisiciones, tiempo durante el cual la bombilla de la entrada lucía todo el rato en rojo intenso, también llamado rojo pasión. Aquel día, en la redacción, las habladurías estaban servidas. Era un auténtico runrún”.
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