Entrevista a Éric-Emmanuel Schmitt
autor de Paraísos perdidos

Entrevista a Éric-Emmanuel Schmitt autor de Paraísos perdidosUna conversación con Éric-Emmanuel Schmitt
Aunando los grandes temas metafísicos y el aliento novelístico, Éric-Emmanuel Schmitt firma una epopeya del género humano en ocho volúmenes, La travesía de los tiempos. El volumen I, Paraísos perdidos, nos embarca en el arca de la ficción.
Una entrevista de Sean J. Rose para Livres Hebdo

¿Cómo se le ocurrió esa idea tan ambiciosa de una historia de la humanidad?
Cruzó por mi mente como un fulgor cuando tenía veinticinco años. Estaba empezando mi carrera académica en Besançon. Tras haber leído solo literatura de ideas para mis estudios de filosofía, me propuse darme un festín de obras de ficción y recuperé el gusto de leer por placer. Impregnado todavía del enciclopedismo de Diderot sobre el que había escrito mi tesis —un autor limítrofe entre la reflexión filosófica y la literatura— se me ocurrió la idea de un hombre cuyo destino les parecería envidiable a la mayoría de los seres humanos: no morir jamás. Mi héroe viajaría a través del tiempo y mostraría cómo se formó la humanidad tal como es hoy: un hormiguero, una termitera, una colmena… que no se ha movido desde hace miles de años. Lo intrínseco de la sociedad humana es que no es natural y que cambia. La propia humanidad es, sin duda, una creación del hombre. Yo quería hacer de ello una arqueología, pero no en forma de enciclopedia, sino a través de una ficción, con toda la fuerza de la novela, de modo que el relato no fuese un esqueleto, sino que tuviese carne.

¿Por qué un comienzo bíblico con un protagonista que se llama Noam, como Noé, y el episodio del Diluvio?
La Biblia es una fuente inagotable de inspiración. No dejo de hablar de ella en todos los volúmenes. No la Biblia como referencia, sino como una historia en la Historia. En cuanto al Diluvio, ese cataclismo original desvió el objeto de los relatos míticos, pero también de las investigaciones científicas, de los estudios arqueológicos serios, de
todo tipo de exégesis. La historia del Diluvio continúa
en otros episodios —mostraré cómo, sobre todo con los mesopotámicos y Gilgamesh—. La Biblia es un relato, pero no es el único: la historia se reescribe constantemente, y la propia Biblia se reescribe constantemente en el tiempo a través de nuestras lecturas y nuestros descubrimientos. Las referencias me interesan si remiten a otras historias.

Volvamos a Noam/Noé. ¿Por qué esta figura de antecesor de la humanidad y no otro patriarca del Antiguo Testamento, o el titán griego Prometeo, por ejemplo?
El primer volumen alza, por así decirlo, el decorado: un contexto neolítico. Es la última vez que la naturaleza tiene el control; después, el ser humano es quien dominará. Noé está en el momento de transición. Nosotros
vivimos hoy en una naturaleza totalmente hominizada, desequilibrada por la actividad humana. Es lo que llamamos el antropoceno. Noé quiere salvar el mundo antiguo del que proviene. Está en un entorno más fuerte que él o que Dios —o que la Naturaleza, si seguimos a Spinoza—, que se manifiesta en todas partes y se hace cargo de los destinos. La figura de Noé me parecía fundadora de la Historia que, para mí, comienza después del Diluvio. Antes, se trataba de un estado prelarvario de las sociedades, pues las de la prehistoria eran poco más que clanes.

Sin embargo, los tiempos incipientes que usted describe no parecen deficientes…
El mundo antiguo del Neolítico no conlleva imbecilidad o insuficiencia, es un entorno que desarrolla una relación —distinta de nuestra perspectiva técnica— con la naturaleza, con los animales, que implica auténtica sabiduría, y yo diría incluso equilibrio ecológico. En el animismo hay cierto rechazo a considerar al hombre una especie aparte: ahí reside la fuerza de ese pensamiento. Todo tiene un alma, no solo el hombre, sino también un animal, una planta, una piedra o la luna.

¿Quiere decir que todo es «religión», en el sentido del lazo entre las cosas, que todo está ligado a ella?
En efecto. Según ese enfoque, el mundo está constituido por una red de sentidos, pues el hombre no es depositario del sentido. Con el monoteísmo, el hombre recibe de Dios el logos (el sentido que pasa por la palabra), y es el único capaz de dar significado a las cosas porque los animales no están dotados de palabra. En el animismo, por el contrario, lo espiritual está en todas partes: todo lo que constituye el mundo es a la vez el receptor y el dador de sentido.

Aunque este volumen y los siete siguientes adopten la linealidad de la marcha de la historia, a usted le gusta jugar con las distorsiones temporales o la ucronía, como en La part de l’autre, en la que imaginó a un Hitler que se hubiese dedicado a la carrera de pintor.
Me gustaba mucho la idea de descongelar a Noam en la época contemporánea. Necesitaba que el pasado iluminase el presente y viceversa. Cuando miramos al pasado, lo hacemos desde el punto de vista de la ventana que se recorta en la pared del presente. El pasado se nos aparece a través de las preocupaciones contemporáneas, vamos allí buscando lo que puede atraer nuestro presente u oponérsele para entenderlo. Es siempre el presente con sus preocupaciones del presente, la sociedad del presente y sus problemáticas contemporáneas, el que escudriña en el pasado y busca sus raíces o sus rupturas. En Paraísos perdidos somos testigos de un vuelco. Contraponiendo la era de la que viene Noam y nuestra época, se observa una cesura profunda: se pasa de un hombre, huésped de la naturaleza, huésped entre los huéspedes sin estatus superior, a un héroe excepcional que esclaviza totalmente la naturaleza, incluso la destruye.

Desde el punto de vista narrativo, eso le permite jugar con cierta ironía…
Noam posee, en efecto, la característica de hibernar, de pasar algún tiempo en un sueño que lo aleja. En las cavernas, lugares húmedos como vientres, al regresar a la matriz, escapa de los hombres y renace. Incluso herido, incluso destruido, tiene la posibilidad de reconstituirse en ese antro. En cada renacimiento estará dotado de un inmenso bagaje alcanzado durante los períodos anteriores, pero también de una inocencia perpetuamente renovada como un persa a la Montesquieu.

Paraísos perdidos, ¿por qué en plural?
Es una polisemia desde el principio: quería que las identificaciones del paraíso fuesen plurales. El paraíso es, en primer lugar, un tiempo histórico en el que el hombre aún no había sometido la naturaleza, donde evolucionaba en pie de igualdad entre los vivos. El paraíso es también el tiempo del éxtasis poético con la naturaleza, así como el éxtasis amoroso o el éxtasis místico. Por tanto, Paraísos en plural y perdidos porque ya no lo son. Es algo que me ha marcado, la sensación de haber nacido nostálgico. En términos psicoanalíticos, junguianos, el lago es la madre; un agua durmiente, tranquilizadora, de la que somos violentamente expulsados.

Al principio fue el Diluvio. Y también el deseo… Su Travesía de los tiempos ¿no es también una historia de amor?
Yo quería contar una historia de amor que abarcase dos siglos con dos personajes, Noam y Noura, que piensan lo mismo, pero nunca en el mismo momento. No son síncronos. Se puede ser inmortal con una relación en el tiempo totalmente distinta. Noura no reacciona como Noam porque su cuerpo es el de una mujer, un cuerpo inscrito en un tiempo marcado por ciclos, un cuerpo, que no es un fin en sí mismo puesto que debe dar la vida. Pese a haber recibido la inmortalidad, Noura desarrolla una forma de frustración, de impaciencia, a veces una incapacidad para entregarse a la felicidad, incluso un odio hacia sí misma. ¡Es un personaje lo suficientemente complejo para que pueda ocuparme de ella a lo largo de miles de páginas! La relación de fascinación de Noam ante ella me permitirá detallar las mil facetas de la relación amorosa.

Emmanuel Schmitt (1960) es uno de los autores francófonos más leídos y representados en el mundo. Miembro de la Academia Goncourt desde 2016, sus libros se han traducido a más de 40 idiomas y sus obras de teatro se representan regularmente en más de 50 países. Catedrático de Filosofía, se dio a conocer primero en el teatro con El visitante, al que seguirían rápidamente otros éxitos, como Variaciones enigmáticas o El libertino. Ha escrito también El ciclo de lo invisible, un conjunto de relatos sobre la infancia y la espiritualidad al que pertenecen Félix y la fuente invisible y el aclamado El señor Ibrahim y las flores del Corán; o novelas tan exitosas como La secta de los egoístas o El Evangelio según Pilatos. Schmitt ha recibido numerosos galardones, entre otros, el Gran Premio de Teatro al conjunto de su obra, otorgado por la Academia francesa.

También disponible de Éric-Emmanuel Schmitt en AdN: La venganza del perdón y Félix y la fuente invisible.

*Contenido original proporcionado por la editorial AdN Alianza Editorial

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