Fernando García Pañeda, autor de «In Arcadia»: «Una máquina nunca podrá escribir con la calidad de los clásicos».
Reconoce el escritor bilbaíno Fernando García Pañeda que lo que más le frustra es sentirse incomprendido, que toda esa esencia con que impregna a sus personajes, el toque de humor, el lenguaje selecto, pueda ser tomado como un defecto y no como una virtud. Cosas de la sociedad en la que vivimos, supone resignado, que nos aboca a consumir sacrificando el degustar y el paladear. Sacrificando, en suma, una parte de esa alma que el autor pone en su obra y que es lo único que ninguna inteligencia artificial podrá jamás emular ni arrebatarnos.
Cada vez se opta menos por la literatura reflexiva y más por el producto de consumo rápido, ¿consideras que se debe a que vivimos en un mundo donde ya no hay tiempo para pararse mucho a pensar o hay algo más? ¿Y dirías que esta situación tiene vuelta atrás?
Creo que es evidente que la literatura reflexiva es algo minoritario y desde hace tiempo va en retroceso cada vez mayor, algo lógico viviendo en este mundo apresurado, desmemoriado, ignorante. El mundo debería ser lo que nosotros, sus habitantes, quisiéramos que fuera, para hacer también lo que quisiéramos con nuestro tiempo, porque el tiempo ha sido y es siempre el mismo. Pero, en realidad, el mundo es hoy lo que un grupo de personas decide que va a ser para su propio beneficio. Y el resto seguimos las directrices de esos grandes hermanos como un rebaño dócil y alegre. Por supuesto que hay tiempo para pararse a pensar, para contemplar y disfrutar de lo bueno y lo bello, al menos en nuestra sociedad del primer mundo, pero es algo devaluado, inservible, improductivo, que además requiere un esfuerzo intelectual… ¿A quién se le ocurre perder así el tiempo? «Deme usted más series de Netflix de mucha sangre y casquería, o mucho sexo, y novelas de más de lo mismo, con asesinatos horribles y torsos musculados. Ah, y rapidito, con estrenos cada semana y cada mes, para que pueda tragármelas de golpe». Ese es el tipo de cliente que quiere y fabrica hoy el mercado editorial mayoritario. Clientes que tragan y no degustan, y que se convierten en una mayoría aplastante. Por eso es algo que, en mi opinión, no tiene vuelta atrás. Por supuesto, sigue existiendo literatura de calidad, sigue habiendo rayos de luz, como la concesión del Cervantes a Mateo Díez, y también algunas editoriales siguen reeditando clásicos de todas las épocas. Son bastiones que nos permiten respirar letras puras, por el momento.
Muestras un gusto especial por transmitir al lector una cierta amabilidad más que por sobresaltarlo o dejarle mal cuerpo. ¿En el fondo uno escribe la vida como le gustaría que fuera?
Claro que intento transmitir al lector no sólo amabilidad, sino un gran agradecimiento por tomarse la molestia de coger uno de mis libros y abrir la primera página. El lector merece para mí siempre el máximo respeto por ese pacto que se establece entre lo que yo le ofrezco y ella o él buscan. El pacto que persigo con los lectores consiste en entregarles una dosis de felicidad y que la perciban y disfruten. Yo no pretendo y rechazo eso que tanto abunda y se aprecia hoy en día de dar un puñetazo en el estómago, de volarle la cabeza, de dejarle mal cuerpo todo eso parece que se valora mucho hoy en día, pero lo que yo ofrezco es pasar unas horas de felicidad mientras recorren las líneas y las páginas de mis novelas, esa misma felicidad que yo he encontrado leyendo miles de libros. Así que, mientras algunos dan con su escritura puñetazos en el estómago, al parecer con bastante éxito, lo que yo ofrezco son caricias para el alma, o al menos es lo que intento que sean, que no tienen que estar, y creo que no lo están, reñidas con las emociones intensas. Por otra parte, en efecto, también intento ofrecer una visión de la vida tal como podría y debería ser, no tal como es. El mundo de hoy tiene una dosis muy alta de inestabilidad, de dureza, y si al abrir una novela si te encuentras más de lo mismo, de esa hostilidad diaria, no se es más feliz, no se encuentra un refugio contra la intemperie del día a día. Entiendo que hay distintos puntos de vista en cuanto a la escritura y la lectura, y las respeto, por supuesto. Cada cual es feliz a su manera, con lo que quiere. Por eso yo busco lectores que se sientan cómodos en una retaguardia, un refugio contra el mundo cuando no nos gusta tal como se presenta.
Te pregunto ahora por un tema muy actual: la tan temida inteligencia artificial, que parece preparada para colonizar todos los ámbitos de la cultura humana. ¿También la literatura? ¿Podrá una máquina escribir un día con la calidad de los clásicos?
No, una máquina nunca podrá escribir con la calidad de los clásicos. Ni siquiera acercarse. Hasta que no inventen una máquina con alma, que quizá algún día lo hagan, según los más agoreros, será imposible que una máquina pueda escribir con ese espíritu que roza o alcanza la inmortalidad. Formalmente, podrán hacer algo que se le parezca mucho, incluso, pero los detalles, las pequeñas esencias muchas veces indescriptibles, no se pueden replicar. Quienes sí tendrán miedo de esa inteligencia artificial son los que escriben y editan libros como churros, esos libros con fecha de caducidad que se venden por pirámides en las grandes cadenas de librerías y en los centros comerciales. Una inteligencia artificial puede escribir cosas parecidas a una novela de Austen, a una sinfonía de Mahler, o puede crear pinturas parecidas a las de Sorolla o esculturas similares a las de Bernini, pero no tendrán el componente humano, la emoción indefinible e indescriptible que esos grandes artistas imprimían a sus obras. Como escritor, no tengo miedo de esa inteligencia artificial, porque lo que intento escribir con mejor o peor calidad no es imitable por una máquina o una serie de conexiones artificiales, aunque sí me produce bastante miedo, pero por las consecuencias que se pueden derivar de su uso en otros ámbitos de la vida.
Hablemos de personajes ahora, ya que son un elemento fundamental en tu obra. ¿Qué tipo de personajes te gusta más escribir?
A la hora de crear personajes, me gusta basarme en la vida real. Quizá es el único punto en el que me conecto más con la realidad cotidiana. Y esto es así porque me gusta crear personajes de carne y hueso, por así decirlo, personajes reales, personas de verdad, no estereotipos o ni siquiera arquetipos literarios. Creo que, si los personajes están dotados de una verdadera dimensión humana, la historia que protagonicen también tendrá esa misma dimensión, y por lo tanto conectará más con el corazón de los lectores. No obstante, dentro de la enorme variedad de personajes reales y humanos, me gusta que mis protagonistas sean personas con verdadera fuerza moral, personas resilientes, inteligentes, con alma peculiar, diferente, personas extraordinarias no porque sean excelentes, sino porque mantienen su esencia y su forma de ser, por encima de dificultades o reveses que puedan recibir. Y, por supuesto, son personas cuyos defectos les hacen tropezar, confundirse y pasar por crisis más o menos agudas, como a todos nos ocurre. En este sentido, la verdad es que los personajes femeninos, las protagonistas femeninas me vienen a la mente y al lapicero con mayor facilidad; me cuesta más crear protagonistas masculinos con esas cualidades. Con los personajes secundarios las preferencias cambian porque son las que tienen que poner en jaque o ayudar de alguna manera a los protagonistas y con estos secundarios me es más fácil crear personajes de ambos sexos.
¿Hay algún tipo de personaje, por su idiosincrasia, por aquello que representa, por ser especialmente abyecto…, que nunca crearías?
La verdad es que nunca me lo he planteado. En mis novelas hay personajes indeseables, incluso abyectos en algunos casos, pero no especialmente abyectos o representativos del Mal, con mayúsculas. Precisamente por lo que antes comentaba, las personas con las que nos cruzamos en la vida diaria, las que reconocemos como genuinas, pueden tener un cierto grado de infamia, pero no llegan a ser auténticos demonios o gente de una maldad extrema. La verdad es que no creo que llegue a representar en alguna de mis novelas ese tipo de monstruos. Supongo que para eso ya hay otro tipo de novelas, hay géneros que se especializan en crear personajes de crueldad infinita o de una abyección inenarrable. En todo caso, en lo que se refiere a este oficio de escribir, creo que la palabra nunca no encaja bien con lo que supone la evolución o la carrera literaria de quienes nos dedicamos a ello.
Comentas que hay recursos como el sentido del humor fino, la inteligencia emocional, los modales, que ya no se valoran en la literatura. ¿Te sientes a menudo frustrado por emplear elementos en tus libros que sientes que no se valoran en su justa medida?
A mí lo que más me frustra, más que la mala valoración que se pueda hacer de mis novelas, es la incomprensión. Soy muy consciente de que muy pocos lectores van a descubrir o a valorar tanto el sentido del humor refinado como la inteligencia emocional que puedan demostrar e intercambiar los personajes. Soy consciente antes, durante y después de concluir una obra. Pero lo que llevo peor es que precisamente esos recursos se vean como un defecto, como algo aburrido, como algo que le resta a la novela esa emoción artificial a la que nos tienen tan acostumbrados las obras literarias y audiovisuales de moda. Cada personaje, según su época, su estatus o incluso su origen geográfico, tiene que comportarse, pensar e incluso sentir de acuerdo con esa época, el estatus que posee o el lugar en que vive, donde se desenvuelve. Por supuesto que tampoco llevo bien que no se valoren la ironía, los modales, el lenguaje escogido o la elegancia emocional con que imprimo algunos de mis personajes, no puedo negarlo, pero siento una frustración mayor cuando no se comprende por qué acentuar tales cualidades.
Tu libro In Arcadia está ambientado en Estambul en 1994, ¿por qué elegiste esa época?
Elegí esa época porque fue en la que viajé varias veces a Turquía, y cada una de esas veces pasé una temporada en Estambul, así que, al plantearme situar la novela en aquel país, personalmente no podía desgajarla de esos años. Elegí el año 94 por ser más o menos uno intermedio de aquella década, pero podía haber sido perfectamente el año 91 o el 98. Quiero decir que no es un año concreto el que quiero representar, sino una época determinada, un momento en el que finalizaba el siglo XX. En mi opinión particular, aquella época supuso el fin de toda una era en la que nuestra civilización alcanzó las mayores cotas de bienestar, convivencia, tolerancia y educación nunca vistas hasta entonces y desde entonces. Este no es el tema de la novela, pero sí que en cierto modo es representativo de esta tesis, especialmente porque en la trama aparecen personajes muy distintos, de distintas creencias y orígenes que tienen intereses contrapuestos y cada uno lucha por los suyos, pero sin sentir odio ni desprecio por esa distinción.
In Arcadia tiene una portada muy llamativa, y esto me lleva a otra pregunta: una vez que terminas de escribir el manuscrito, ¿participas en el proceso de creación de la portada, detalles del interior del libro, maquetación, etc.?
La verdad es que no. No participo en ese proceso porque no tengo recursos ni conocimientos al respecto, y lo dejo en manos de la editorial que lo publica. Sí que es cierto que, en la mayor parte de las ocasiones, una vez que está proyectada la portada o la maquetación, me preguntan mi opinión al respecto, e incluso algunas veces he propuesto algún ligero cambio. Incluso en los títulos de las novelas también suelo dar pie a posibilidades de cambio o alteración porque soy muy malo eligiendo títulos, me cuesta mucho. Salvo en un par de ocasiones en que lo tenía claro desde el principio, en general he sufrido bastante a la hora de titular los manuscritos antes de enviarlos a una editorial.
Cuéntanos algo sobre In Arcadia que no salga en el libro, algo que nos llevemos en exclusiva de esta entrevista.
Bueno, puedo contar algunos detalles que no sé si serán interesantes, pero pueden resultar curiosos. En primer lugar, diré que el manuscrito está terminado en su forma inicial desde hace muchos años y ha sido rechazado en numerosas ocasiones. De hecho, lo he tenido en stand by durante años y mientras tanto he publicado otras novelas. Uno de los principales motivos de rechazo era su extensión, que originalmente era mucho mayor de la que posee la publicación actual. No se trata de que la editorial Antonella, que la pública, no estuviera de acuerdo con la extensión, sino que en las últimas tentativas envié el manuscrito ampliamente recortado. Otra curiosidad es que la última parte de la novela la cambié según la estaba escribiendo, porque, por decirlo de alguna forma, tomó vida propia. En mi proyecto original, en mi esquema, no era ese el giro que iban a tomar los acontecimientos. Creo que es la única vez en que esto me ha ocurrido, y yo fui el primer sorprendido, claro. En otras ocasiones, sí que he dado algunos giros pequeños o retoques en la escaleta original, pero un cambio como este no lo había experimentado nunca.
Para despedirnos, ¿qué te parece si apelamos un poco al ego?, que siempre es un buen ejercicio, en su justa medida: ¿cómo te gustaría ser recordado en la literatura?
La verdad es que apelar al ego en mi caso es muy poco efectivo, porque no nos llevamos nada bien y tenemos bastantes encontronazos. Al margen de eso, la verdad es que no creo que sea recordado de ninguna manera. Ni yo ni nadie de los que escribimos a día de hoy vamos a ser recordados, estoy convencido, salvo quizá un puñado escaso y por motivos que quizá no sean estrictamente literarios. Formamos un tumulto tal en redes sociales, medios de comunicación e industria editorial que incluso en un futuro cercano no habrá forma de poner orden entre lo bueno, lo malo y lo peor, y será dificilísimo espigar las obras o los autores de estas obras un recordatorio posterior o póstumo. A veces es desesperanzador, porque en el fondo sí que nos gustaría legar a la posteridad esos trocitos de creación que surgen de nuestras almas, pero, sinceramente, pienso que no va a haber nada de ello, tanto por demérito como por la enorme dificultad, como digo, en separar el grano de la paja. En fin, no tengo ninguna esperanza en ser recordado en la literatura, así que intentaré al menos ser recordado entre los míos en alguna generación posterior.
Por Eva Fraile, de La Reina Lectora
@reinalectora